El Buscón
Enviado por vazleron • 11 de Marzo de 2014 • 981 Palabras (4 Páginas) • 254 Visitas
Capítulo I:En que cuenta quién es el Buscón.
Yo, señora, soy de Segovia; mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del
mismo pueblo; Dios le tenga en el cielo. Fue, tal como todos dicen, de oficio barbero,
aunque eran tan altos sus pensamientos que se corría de que le llamasen así,
diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy
buena cepa, y según él bebía es cosa para creer.
Estuvo casado con Aldonza de San Pedro, hija de Diego de San Juan y nieta
de Andrés de San Cristóbal. Sospechábase en el pueblo que no era cristiana vieja,
aun viéndola con canas y rota, aunque ella, por los nombres y sobrenombres de sus
pasados, quiso esforzar que era decendiente de la gloria. Tuvo muy buen parecer
para letrado; mujer de amigas y cuadrilla, y de pocos enemigos, porque hasta los
tres del alma no los tuvo por tales; persona de valor y conocida por quien era.
Padeció grandes trabajos recién casada, y aun después, porque malas
lenguas daban en decir que mi padre metía el dos de bastos para sacar el as de
oros. Probósele que a todos los que hacía la barba a navaja, mientras les daba con
el agua levantándoles la cara para el lavatorio, un mi hermanico de siete años les
sacaba muy a su salvo los tuétanos de las faldriqueras. Murió el angelico de unos
azotes que le dieron en la cárcel. Sintiólo mucho mi madre, por ser tal querobaba a
todos las voluntades.
Por estas y otras niñerías estuvo preso, y rigores de justicia, de que hombre
no se puede defender, le sacaron por las calles. En lo que toca de medio abajo
tratáronle aquellos señores regaladamente. Iba a la brida en bestia segura y de buen
paso, con mesura y buen día. Mas de medio arriba, etcétera, que no hay más que
decir para quien sabe lo que hace un pintor de suela en unas costillas. Diéronle
docientos escogidos, que de allí a seis años se le contaban por encima de la ropilla.
Más se movía el que se los daba que él, cosa que pareció muy bien; divirtióse algo
con las alabanzas que iba oyendo de sus buenas carnes, que le estaba de perlas lo
colorado.
Mi madre, pues, ¡no tuvo calamidades! Un día, alabándomela una vieja que
me crió, decía que era tal su agrado que hechizaba a cuantos la trataban. Y decía,
no sin sentimiento: -En su tiempo, hijo, eran los virgos como soles, unos amanecidos
y otros puestos, y los más en un día mismo amanecidos y puestos. Hubo fama que
reedificaba doncellas, resuscitaba cabellos encubriendo canas, empreñaba piernas
con pantorrillas postizas. Y con no tratarla nadie que se le cubriese pelo, solas las
calvas se la cubría, porque hacía cabelleras; poblaba quijadas con dientes; al fin
vivía de adornar hombres y era remendona de cuerpos. Unos la llamaban zurcidora
de gustos, otros, algebrista de voluntades desconcertadas; otros, juntona; cuál la
llamaba enflautadora de miembros y cuál tejedora de carnes y por mal nombre
alcagüeta. Para unos era tercera, primera
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