Cuentos Variados
Enviado por Rehidan • 18 de Septiembre de 2011 • 2.247 Palabras (9 Páginas) • 685 Visitas
1- Erótico
RELOJ DIGITAL
Alberto Herrera
La noche del sábado se recostaba en el amanecer y una agradable brisa refrescaba su figura recortada en la penumbra. El cabello oscuro de Marta golpeó en el rostro del sujeto, pegado a sus espaldas. Lo sintió intensamente, echó atrás la cabeza e inspiró con fuerzas el tibio aliento en su cuello. Se dejó llevar por el fuego, por sus gruesos labios, que la sorprendieron besando su nuca desnuda.
Prisionera entre sus brazos, se abandonó al enorme cuerpo que la succionaba por detrás. Cerró los ojos, eróticamente transformada por ese extraño aparecido en el parking. Volteó hacia él, los cuerpos se acoplaron buscando sus deseos. Lo miró a los ojos y no creyó haberlo visto antes, pero intuyó la confianza en sus negros cristales. Lo besó con pasión, sumergiendo su pequeña lengua en las profundidades de su inmensa boca, ambas se abrazaron bañadas en un néctar de saliva.
Sus labios se juntaron en un eterno beso, para los que miraban atónitos en el estacionamiento. Algunas risas y bromas se escucharon, separando por un momento a la apasionada pareja. Bastó su hermosa mirada para invitarlo a subir. Con prisa cerraron las puertas del pequeño automóvil, que retumbaron en el concurrido lugar. Marta encendió el motor, dejando ver con gracia sus hermosos muslos dorados, aumentando aún más el desatado fuego.
El vehículo se puso en marcha, retrocediendo al ancho pasillo. No sabía a donde ir, pero tenía prisa, algo le avisaba que no había mucho tiempo. Hundió el pie en el acelerador, llegando rápidamente a la calle y giró hacia la derecha rechinando los frenos. Hundió nuevamente el pedal, la velocidad alcanzó al máximo. Estaba enloquecida, en un vértigo que aumentaba con sus deseos. Enfiló por la avenida hacia arriba y sintió la mano que subía por su muslo acariciándola suavemente. Se dejó invadir, encantada por la inesperada visita.
Los dedos del hombre juguetearon con sus rizados bellos, que escapaban del diminuto calzón y se colaban hacia adentro, rozando los labios mojados de su vulva. El fluido caliente se deslizaba subterráneo lubricando su vientre, emanaba en ráfagas eróticas impregnando el reducido aire del vehículo. Casi perdió el control del auto, cuando el dedo tocó los mojados labios de su vagina, empapados en el jugo que la bañaba por dentro.
Se encogió un tanto, sintiendo la pequeña estocada del intruso, que la penetró con delicadeza. El dedo bajó un poco y logró llegar al clítoris, que esperaba impaciente su llegada. El intruso atacó de nuevo y el erguido clítoris se tensó al máximo, explotando de lujuria. Deliró en el volante, cuando vio la luz roja del semáforo que se le venía encima.
El coche se detuvo. Los dedos del extraño seguían jugueteando en su vientre, bañado en el placer delicioso de las caricias. La luz verde reinició la marcha, mientras él se sentó en el piso, instalando su negra cabeza sobre los muslos desnudos de Marta. Osadamente besó sus nalgas y avanzó hacia arriba, deslizando la barba de tres días por su delicada piel.
Un vientecillo caliente entró por su exquisita concha, recibiendo los besos enloquecidos de la enorme boca que jugueteaba con su húmedo calzón. Los jugos corrían desenfrenados en sus entrañas, lubricando su incendiada caverna. Besó por encima el ardiente fruto, emborrachado por el erótico aroma que respiraba y tiró hacia abajo con los dientes la diminuta prenda.
La avenida llena de luces pasaba a toda velocidad. Giró violentamente a su derecha rechinando los fatigados frenos del automóvil y entró por la callecita lateral que estaba en penumbras. Hundiendo el pie con fuerza aceleró entre los árboles oscuros, que la recibían en esa noche de delirio. Avanzó rápidamente por el sombrío pasaje encontrando por fín un sitio seguro para detener la vertiginosa carrera de su auto y dar rienda suelta a sus incontrolables deseos.
El estridente sonido del reloj digital irrumpió en su cuarto, apagando abruptamente la fogosa ilusión. Marta remoló unos instantes entre las húmedas sábanas de su cama y trató de aferrarse al último hilo de recuerdo, pero éste se le escurrió, entre los recodos de la somnolienta memoria.
2- Suspenso
CITA CON EL VERDUGO
Ariel Díaz
Miedo. Temblor en las piernas, en las manos. Debo ir, me está esperando. Avanzo a su encuentro, dientes apretados. Con ganas de volverme, de no hacerle frente.
Entro a su cubil. Ganchos, fierros, instrumentos de tortura. Su sonrisa me golpea. Me observa con fijeza. Mirada maldita, de goce, de verdugo. En el potro de tormentos quedo a su merced, indefenso, desoladamente solo. Pequeño, vislumbro desde abajo su figura inmensa. Abro la boca, sin voz, entregado. Los ojos terribles detrás de la intensa luz que hiere mis pupilas. Reflejos atávicos me instan a la huida. No aguanto la luz, no aguanto su mirada. Cierro los ojos, me aíslo en mi pequeño y sufriente mundo. El corazón no es mío y resuena loco. Locos los latidos y los ruidos metálicos. Retumban y retumban. Contraigo los músculos. Cierro los puños, dispongo mi defensa.
La aguzada punta penetra en mis carnes. Desorbitado, vencido, clavo las uñas en mis palmas. Me duelen. Quiero que duelan, no pensar en el terrible puntazo. Para no gritar. Gimo con vergüenza. La punta entra más, y más... Hasta el hueso. El metal abandona la herida. Escupo sangre.
Me retraigo, no veo, no pienso. Me relajo un segundo. Sólo uno. El acero vuelve a atravesar, a lastimar carnes laceradas. Mis uñas se hunden, penetran. No quiero gritar. Ni gemir. Descubro su sonrisa sádica detrás de la mano criminal y la luz torturante.
El metal es retirado. Imagino el hueco hemorrágico. Vuelvo a escupir sangre. Aflojo la tensión. Me siento mareado, ultrajado, terminado. Ruido de utensilios metálicos al servicio del dolor. El tiempo, interminable. En la nuca, un viento frío. Una baba viscosa escapa de mis labios insensibles. No quiero ver, no quiero pensar. Náufrago de mi suerte. Suerte perra. De mi destino, que avanza inexorable. Sobre mí, a través de mí. Que me pisa, me aplasta, me hiere. Como a una cosa, un pelele, un muñeco que se va desarticulando.
Alcanzo a percibir una sombra y un reflejo metálico a través de mis párpados. Abro la boca sangrante como en una arcada final. Ruido de algo que se desgarra y se desprende. Algo mío, algo adentro. La sangre invade mi boca. Un chorro, un manantial... Los ojos abiertos, grandes. Escupo. ¡Todo terminó!
Delante de su tortuosa sonrisa triunfal, observo una pinza brillante que expone, como preciado trofeo, la maldita muela.
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