EL ABRIGO NEGRO
Enviado por percytarma • 7 de Julio de 2013 • 1.167 Palabras (5 Páginas) • 1.946 Visitas
CUENTO:
“EL ABRIGO NEGRO”
SEUDÓNIMO:
“EL NARRADOR”
EL ABRIGO NEGRO
Seudónimo: El Narrador
Vivía no hace mucho tiempo en un pueblo cercano de aquí, una pareja de esposos felices. A simple vista el hombre parecía ser, padre de la mujer, por las canas y las arrugas que cubrían su cabeza y su rostro. Él se sentía achacado de muchas enfermedades que aquejaba su edad avanzada, ya sea en el corazón, en los pulmones, en el hígado o en los riñones. Solamente le funcionaba casi a la perfección su sexo. Por eso, la mujer le cuidaba con esmero y dedicación.
Un día el viejo quiso premiar esta abnegación que le prodigaba su mujer. Y le compró en el mejor bazar del pueblo, un finísimo y caro abrigo negro de piel. Luego, pensó, cómo se sentiría su esposa al ver este regalo. Y sonriendo feliz regresó a su casa con la prenda en sus manos en vuelta en un colorido papel de regalo.
La mujer como siempre le recibió con besos y abrazos.
- Amor mío, hoy te tengo una sorpresa que darte – dijo sonriente y risueño, el vejete.
- ¿Qué será, amado mío? – contestó, la mujer sorprendida mirándole a él y al paquete que portaba, y al hacerlo coqueteó con ademanes sensuales, que le encantaba recibir al viejo.
- Primero entremos al dormitorio, cariño mío – exclamó risueño, el dueño de casa.
Ya en la alcoba la mujer desesperadamente descubrió el regalo, y al verlo quedó sumamente fascinada del abrigo negro de piel. Y cuando quiso ponerse, el esposo le detuvo, diciéndole:
- Amor mío, no te lo pondrás por ahora; sino el día que yo muera, ese día la estrenarás, como la viuda de Gonzales Peralta. De ese hombre que fue afortunado de haberte tenido como esposa, al ser más bello de este pueblo.
- ¿Por qué, dices sandeces, amorcito? Tu vivirás muchos años más, y quizás primero me entierras a mí – reaccionó ella.
- No creo, que sea así, amada mía. Mientras tú disfrutas la primavera de tu vida, yo vivo el otoño de mi existencia. ¡Guárdalo el abrigo en tu ropero, hasta el día de mi partida?
La mujer quedó desconsolada, con ganas de ponerse el abrigo; pero obedeciendo la orden de su esposo, lo guardó.
Desde ese día, a ella le nació la obsesión de ponerse la prenda y salir a la calle a exhibirla. Querría escuchar de boca de sus amistades, que le digan: ¡Oh, qué lindo abrigo tienes! ¿Cuánto te h costado, ese abrigo finísimo? ¡Qué bien te cae, ese abrigo! “¡Estás más preciosa con ese abrigo!” Y tantas otras expresiones más.
Hasta había perdido el apetito y el sueño con ese pensamiento.
El amor que le tenía a su esposo comenzó a disminuir. Y pensaba: “¿Cuándo morirá este viejo, para ponerme ese abrigo? Aunque sea, hoy mismo debe de estirar las patas.
En su cuarto se paseaba mucho tiempo observando y acariciando el abrigo negro de piel. Había descuidado su salud y la de su marido, aunque el viejo se sentía un roble, como se dice, estaba vivito y culeando, perdón, digo, coleando.
Hasta que una mañana, el anciano amaneció muerto sobre su cama. La noche anterior estaba bien de salud. La fisonomía del cadáver parecía como si hubiese luchado por su vida.
La viuda contenta por este acontecimiento se levantó raudamente y se dirigió al ropero. Por fin, puedo ponerse el abrigo negro de piel, feliz se miró en el espejo,
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