Compilacion De Mitos, Leyendas, Cuentos, Trabalenguas, Refranes, Colmos, Chistes, Frases Celebres.
Enviado por mary3273 • 1 de Octubre de 2014 • 24.350 Palabras (98 Páginas) • 758 Visitas
LEYENDAS
Leyenda de la pila de las culebras en Tapalpa, Jalisco
A fines del Siglo XIX, vivían en Tapalpa, Jalisco cuatro comadres a las que se les conocía como las Marías Lenguas, por lo argüenderas que eran.
Generalmente se reunían en la pila más cercana a sus casas, en este caso la de “Las Culebras”.
No se sabía quién era la peor de las cuatro Marías, algunos dicen que maría Tomasa, otros que María Eduviges, María Natalia o María Amaranta; lo cierto es que las cuatro tenían suficiente mérito para manejar la calumnia con verdadera acidez.
En una de las tantas ocasiones que ellas se reunían, llegó el indio Macario, de quien se decía era un antiguo brujo otomí cuyos poderes eran extraordinarios; al verlas Macario enredadas en sus ya cotidianas confabulaciones, les advirtió que si seguían haciendo daño a las personas con sus venenosos chismes, pagarían en justo precio las consecuencias.
Ellas, insensatas que eran, se rieron de Macario, insultándolo de muy agresivas formas; entonces él les dijo: “Les di una oportunidad para que recapacitaran y cambiaran sus perniciosas costumbres, pero los hábitos los tienen tan arraigados que pagarán con el castigo que merecen. Y diciendo esto, expresó en idioma otomí un conjuro, a la vez que, tomando agua de la pila, mojó a las cuatro Marías.
En ese mismo instante, las mujeres comenzaron a contorsionarse en extrañas convulsiones, y cayendo al suelo se fueron transformando en serpientes.
“Para que eso sirva de ejemplo a todos los que no saben los daños que causan con sus intrigas y torcidos chismes, quedarán por siempre como culebras de piedra”, dijo Macario.
Él se fue y en el búcaro de la pila quedaron grabadas las cuatro Marías ya petrificadas.
Y desde esa época, a la fuente del Fresnito, se le conoce como la Pila de las Culebras.
LEYENDA DE DON FERRUCO
Don Ferruco era un tipo muy original y popular. Tenía alrededor de cuarenta años y es conocido ya que transitó las calles de Guadalajara llamando la atención de cuantos se encontraban con él. Casi nadie sabía su verdadero nombre y todo el mundo lo designaba con el apodo que le pusieron desde que vino a Guadalajara: “Ferruco”.
Algunos viejos atribuyen el apodo a un grupo de muchachos ociosos del apartado barrio del Jicamal, mientras que otros aseguran que fue su suegra. Cuando comenzó a usar bastón el pueblo tapatío le regaló el titulo de “Don”, en un pergamino.
En cuanto al verdadero nombre del personaje en cuestión, hay diversas versiones: el vocablo “Ferruco” es, para unos, un diminutivo del nombre de Francisco; para otros, no es más que una corrupción del nombre de Fernando; sin embargo, para aquellos que no están conformes con que él se haya llamado Francisco o Fernando, el vocablo “Ferruco” es un nombre arbitrario, un apodo. A todos estos nombres hay que agregar el de Rosalío, con el cual lo llamaban algunos conocidos suyos.
En los periódicos y hojas sueltas de caricaturas publicadas anualmente en esta ciudad, con motivo del Día de Finados, muchas veces figuró el nombre de Don Ferruco entre los muertos por los caricaturistas.
En una de las cartas de la popular y divertida lotería, que editó la casa “Loreto y Ancira” y en los escaparates de algunas tiendas, se exhibían curiosas tarjetas postales con diversos retratos de don Ferruco. Éste es el retrato que se conoce más parecido al original.
Don Ferruco nunca habló, ya que era sordomudo de nacimiento. Fue miembro de una numerosa familia de sordomudos de apellido Jaso y originario de las barrancas de Atenquique, según unos, o de las haciendas de San Vicente en jurisdicción de Tamazula, según otros. Ferruco se crió en Tonnia, Jalisco, vivió sucesivamente en las ciudades de Zapotlán el Grande, Sayula y en las haciendas de Huexcalapa y Santa Cruz del Cortijo, donde era muy querido por los empleados por ser hombre de muy buen corazón, de una conducta intachable y porque a todos se mostraba de buen humor y dispuesto a sufrir con paciencia las travesuras de los demás.
La suerte se mostró a “Ferruco” demasiado propicia: protegido por una acaudalada familia de esta ciudad, no tuvo que preocuparse por su propia subsistencia: ni alimentos, ni vestido, ni habitación llegaron a faltarle desde entonces.
Con singular confianza entraba en los establecimientos mercantiles de mayor importancia, a conversar a señas con los dependientes y pedirles alguna prenda de ropa que él siempre sabía utilizar, aunque fuera una cosa enteramente pasada de moda o impropia de su edad y condición. A veces se le daban en calidad de anuncio, algunas cosas nuevas y en buen estado.
Rara vez faltaba los domingos al paseo de los portales y casi todos los días se presentaba en la Plaza de Armas, a “flechar” a cuantas muchachas bonitas concurrían al expresado jardín, se divertía en los cines sin necesidad de boleto, ocupaba siempre uno de los mejores lugares en catedral, en puestos de agua fresca le regalaban vasos de “tepache” (dándose por bien pagadas a las vendedoras con el rato de diversión que el buen sordomudo les proporcionaba), los peluqueros generalmente lo afeitaban gratis y lo mismo sucedía en los tranvías sin que los conductores le obligaran a bajar.
Pasó sus últimos días en el hospital de San Camilo, pensionado por la familia Fernández del Valle.
Leyenda de Flamacordis, municipio de Mexticacán, Jalisco
¿Si has ido a Flamacordis, allá cerca de Mexticacán pasando Cañada de Islas, a la derecha? –me preguntó el artesano Mario Ruvalcaba, durante una charla que tuvimos en Huiscuilco–. Es uno de los templos más antiguos que hay por acá, está solito, tiene unas pinturas especiales; si las ves te das cuenta que tienen expresión. Ahí deberías de ir para que las veas. Ahí también tienen la imagen del Niño de Flamacordis, es antiquísimo, mucha gente le tiene fe, pero las pinturas que hay en el templo no se sabe ni quién las hizo.
Platican que hace un chorro de años llegó un indito ahí –cuando el templo tenía frailes fue eso– y les pidió permiso de que si lo dejaban dormir esa noche en la iglesia. Entonces parece que en ese tiempo no querían dejar a nadie que se metiera porque apenas lo acababan de terminar. De todos modos, los frailes le dieron chance y sí se quedó la noche solo en el templo. El indito llevaba nada más un morralito. A la mañana siguiente fueron por él para despertarlo para que se fuera, pero ya no estaba y eso que las puertas estaban atrancadas por fuera, o sea que no había modo de que se hubiera
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