Cuentos Mexicanos
Enviado por julialg • 5 de Noviembre de 2012 • 1.503 Palabras (7 Páginas) • 829 Visitas
LA CONQUISTA DEL MAÍZ
En una ocasión, los poderosos estaban muy preocupados porque veían que las gentes no encontraban nada de comida que les gustara y les hiciera provecho.
Entonces escogieron a un hombre bueno y muy listo para que les consiguiera de comer, y le dieron fuerzas mágicas y el poder de convertirse en lo que él quisiera.
El hombre escogido se sentó en el campo a pensar en lo que haría, y al mirar al suelo advirtió una fila de hormigas rojas que se dirigían a su hormiguero.
Cada una de esas hormigas rojas llevaba en la boca un grano de maíz, que parecía alimenticio y sabroso.
Él, para enterarse de dónde los habían tomado, decidió hacerse amigo de las hormigas rojas, y para conseguirlo se convirtió en hormiga negra, y bajó a platicar con ellas.
Allí le contaron que habían tomado el maíz de un monte donde daban todas las cosas de comer, que no estaba lejos, pero estaba prohibido.
Hay cosas, como el aire y la luz, que les pertenecen a todos por igual.
Aquel hombre pensó que el maíz debía ser de todos, como la luz y el aire, y a pesar de que estaba prohibido, fue a tomarlo del monte que le indicaron las hormigas rojas.
De allí lo tomó y se lo llevó luego a los poderosos; éstos lo recibieron, lo molieron, cocieron la masa así formada y la pusieron en la boca de las gentes, que sintieron gusto y fuerza al comerla.
Cuando nuestros antepasados les contaban este cuento, las niñas y niños de antes aprendían que toda la gente, por pobre que fuera, debía tener algunas tortillas para comer, lo mismo que tenía luz para ver y aire para respirar.
Eso deben saberlo también ustedes, y también deben compartir su comida con quienes, por ser más pobres que ustedes, no la tienen.
Rubén Bonifaz Nuño
(Córdoba (Veracruz), 12 de noviembre de 1923) es un poeta y clasicista mexicano.
Bonifaz Nuño nació en Córdoba (Veracruz) y estudió derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) entre 1940 y 1947. En1960, empezó a enseñar latín en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y recibió un doctorado en Arte y cultura clásica en 1970. Bonifaz Nuño ha publicado traducciones de las obras de Catulo, Propercio, Lucrecio: De la natura de las cosas, Píndaro, Ovidio: Metamorfosis, Arte de amar y Remedios del amor, Lucano, Virgilio: La Eneida y las Geórgicas, Julio César: Guerra gálica, Cicerón: Acerca de los deberes y otros autores clásicos al español. Su traducción de 1973 de la Eneida fue aclamada por la crítica.
Fue elegido miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua el 19 de agosto de 1962, tomando posesión de la silla V el 30 de agosto de 1963. Bonifaz renunció al cargo el 26 de julio de 1996. Fue admitido en el Colegio Nacional en 1972 con el discurso de ingreso "La fundación de la ciudad". Fue ganador del Premio Nacional de Literatura y Lingüística en 1974.
La Cilindra
Ella no tenía dueño. Tal vez no lo tuvo nunca. La encontraron los soldados allá por Huetamo, en un pueblillo caliente y gris, y desde entonces se “dio de alta” y se vino a correr mundo con la bola.
Se hizo amiga de todos: de los soldados, de las soldaderas y hasta del cabecilla. Todos le tenían cariño.
Por flaca, por encanijada, la llamaron la Cilindra. Siempre fiel, siempre alerta, como buena revolucionaria; en su hoja de servicios tenía anotada más de alguna acción de armas en la que tomó parte tan activa como los hombres, como las mujeres. Nunca conoció el miedo y ante el enemigo se ponía furiosa, tan furiosa que hubiera sido difícil vencerla a ella sola. Después de los combates se le oía aullar por las noches en el campo abandonado. Cuando un soldado enfermaba era la Cilindra su mejor compañera, y nunca se le pudo acusar de traición.
Una vez el cabecilla, aquel hombre de bronce, recio, altanero, bueno, estuvo a punto de saldar sus cuentas con la vida. Los mosquitos de tierra caliente son malos. Cogió una fiebre palúdica que lo tumbó por mucho tiempo. Y allá estuvo la Cilindra con él, sin comer, sin beber, perdidos en una de las cuevas del cerro… y fue la pobre Cilindra quien, una noche en que el cabecilla casi agonizaba, llegó hasta el plan y buscó a los soldados, y los llevó al lugar donde el jefe se estaba muriendo. Ellos le trajeron médico y agua. En poco tiempo estuvo sano. Sólo entonces lo abandonó la Cilindra.
Al
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