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El fantasma Catherine Wells


Enviado por   •  24 de Septiembre de 2014  •  Tesis  •  1.695 Palabras (7 Páginas)  •  1.793 Visitas

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El fantasma Catherine Wells

Era una niña de catorce años y estaba sentada en una antigua cama de cuatro columnas, apoyada sobre unas almohadas, tosiendo un poco debido al resfrío y la fiebre que la mantenían allí. Se había cansado de leer a la luz de la lámpara y permanecía reclinada, escuchando los pocos sonidos que podía oír y mirando el fuego de la chimenea. De abajo, más allá del ancho pasillo bastante sombrío con pinturas de batallas navales, entraba a veces de la lejanía una ráfaga de música de baile. Primos, primos y más primos se encontraban abajo, y el tío Timothy, como anfitrión, lideraba la fiesta. Varios de ellos habían entrado alegremente en su habitación a lo largo del día, diciéndole que su enfermedad era "una lástima tremenda", que el parque "estaba maravilloso", y danzaban hacia fuera del cuarto nuevamente. Incluso tío Timothy fue de lo más bondadoso. Pero... allí abajo, toda la felicidad que la solitaria niña había anhelado tan desesperadamente durante más de un mes, corría como oro líquido.

Contempló como parpadeaban y caían las llamas del gran fuego de leños, detrás de la rejilla abierta de la chimenea. Hubo momentos en que tenía que apretarse las manos, para contener sus lágrimas; había comenzado a descubrir cómo hacerlo. Deseó que alguien viniera a verla. Tenía una campanilla a mano, pero no podía pensar en una excusa posible para hacerla tintinear. Deseó que hubiese más luz en la habitación. El fuego se encendía alegremente, pero cuando las llamas bajaban, las sombras bajaban desde el techo y se unían en los rincones. Quizá la señora Bunting, el ama de llaves de su tío, no tardase mucho en venir de nuevo a sentarse para hablar con ella.

La señora Bunting, muy probablemente, estaría más ocupada de lo habitual esa noche. Había muchas visitas, y había venido una celebridad, el actor Percival East. La entereza de la niña se había quebrado esa tarde cuando el tío Timothy le contó que East estaba en la casa. El tío estaba sorprendido: sólo otra niña podría haber entendido perfectamente lo que significaba que un simple resfrío impidiera conocer en persona a ese mítico héroe del teatro; otra niña se hubiera desbordado de alegría ante su audacia, llorado ante sus nobles gestos de renuncia, sentido felicidad -y un poco de envidia- ante el abrazo final con la mujer amada.

-¡Bueno, bueno, querida sobrina!- le había dicho el tío Timothy, palmeándola suavemente en el hombro, con gran pena-. No te preocupes. Si no puedes levantarte, le pediré que suba a verte. Te lo prometo.

"¡Qué increíble atracción que tienen sobre las niñas estos personajes!", dijo como para sí mismo.

El revestimiento de madera crujió, como suele pasar en las casas viejas. La niña era de esa clase de personas temerosas que no creen en fantasmas, y, sin embargo, desean con toda su alma no cruzarse nunca con uno. ¡Y hacía tanto tiempo que nadie la visitaba! Pasarían muchas horas, se dijo, antes de que la niña que dormía en la habitación de al lado se acostase; las dos piezas estaban comunicadas por una puerta, lo que le daba tranquilidad. Si hacía sonar la campana, pasarían un par de minutos antes de que alguien llegara desde los cuartos de la servidumbre, que se hallaban bastante lejos. Una de las mucamas pronto debería cruzar el pasillo, pensó, para arreglar los cuartos y agregar carbón al fuego de las chimeneas. Todo eso iría acompañado de una serie de ruidos que serían una distracción. ¡Cómo se aburría una en la cama! ¡Qué horrible, que insoportablemente horrible era estar atada a la cama, perdiéndose toda la alegre diversión de allá abajo! Ante este pensamiento, tuvo que tragarse una vez más las lágrimas.

Con una repentina ráfaga de ruido, un torrente de risas y aplausos, la pesada puerta al pie de la escalera se abrió y se cerró. Oyó unos pasos que subían y unas voces de hombres que se iban acercando. Era tio Timothy, que tocó a la puerta entreabierta.

-Entren -gritó contenta la niña.

Con él se encontraba un hombre de mediana edad, de expresión tranquila y cabello grisáceo. ¡Había mandado llamar a un médico!

-No le reconoce, señor East -señaló.

-Claro que sí lo reconozco -declaró valerosamente la niña y se incorporó, sonrojada por la excitación y la fiebre, los ojos brillantes y el cabello desgreñado. -¿Pero por qué estaban todos aplaudiéndole? -preguntó.

-Porque acabo de prometerles que les voy a dar un susto mortal -respondió el señor East.

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