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Despues Del Funeral


Enviado por   •  23 de Junio de 2014  •  2.813 Palabras (12 Páginas)  •  249 Visitas

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CAPITULO I

EL viejo Lanscombe, con su andar vacilante, fue de una habitación a otra subiendo las persianas. De vez en cuando sus ojillos de reumático miraban a través de los cristales.

No tardarían en volver del funeral. Se apresuró en su quehacer; ¡había tantas ventanas!

Enderby Hall era un vasto edificio victoriano construido según el estilo gótico. Algunas paredes todavía seguían tapizadas de seda descolorida. En todas las habitaciones las cortinas eran de rico brocado o terciopelo. En la sala verde, el viejo mayordomo contempló el retrato, colocado sobre la chimenea, de Cornelio Abernethie, que hizo construir Enderby Hall. Cornelio Abernethie tenía una barba castaña que denotaba agresividad, y su mano reposaba sobre un globo terráqueo, no sabemos si por capricho suyo o como un símbolo escogido por el artista.

Debió de ser un hombre violento, y por eso el viejo Lanscombe se alegraba de no haberle conocido en vida. Mister Ricardo fue su amo, y un buen amo. Había muerto de repente, aunque, claro, el doctor le estuvo atendiendo una corta temporada, pero no se rehizo del golpe que fue para él la muerte del joven señorito Mortimer. El anciano movió la cabeza mientras se apresuraba a penetrar en el boudoir blanco, Fue horrible... una verdadera catástrofe. Un caballero tan joven y lleno de salud. Nadie hubiera dicho que pudiera ocurrirle una cosa semejante. Había sido muy triste. Y mister Gordon, muerto en la guerra. Uno tras otro. Así es como suceden las cosas hoy en día. Había sido demasiado para el amo, y no obstante una semana antes estaba tan entero...

La persiana de la tercera ventana del boudoir blanco se negó a funcionar como debiera. Los muelles estaban flojos... eso es lo que pasaba... y eran muy viejos; como todo lo de aquella casa. Y no cabía esperar que los arreglaran. Demasiado anticuados, dirían moviendo la cabeza con aire de superioridad, ¡como si las cosas antiguas no fuesen mucho mejores que las modernas! ¡Él podía decirlo! La mitad de lo moderno era baratillo... y se rompía en la mano. El material no era bueno y los operarios tampoco. Oh, sí; él podía decirlo.

No iba a conseguir arreglar la persiana si no traía la escalera. No le gustaba tener que subirse a la escalera, pues le daba vértigo. De todas formas, de momento la dejaría así. No importaba, puesto que aquella ventana no correspondía a la fachada de la casa, donde hubiera podido ser vista cuando los coches regresaran del funeral... Ni tampoco ocupaba nadie aquella habitación en la actualidad. Era una habitación propia para una mujer, y hacía mucho tiempo que Enderby no tenía señora. Era una lástima que el señorito Mortimer no se hubiera casado. Siempre estaba en Norway, pescando, de caza en Escocia o en Suiza practicando deportes de invierno, en vez de casarse con alguna hermosa joven, sentar la cabeza y llenar la casa de niños. Hacía mucho tiempo que no había ninguno en ella.

Y en la mente de Lanscombe apareció con toda claridad un tiempo muy lejano... con mucha más claridad que aquellos últimos veinte años, que recordaba muy confusamente, y apenas podía decir quiénes salieron y entraron y qué aspecto tenían. Pero de los viejos tiempos sí que se acordaba bastante bien.

Mister Ricardo había sido como un padre para sus hermanos y hermanas menores. Contaba veinticuatro años a la muerte de su padre, y tomó las riendas del negocio y el gobierno de la casa, procurando que nada faltase. Fue una mansión feliz donde fueron creciendo aquellos niños y niñas. Claro que de vez en cuando también hubo peleas, y las señoritas de compañía lo pasaron bastante mal. ¡Pobres criaturas, las institutrices! Lanscombe siempre las había despreciado. Las niñas tuvieron mucho carácter, en particular la señorita Geraldina, y la señorita Cora también, aunque era mucho más joven. Y ahora el señorito Leo había muerto y miss Laura también. Timoteo estaba inválido, la señorita Geraldina muriéndose en cualquier lugar del extranjero, y el señorito Gordon muerto víctima de la guerra. A pesar de ser el mayor, mister Ricardo resultó el más longevo, sobreviviéndolos a todos... a casi todos, pues mister Timoteo vivía, lo mismo que Cora, que se había casado con un artista, un sujeto desagradable. Veinticinco años atrás, cuando se fugó con aquel individuo, era una joven bonita, y ahora apenas la hubiera conocido, tan mayor y obesa... y vistiendo de un modo tan complicado. Su esposo era francés, o casi francés... y no se ganaba nada casándose con uno de ellos. Pero la señorita Cora siempre había sido bobalicona, como dicen en los pueblos. En todas las familias hay un ser así.

Ella le había reconocido en seguida.

—¡Pero si es Lanscombe! —dijo, muy contenta al verle, al parecer. Ah, en aquellos tiempos, todos le querían y siempre que se celebraba una reunión, se escurrían hasta la despensa y él les daba jalea y crema de leche con bizcochos que sobraban de la mesa. Todos conocían entonces al viejo Lanscombe, y ahora apenas si alguien le recordaba. Sólo el grupo de jóvenes que nunca pudo recordar con claridad y que pensaba en él como en el mayordomo que llevaba allí tantos años. Todos extraños, pensó cuando llegaron para asistir al funeral... ¡Y vaya unos descamisados!

La señora viuda del señorito Leo, no... ella era distinta. Desde que se casó con él habían estado algunas veces en la casa. Era muy agradable y una verdadera señora. Vestía adecuadamente, sabía peinarse y daba la impresión de lo que era en realidad. Su amo siempre la quiso. Lástima que no hubieran tenido hijos...

Lanscombe dio un respingo; ¿qué estaba haciendo allí parado, soñando en tiempos pasados, con tanto como había por hacer? Ya estaban levantadas todas las persianas de la planta baja y ordenó a Juanita que subiera a disponer los dormitorios. Juanita, la cocinera y él, habían asistido ya a los funerales, pero en vez de ir al cementerio habían regresado a la casa para disponer la comida. Naturalmente, tendría que ser un lunch frío. Jamón, pollo, lengua y ensalada, y como postres tarta de manzana y limonada. Primero, sopa caliente... Sería mejor que fuese a ver lo que Marjorie había preparado, porque no tardarían más de uno o dos minutos en llegar.

Lanscombe emprendió un trotecillo arrastrando los pies. Su mirada abstraída se detuvo unos instantes en el retrato que estaba sobre la chimenea... el compañero del de la salita verde, Era una bella pintura reproduciendo raso y perlas, pero el ser humano que recubrían no era muy impresionante. Facciones suaves, boca de niña y el cabello partido sobre la frente. Una mujer modesta y sencilla. La única cosa digna de mención respecto a la esposa de Cornelio Abernethie había sido su nombre: Coralia.

Después de sesenta años de existencia, los parches

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