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Cuento Epoca Azteca


Enviado por   •  27 de Junio de 2012  •  1.775 Palabras (8 Páginas)  •  556 Visitas

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“Las Barreras de una Pasión”

Era una noche oscura, fría. Caminaba en soledad por los pasillos de mi casa. El ruido de la lluvia palpitaba contra los cristales del ventanal. Luego, instantáneamente un trueno retumba en la cercanía de mi hogar. Se corta la luz de la casa y mi visión se ve sucumbida por una oscuridad absoluta. Logro escuchar por debajo de la puerta ladridos; me había olvidado a Bobby afuera. Asomo la parte superior de mi cabeza por el costado de la puerta de roble del frente de mi casa para llamarlo, pero no recibo ningún rastro de su presencia. Tomo el paraguas violeta que me había regalado mi abuela Dolly para mi veinteavo cumpleaños, y, tomando coraje, me sumerjo en la oscuridad temeraria en que se encontraba la calle, ya que por la tormenta en todo el barrio se había interrumpido la electricidad. A medida que corrían los segundos la tormenta aumentaba su intensidad considerablemente. Luego de unos minutos de búsqueda intensa, sin rastros de Bobby, un dolor intenso se apodera de mi cuerpo.

Abro los ojos, logro vislumbrar un paisaje bellísimo, en el que predominaba la naturaleza y muy diferente a la realidad hasta ahora vivida. El dolor en mi cabeza no cesaba y pese a eso decidí encaminarme por el único sendero que se encontraba presente entre los prados, en búsqueda tanto de gente como de una explicación a lo que me había sucedido. No lograba apartar mi mente de lo que le habría sucedido a Bobby. Luego de recorrer el sendero por un largo rato, logre distinguir a lo lejos una civilización antigua y primitiva en su estado natural. Al llegar considere prudente preguntar en donde me encontraba. Los pueblerinos se encontraban con una vestimenta monótona, aburrida, simple, y extraña en cuanto a lo que yo consideraba la normalidad. Estos me observaban y en sus miradas podía distinguir una sensación entre vergüenza ajena y desconfianza. Nunca había considerado, hasta ese momento, de gran relevancia mis viajes a Bolivia, pero me fueron de gran utilidad ya que el idioma que hablaban los nativos era el quechua, por lo que intenté entablar una conversación con uno de estos:

-Disculpe buen hombre, ¿En dónde me encuentro?

Este, haciendo caso omiso a mis palabras continúo por su camino. Yo, indignado por la respuesta obtenida continúe mi recorrido por el pueblito. Al instante, un anciano de cara arrugada, baja estatura, con una poca cantidad de pelo grisáceo, encorvado, aparentaba tener más de 90 años, se detiene y me dirige la palabra:

-Señor sepa disculpar a mis vecinos, no suelen ser muy cálidos con los extranjeros.

-No se preocupe. –Le contesté.

-Déjeme escoltarlo hasta mi hogar, ahí le puedo dar algo de comer y vestimenta seca

Recién notaba que tenía toda mi ropa inundada de agua por la tormenta que ya no podía distinguir si realmente había pasado. El anciano me llevo hasta lo que él consideraba su casa, pero sorprendentemente yo solo podía distinguir una gran cantidad de piedras apiladas una sobre otra. Caminábamos a un ritmo muy lento ya que el hombre tenía serias dificultades para moverse, creo yo, debido a la edad.

Llegamos a su casa, oscura, a base de piedra y cementada con barro, el interior no era más que una habitación que no superaba los 10m2, tenía en una esquina un jergón de paja amontonada sobre un tronco que era donde él dormía y sobre esta un manto de piel, del que no distinguí de que animal era por la oscuridad en la que nos encontrábamos. Este lugar no tenía más que una abertura que fue el lugar por donde ingresamos y este se encontraba tapado con un tronco para evitar que penetrara el invierno. La noche empezaba a caer sobre el villorio y la luna era la única luz que alumbraba los prados. El anciano me brindo de unas prendas hechas de piel para que me cambie la ropa, y comenzamos a dialogar, algo que se tornaba bastante complejo debido a su lentitud en el habla y que ocasionalmente olvidaba de que estaba hablando:

-Ahora sí, ¿podría saber en dónde nos encontramos?- pregunté con ansias.

-Mi nombre es Napatelekete que significa moco en el idioma de nuestros antepasados- respondió- como podrás notar estamos en la notable villa de Cuzco. Y, ¿Usted de donde proviene?

-Soy Jorge, de Buenos Aires, pero no logro entender como llegué acá. –Yo ya había visitado Cuzco en diversas ocasiones, y estaba bastante seguro que no era así, ¿Podría ser que la edad haya afectado a su memoria?

La charla con el viejo prosiguió hasta que se extinguió el último rayo de luz de la pocilga en que nos encontrábamos. Este me relató lo fundamental de su forma de vida, costumbres, que comían y a su vez yo le compartí de la mía. Al ver que la charla se había estancado decidimos dormir hasta la mañana siguiente.

El próximo día salimos a recorrer lo que hoy en día llamamos mercado, pero ellos tenían otro nombre para esto, lo llamaban Thantaqhatu. En esté vendían diversidad de cosas, objetos de barro, ropa, pieles, animales muertos y comida. Pasamos por uno de los puestos y el anciano pidió algo para comer para ambos. A clara vista se podía distinguir que la carne estaba falta

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