El Cielo Sufre

El cielo sufre, sufre y sufre. Sufre porque le hacemos sufrir. Sufre del perverso rastro que dejamos, sufre por nuestro pensamiento, sufre, simplemente por nuestra inicua presencia. Y sufre, y no deja de sufrir. Derramando lágrimas cada vez más fuertes, cada vez más potentes, unas lágrimas que caen con fuerza hacia la tierra sucia, pero se vuelven débiles al encontrarse con el suelo, se disipan en él y dejan de existir. Mas su sufrimiento es tan potente y tan magno, que todas ellas se unifican creando un poderoso río de dolor, que recorre todos las infestos callejones y pasos, con el designio de poder purificar nuestros estigmas de males y dolencias que perduran en ellos, sin embargo, lo conseguido es acorralarnos dentro de nuestros hogares impidiéndonos el paso al exterior al que dañamos. Y el cielo sufre, sufre y sufre, y sus gemidos nos quiere hacer escuchar. Unos estrepitosos gemidos; fuertes, llenos de ira, vociferan a través del fuerte viento ahogador, para poder presenciar su dolor hasta a los que ver no pueden; pero sí oír. Y el cielo, no solo sufre, sufre y sufre, también está indignado. Indignado con nosotros, nosotros que repudiamos su angustia y seguimos con nuestros actos y conductas, con dejadez y desinterés hacia la pena que nos quiere transmitir. Y sigue derramando lágrimas de dolor, cada vez más fuertes, cada vez más potentes, porque consciente es de nuestra inercia. Consiente, y poderoso. Con un poder mayúsculo, siendo su ira aun más. Su paciencia ya no lo es tanto, y rayos de furor y cólera se hacen visibles en el oscuro cielo. Rayos grandes y majestuosos; bonitos para él, molestos para nosotros. Rayos de miedo, son para los críos, rayos de rabia son para él. Lluvia, truenos, rayos, son corrientes y vulgares fenómenos de la naturaleza para el ser humano; no obstante, son síntomas de dolor y sufrimiento del cielo.

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