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Antologia Mexicana


Enviado por   •  21 de Marzo de 2012  •  10.560 Palabras (43 Páginas)  •  510 Visitas

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LA LEYENDA DE LOS VOLCANES

Iztaccihuatl era una hermosa joven, hija del emperador azteca, que se enamoró perdidamente de un joven guerrero llamado Popocatepetl.

Cuando su padre lo descubrió, envió al joven guerrero muy lejos, a luchar en una guerra cruenta de la que no pensaba que volviera con vida. Ante las protestas de los jóvenes, les prometió que si él regresaba les permitiría casarse pero nada estaba más lejos de la intención del emperador, que en cuanto hubo alejado al joven prometió a su hija con un noble de la corte.

La muchacha, fiel al amor de Popocatepetl, no quería oír hablar de matrimonio con ningún otro hombre y el emperador, no sabiendo como doblegar su voluntad, fingió haber recibido noticias de que Popocateptl había muerto en combate. Y tan grande fue el dolor de la joven que murió a las pocas horas.

El emperador ya no podía hacer nada más que preparar los funerales de su hija y en el transcurso de la ceremonia fúnebre, Popocatepetl apareció.

Con el dolor más terrible que un hombre pueda sentir, tomó a la joven muerta en sus brazos y con ella huyó a las montañas.

Allí, la depositó tiernamente sobre la fresca tierra y arrodillado a su lado dio rienda suelta a su dolor. Lloró y rugió de rabia día y noche, durante mucho, mucho tiempo.

Los dioses se apiadaron de tanto sufrimiento y en un momento en que Popocatepetl cayó agotado por el cansancio y la pena, cubrieron a los jóvenes con una blanquísima manta de nieve y los convirtieron en dos hermosas y altivas montañas. Nadie, nunca más, podría separarlos.

Iztaccihuatl es conocida como la "Mujer Dormida" porque en todo se asemeja su silueta a una mujer echada sobre su costado. Popocatepetl, se llama ahora "Montaña Humeante" y sigue vivo. Cuando despierta, agobiado por el dolor de ver a su amada muerta junto a él, sus gritos de rabia estremecen la tierra y sus ardientes lágrimas abrasan cuanto tocan.

Esta leyenda es ya muy antigua, pero la mantenemos muy presente pues el volcan Popocatepetl de vez en cuando despierta y nos recuerda su dolor...

LA LLORONA

Los cuatros sacerdotes aguardaban expectantes.

Sus ojillos vivaces iban del cielo estrellado en donde señoreaba la gran luna blanca, al espejo argentino del lago de Texcoco, en donde las bandadas de patos silenciosos bajaban en busca de los gordos ajolotes.

Después confrontaban el movimiento de las constelaciones estelares para determinar la hora, con sus profundos conocimientos de la astronomía.

De pronto estalló el grito....

Era un alarido lastimoso, hiriente, sobrecogedor. Un sonido agudo como escapado de la garganta de una mujer en agonía. El grito se fue extendiendo sobre el agua, rebotando contra los montes y enroscándose en las alfardas y en los taludes de los templos, rebotó en el Gran Teocali dedicado al Dios Huitzilopochtli, que comenzara a construir Tizoc en 1481 para terminarlo Ahuizotl en 1502 si las crónicas antiguas han sido bien interpretadas y parecio quedar flotando en el maravilloso palacio del entonces Emperador Moctezuma Xocoyótzin.

-- Es Cihuacoatl! -- exclamó el más viejo de los cuatro sacerdotes que aguardaban el portento.

-- La Diosa ha salido de las aguas y bajado de la montaña para prevenirnos nuevamente --, agregó el otro interrogador de las estrellas y la noche.

Subieron al lugar más alto del templo y pudieron ver hacia el oriente una figura blanca, con el pelo peinado de tal modo que parecía llevar en la frente dos pequeños cornezuelos, arrastrando o flotando una cauda de tela tan vaporosa que jugueteaba con el fresco de la noche plenilunar.

Cuando se hubo opacado el grito y sus ecos se perdieron a lo lejos, por el rumbo del señorío de Texcocan todo quedó en silencio, sombras ominosas huyeron hacias las aguas hasta que el pavor fue roto por algo que los sacerdotes primero y después Fray Bernandino de Sahagún interpretaron de este modo:

"...Hijos míos... amados hijos del Anáhuac, vuestra destrucción está próxima...."

Venía otra sarta de lamentos igualmente dolorosos y conmovedores, para decir, cuando ya se alejaba hacia la colina que cubría las faldas de los montes:

"...A dónde iréis.... a dónde os podré llevar para que escapéis a tan funesto destino.... hijos míos, estáis a punto de perderos..."

Al oir estas palabras que más tarde comprobaron los augures, los cuatro sacerdotes estuvieron de acuerdo en que aquella fantasmal aparición que llenaba de terror a las gentes de la gran Tenochtitlán, era la misma Diosa Cihuacoatl, la deidad protectora de la raza, aquella buena madre que había heredado a los dioses para finalmentente depositar su poder y sabiduría en Tilpotoncátzin en ese tiempo poseedor de su dignidad sacerdotal.

El emperador Moctezuma Xocoyótzin se atuzó el bigote ralo que parecía escurrirle por la comisura de sus labios, se alisó con una mano la barba de pelos escasos y entrecanos y clavó sus ojillos vivaces aunque tímidos, en el viejo códice dibujado sobre la atezada superficie de amatl y que se guardaba en los archivos del imperio tal vez desde los tiempos de Itzcoatl y Tlacaelel.

El emperador Moctezuma, como todos los que no están iniciados en el conocimiento de la hierática escritura, sólo miraba con asombro los códices multicolores, hasta que los sacerdotes, después de hacer una reverencia, le interpretaron lo allí escrito.

--Señor, -- le dijeron --, estos viejos anuales nos hablan de que la Diosa Cihuacoatl aparecerá según el sexto pronóstico de los agoreros, para anunciarnos la destrucción de vuestro imperio.

Dicen aquí los sabios más sabios y más antiguos que nosotros, que hombres extraños vendrán por el Oriente y sojuzgarán a tu pueblo y a ti mismo y tú y los tuyos serán de muchos lloros y grandes penas y que tu raza desaparecerá devorada y nuestros dioses humillados por otros dioses más poderosos.

-- Dioses más poderosos que nuestro Dios Huitzilopochtli, y que el Gran Destructor Tezcatlipoca y que nuestros formidables dioses de la guerra y de la sangre? -- preguntó Moctezuma bajando la cabeza con temor y humildad.

-- Así lo dicen los sabios y los sacerdotes más sabios y más viejos que nosotros, señor. Por eso la Diosa Cihuacoatl vaga por el anáhuac lanzando lloros y arrastrando penas, gritando para que oigan quienes sepan oír, las desdichas que han de llegar muy pronto a vuestro Imperio.

Moctezuma guardó silencio y se quedó pensativo, hundido en su gran trono de alabastro y esmeraldas; entonces los cuatro sacerdotes volvieron a doblar los pasmosos códices y se retiraron también en silencio, para ir a depositar de nuevo en los archivos imperiales,

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