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El Fantasista


Enviado por   •  27 de Agosto de 2014  •  2.565 Palabras (11 Páginas)  •  643 Visitas

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Resumen del libro

Capítulo Primero

En este capítulo, los escasos habitantes de El idilio y un puñado de viajeros que venían de las cercanías se reunieron en el muelle, esperando ser atendidos por el dentista Rubicundo Loachamín, que calmaba los dolores de los pacientes con una extraña anestesia oral.

Mientras tanto a lo lejos se divisaba la pequeña tripulación del Sucre, que traía consigo racimos de banano verde y café en grano. Este zarparía del Idilio, apenas el dentista terminase su labor y luego navegaría las aguas del río Nangaritza para luego desembocar en el Zamora, y luego de cuatro días arribar al puerto del Dorado.

El doctor Loachamín visitaba el Idilio dos veces al año, al igual que el empleado de correos, quién raramente llevaba correspondencia a algún habitante.

Los únicos contentos en la cercanía de la consulta eran los jíbaros, que eran indígenas rechazados por su propio pueblo. Existía una gran diferencia entre un Shuar orgulloso quién conocía muy bien el Amazonas, y un Jíbaro, como los que estaban en El Idilio esperando la atención del dentista.

Después de atender al último paciente, el dentista se sintió muy aliviado y se encaminó hacia el muelle donde encontraría a su viejo amigo José Bolívar Proaño. En eso dos canoas se acercaban, y de una de ellas se asomaba la cabeza de un hombre muerto.

Capítulo Segundo

En este capítulo aparece en acción el Alcalde, quien era la máxima autoridad y representante de un poder demasiado lejano como para provocar temor, era un individuo obeso que sudaba sin descanso. Decían los lugareños que la sudadera le empezó apenas el llegó al Idilio, ganándose el apodo de la Babosa.

Sólo sudaba, y su otra ocupación consistía en administrar la cerveza al pueblo. El alcalde no bebía agua ardiente como los demás lugareños. Él llegó al pueblo con la manía de cobrar impuestos por razones misteriosas. El anterior Alcalde, fue un hombre muy querido por el pueblo, ya que su lema era “vive y deja vivir”. El murió luego de tener un problema con unos buscadores de oro, y fue encontrado a los dos días con la cabeza abierta a machetazos y devorado por las hormigas.

Cuando el alcalde llegó al muelle, ordenó subir el cadáver. El era un hombre joven, rubio y de contextura fuerte. El Alcalde culpó a los Shuar de matar al hombre, luego sacó un revólver y apuntó a los indígenas.

Entonces se escuchó una voz que dijo que no era una herida de machete ésta voz era de Antonio José Bolívar, el viejo se acerco al cadáver y dijo que era un zarpazo de tigrillo, un animal adulto lo mató.

El alcalde miraba extrañamente a los Shuar, al viejo a los lugareños, al dentista, y no sabía como explicar lo sucedido. Los indígenas apenas vieron las pieles saltaron a sus canoas y se marcharon para avisar en su caserío de la peligrosa hembra, quien buscará sangre en los poblados. Esto alertó mucho a los pobladores, quienes se pusieron en guardia.

Más tarde unos hombres transportaron el cadáver que se encontraba en las tablas del muelle. En ese momento subieron el cajón a bordo. Las campanadas del sucre anunciaban la partida, lo cual los obligó a despedirse. El viejo permaneció en el muelle hasta que el barco desapareció tragado por una curva del río, se quitó su dentadura postiza y se dirigió a su choza.

Capítulo Tercero

Antonio José Bolívar Proaño sabía leer, pero no escribir. A lo más, lograba escribir su nombre. Cuando debía firmar leía lentamente, juntando las sílabas, susurrándolas a media voz como si las paladeara.

Vivía en una choza de unos diez metros cuadrados en los que ordenaba el escaso inmobiliario.

Conoció a Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo de niño en San Luis, un poblado serrano. Tenían trece años cuando los comprometieron. El matrimonio de niños vivió los primeros tres años de pareja en casa del padre de la mujer, un viudo, muy viejo, que se comprometió

testar a favor de ellos a cambio de cuidados y de rezos.

Al morir el viejo, heredaron unos pocos metros de tierra, insuficientes para el sustento de una familia. El hombre cultivaba la propiedad familiar y trabajaba en terrenos de otros propietarios. La mujer no se embarazaba. Antonio José Bolívar Proaño intentaba consolarla y viajaban de curandero en curandero probando toda clase de hiervas. Fue así como decidieron abandonar la sierra y poco antes de las festividades de San Luis reunieron las pocas pertenencias, cerraron la casa y emprendieron el viaje para llegar hasta el puerto fluvial de El Dorado. Luego de una semana de viaje, esta vez en canoa, arribaron a una esquina del río. La única construcción era una enorme choza de calaminas que hacía de oficina, bodega de semillas y herramientas, y vivienda de los recién llegados colonos. Eso era El Idilio. La pareja se dio a la tarea de construir precariamente una choza. Trabajando desde el alba hasta el atardecer arrancaban un árbol, unas lianas; luego se les terminaron las provisiones y no sabían que hacer.

Los Shuar, compadecidos, se acercaban a echarles una mano. Pasada la estación de las lluvias, los Shuar les ayudaron a desbrochar laderas de monte, advirtiéndoles que todo era en vano. Al llegar la siguiente estación de las lluvias, los campos se vinieron abajo.

Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo no resistió el segundo año y se fue en medios de fiebres altísimas, consumida hasta los huesos por la malaria. Antonio José Bolívar Proaño supo que no podía regresar al poblado serrano. Aprendió el idioma Shuar participando con ellos de las cacerías, también aprendió a valerse de la cerbatana, silenciosa y efectiva en la caza, y de la lanza frente a los veloces peces y a los cinco años de estar allí supo que nunca dejaría aquellos parajes. Un día, entregado a la construcción de una canoa resistente, definitiva, escuchó el estampido proveniente de un brazo del río, corrió al lugar de la explosión y encontró a un grupo se Shuar llorando. Le indicaron la masa de peces muertos en la superficie y al grupo de extraños que desde la playa les apuntaban con armas de fuego. Los blancos, nerviosos ante la llegada de más Shuar, dispararon alcanzando a dos indígenas y emprendieron la fuga en su embarcación. El supo que los blancos estaban perdidos. Los Shuar tomaron un atajo, los esperaron en un paso estrecho y desde ahí fueron presas fáciles para los dardos envenenados. Uno agonizaba con el pecho abierto, era su compadre Nushiño.

Los Shuar empujaron la canoa y enseguida borraron sus huellas de la playa.

Capítulo Cuarto

Aquí se cuenta que después de cinco días de

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