Ensayo Empleabilidad
Enviado por alavarop • 21 de Noviembre de 2011 • 6.162 Palabras (25 Páginas) • 816 Visitas
ASPECTOS SOCIALES DE LAS GUERRAS CIVILIS EN COLOMBIA
Decir que el conflicto interno que sufre Colombia es el más antiguo de América y uno de los más viejos del mundo, es descubrir el Mediterráneo; también lo es, afirmar que se trata de una confrontación que hunde sus raíces en la alborada republicana, encadenada en una sucesión infinita de guerras hasta llegar a nuestros días, que en los últimos cuatro decenios ha adquirido una dimensión altamente compleja, difícil de entender y por ello de superar.
Sin embargo, hay que decirlo porque no obstante ser un conflicto centenario, durante mucho tiempo permaneció en un mar de olvido, inclusive en Colombia. Se trata de una guerra que por años pasó inadvertida para las elites gobernantes y los sectores urbanos nacionales, y que no se sabe exactamente cuándo empezó, como lo plantea Antonio Caballero . Hasta hace poco, para los franjas urbanas, en especial de las capas altas y medias de la población, el conflicto fue algo alejado de su realidad, vivido 'en la montañas de Colombia', y, por cuenta de los avances tecnológicos, sentían más cerca otras refriegas bélicas.
Esta reyerta, cualquiera sea su nombre: "violencia", "guerra civil no declarada", "conflicto armado interno", antes nunca representó un escollo para la economía, ni planteó serios problemas de gobernabilidad al Estado; la economía siempre creció por encima de la media latinoamericana y el régimen político gozó de fama de ser una de las democracias más estables de América Latina, pese a que, por largos años, casi cuarenta, Colombia vivió bajo Estado de Sitio, figura consagrada en la Constitución de 1886 para enfrentar guerras exteriores o conmociones internas, con suspensión de derechos políticos y garantías civiles. Ésta fue, quizá, la razón para que a muchos observadores internacionales les resultara indescifrable Colombia, y la definieran como un país de paradojas en donde se hablaba de guerra, pero ella no se sentía. Los turistas no salían del desconcierto al encontrar un país con una vida cotidiana normal, una sociedad alegre y optimista, cuya más grave objeción podría ser la ancestral inseguridad de su capital. Durante años el conflicto, o como quiera llamársele, fue una parte más del 'paisaje', y permaneció casi invisible e inaudible para millones de colombianos y para el mundo entero.
Intentaré contestar el interrogante que subyace en esta primera digresión. ¿Por qué, a pesar de ser un conflicto antiguo, permaneció olvidado por las elites gobernantes y vastos sectores nacionales, y dentro de la carpeta de los conflictos desdeñados del mundo?
Hay un testigo histórico, y de excepción, que puede ayudarnos a entender este hecho y es Manuel Marulanda Vélez , jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC-EP, quien dice, lo siguiente: " Ya son muchos los años que llevamos gateando en esta lucha... Pero yo creo que hemos tenido un enemigo, el peor de todos los enemigos. ¿Saben cuál ha sido? Hablo del aislamiento de esta lucha, que es peor que aguantar hambre por una semana seguida. Entre ustedes los de la ciudad y nosotros que hemos estado enmontados, hay de por medio una gran montaña. Las voces de ustedes, las voces de nosotros no se escuchan, pocas veces se hablan. No es una distancia de tierras y de ríos, de obstáculos naturales, no es la montaña atravesada. De nosotros es poco lo que se sabe entre ustedes, de ustedes es poca la historia que conocemos por aquí."
El testimonio de Marulanda muestra algo que es clave para terminar esta conflagración, me refiero al déficit de diálogo social que ha existido entre la Colombia urbana y la Colombia rural, entre las elites gobernantes y la ciudadanía, entre el país formal y el país real; consecuencia, en parte, de un arquetipo institucional que ha excluido de la política y de la economía a vastos conglomerados humanos, que nos ha legado una sociedad sin sólidos referentes de identidad en los que pueda reconocerse, profundamente fragmentada, con una cultura en la que predominan la desconfianza y el individualismo, pero además, absurdamente incapaz de concebir y alcanzar propósitos nacionales.
Esa falta de diálogo, esa falta de escucha, ha dificultado la comprensión del conflicto y sus raíces. Esta ha sido una de las razones para que la guerra permaneciera olvidada, sin constituir una prioridad para la Nación ni para las elites gobernantes, y explica porque, desde que se volvió importante, se ha pensado más en cómo terminarla que en cómo superar sus causas. El ex presidente liberal López Michelsen (1974-1978), por ejemplo, ha recomendado persistentemente derrotar primero a la guerrilla y dialogar después; y el líder conservador Gilberto Alzate Avendaño, clamaba en la década del 50, que lo importante no era la paz sino la victoria, y ahora, en las primeras horas del siglo XXI un pre candidato presidencial nos ofrece la fórmula mágica de un millón de milicianos y no la de las reformas. Esta es una equivocación irrepetible. La terminación de la guerra es fundamental, es una condición necesaria para la paz y la reconstrucción nacional, pero no suficiente para superar la violencia y las desigualdades, como lo demuestran las experiencias de paz en Centroamérica , en donde se terminó la guerra, pero la criminalidad, la violencia y el atraso se han perpetuado a niveles moralmente inaceptables.
No hablo de transformar a Colombia en un país modelo, justo y equitativo, como requisito previo para la paz, porque eso es imposible, sino de la necesidad de construir un escenario democrático seguro que permita corregir injusticias centenarias, desactivar las causas objetivas y subjetivas, internas y externas, de la violencia, mediante reformas estructurales de naturaleza política, económica y social.
El conflicto permaneció olvidado porque durante muchos años los gobiernos colombianos se negaron a reconocer que existía. Sólo cuando éste se hizo inocultable, a finales de la década del 70 y comienzos del 80, en parte por acciones de propaganda armada, como el robo de armas al Cantón Norte, la toma de la embajada de la República Dominicana, sucesión de hechos que tuvo su punto más alto de inflexión con el asalto al Palacio de Justicia, se hizo imposible seguir disfrazando una grave y profunda crisis política en Colombia. Fue el presidente Belisario Betancur quién dio los primeros pasos para reconocer la existencia de un endémico conflicto producto de causas objetivas, y abrir un proceso de paz con las guerrillas.
Un conflicto atípico.
Las anteriores razones,
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