DE LA PEDAGOGÍA AL SABER Y DE LA EDUCACIÓN AL NEGOCIO POLÍTICO

Hablar de la educación en Colombia es remitirse a un pasado histórico marcado por las tendencias de otras épocas y tradiciones que han impactado la forma de concepción de la pedagogía en nuestro país. Esto dará la entrada triunfal a marcos de referencia que no están claros y que no nos permiten dirigirnos a un referente apropiado que dé lugar a una estructura metodológica precisa; que determine una educación basada en la elocuencia de la pedagogía para nuestro país.

Si retomamos que la educación es acomodar al hombre al entorno en que ha nacido y transmitirle un presupuesto de valores y conocimientos propios de la sociedad a la que pertenece [Patiño 2003], se podría decir que la educación misma se ve deteriorada, por la ausente y poca adaptación que ha tenido en los últimos tiempos; así vemos como la pedagogía, de nuestro país, se ha dirigido a confundir y de cierta manera delimitar el saber.

“La educación no cambia al mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. Tomando esta frase de Paulo Freire, como referente, diríamos que la idea central de la educación es generar saberes y conocimientos autocríticos, para proporcionar libertad de los pensamientos nuevos; en pocas palabras, la necesidad de pensarse para fundar cambios en la sociedad. Por lo tanto esperaríamos que la educación formase un individuo pensante que le permita realizar cambios en los que la pedagogía se convierta en una reflexión práctica para la producción de nuevos paradigmas.

Sin embargo, vemos que estamos sumergidos en una educación que no nos permite pensar ni modificar tradiciones, y nos impone que continuemos siendo borregos de la pedagogía reformada por otras culturas, volviéndonos un ente entorpecedor de cambios significativos para una sociedad que no exige. No solo es la educación la que se ve en juego sino también la decadencia de un potencial intelectual que queda en la nada.

Si bien la educación llegó América en la época de la conquista, desde el inicio fue un monopolio, en el cual la iglesia era la encargada de educar y los padres de difundir “saberes”, siempre encaminados a intereses religión. No obstante, fue el tiempo y las reformas, los que permitieron que la política se convirtiera en el imperio que ahora se encarga de la educación, y que además la ha convertido en un negocio, que beneficia a pocos y que no muestra interés en formar seres autónomos, racionales y críticos.

Los monopolios de la educación se ven intervenidos también por la clase social, en donde unos cuantos surgen a partir de un estatus donde el prestigio como profesional no se mide por lo que saben sino por el lugar donde fueron educados, es como si su historia académica fuese lo que determinará el potencial que esta persona tiene como profesional o investigador; de esto se puede deducir que hablando de educación son mejores unas instituciones que otras no por el saber que brindan sino por un reconocimiento social.

Reconocimiento

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