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EL PROGRESO EN LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD


Enviado por   •  30 de Agosto de 2014  •  7.896 Palabras (32 Páginas)  •  299 Visitas

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EL PROGRESO EN LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD

La palabra progreso proviene del latín progressus y el Diccionario de la Real Academia Española le concede dos acepciones: por un lado, «la acción de ir hacia adelante»; y por otro «aumento, adelantamiento, perfeccionamiento». Asimismo, se considera progresismo a la «actitud de favorecer el progreso». Y progresar es «avanzar, mejorar, hacer adelantos alguien o algo en determinada materia».

En el lenguaje común se entiende por progreso la acción o el efecto de crecer y mejorar. Significa todo un avance o un adelanto producido en el curso del tiempo. Es decir, prevalecen los usos estimativos o valorativos en el sentido de ir a más y mejor: «Fulano ha hecho grandes progresos en su profesión». Entonces progreso y progresar adquieren una connotación intencional y sugieren una línea de logros sucesivos, e incluso prevén la consecución de metas ulteriores.

La idea de progreso nace en el mundo moderno y se constituye en uno de los referentes más importantes del pensamiento occidental, desde el siglo XVIII. La idea de progreso ha formado parte del alma colectiva y ha determinado, en gran parte, el pensar y actuar del hombre moderno. En palabras de Guizot, el rasgo distintivo de la civilización es el progreso; esto es, la sociedad actual cree en el progreso, quiere el progreso y considera el progreso como la marca y la medida de la civilización. Tanto es así, que el progreso parece un movimiento real y cotidiano más que una idea. La mayor parte de la gente de todo el mundo vive siguiendo un modelo mental del mundo al que llama progreso. A la hora de realizar un recorrido histórico, sólo cabe destacar algún aspecto de este complejo y accidentado término. En primer lugar, es preciso decir que la noción de progreso es sumamente moderna. No todas las culturas han conocido la idea de progreso, ni en las culturas que se han conocido se ha tenido siempre conciencia de él. Es lo que sucede con la cultura occidental: al comienzo, los cambios sociales y culturales son interpretados bajo la forma del movimiento circular: «No sucede nada nuevo bajo el sol», nos dice el Eclesiastés. Para el hombre de la Edad Media, la vida no puede ni debe tener otras manifestaciones que las que tiene y, por tanto, no se buscan ni apetecen innovaciones. El hombre medieval se sabía incluido en un orden universal, que le aparece como fijo, inmutable y divino. Es toda una concepción estática, ya que no conoce la idea de progreso. Es con el Renacimiento cuando el hombre europeo vive un afán de cambio. Cambio que implica la idea de mejoramiento. Otros, sin embargo, no reconocen el Renacimiento como un progreso sino como un retorno a los maestros griegos y latinos.

Es en la época de la /Ilustración, a través de hombres como Lessing, Vico, Leibniz, Kant y Hegel, como se va pergeñando la creencia en el progreso. Desde esos momentos, la historia de la humanidad puede desplegarse como un progreso; puede pensarse como una educación del género humano, o como una serie de estadios que, al sucederse, se superan y, al superarse, se perfeccionan. Desde comienzos del siglo XIX, el hombre se ha puesto sin condiciones al servicio de la idea de progreso (como anhelo de la humanidad hacia el bienestar y la dicha), tendiendo a legitimar a través de ella los objetivos temporales de su actividad. El progreso es el dogma esencial de todo el racionalismo moderno y, al confundirse con la idea de la dicha general y el humanitarismo, se convierte en el gran estímulo y la gran esperanza de los pensadores y los reformadores del /liberalismo. Faguet divide en dos grupos a los teorizantes de la idea del progreso, a saber: los que creen en un progreso absolutamente continuo, y los que creen en un progreso con regresiones. La mayor parte de los pensadores, desde el siglo XVIII, han coincidido en la /creencia en una marcha progresiva de la sociedad. Turgot fue el primero en concebir lo que posteriormente A. Comte formuló como la «ley de los tres estadios» en su Cours de philosophie positive. Según esta ley, la humanidad se eleva desde un estadio mítico-religioso, a través del metafísico filosófico hacia el estadio positivo, en el cual tan sólo sirve como orientación la ciencia fundada exclusivamente en el conocimiento racional: «No hay que vacilar –dice Comte– en colocar en primera línea la evolución intelectual, como principio necesariamente preponderante del conjunto de la evolución de la Humanidad». Sin embargo, Buckle no creía para nada en la posibilidad de perfeccionamiento moral de la Humanidad. Su escepticismo le lleva a no ver más que modificaciones insignificantes. Leibniz profesaba la creencia en el progreso, primero como aplicación del principio de continuidad, y segundo, como consecuencia del optimismo que le lleva a decir que «al fin y al cabo, todo conspirará a lo mejor, en general». Por su parte Kant nos dice que «mediante la lucha y el esfuerzo, todas las facultades humanas han de perfeccionarse, siendo, de esta suerte, el progreso moral la fuente de los demás, y que las conquistas de cada generación aprovechan a las generaciones venideras». Más compleja es la comprensión filosófico-histórica del progreso de Hegel. Para este, el progreso consiste en el despliegue dialéctico de la razón misma. La /historia sería la realización en el tiempo de los planteamientos antagónicos contenidos en el concepto racional, posiciones seguidamente superadas en síntesis de orden superior. Hegel coloca también el punto principal en el progreso espiritual y caracteriza la historia universal como un «progreso en la conciencia de la /libertad».

El progreso intelectual era, para Condorcet, la causa y el instrumento de un desarrollo continuado de la riqueza, la moralidad y la felicidad humanas, constituyendo así el progreso absoluto.

Los socialistas como Saint-Simon, Fourier... son verdaderos entusiastas de la idea de progreso. Marx recalca el carácter dialéctico del progreso (conflictos, /guerras...) como estimulante del proceso progresivo. A mediados del siglo XIX la idea de progreso pasa a fundamentarse en la nueva doctrina darwiniana. El promotor de esta tendencia fue H. Spencer, que tuvo su principal adversario en Schopenhauer. Spencer afirma que la civilización es una evolución, o sea «el progreso de una homogeneidad indefinida e incoherente hacia una heterogeneidad definida y coherente». Para Spencer la lucha por la existencia, a medida que se intensifica, empuja al hombre a nuevos esfuerzos e inventos. Schopenhauer y los suyos consideran que «el pretendido progreso de la humanidad, no disminuye, antes bien aumenta el cúmulo de sus padecimientos y dolores, ya que el conocimiento más claro de las cosas, la reflexión, (...) dan al hombre una conciencia más clara de su sufrimiento, haciendo que este sea más agudo». A la creencia ininterrumpida de progreso,

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