Ensayo.1984
Enviado por clisq • 9 de Junio de 2014 • Informe • 689 Palabras (3 Páginas) • 189 Visitas
Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece. Winston Smith, con la
barbilla clavada en el pecho en su esfuerzo por burlar el molestísimo viento, se deslizó rápidamente
por entre las puertas de cristal de las Casas de la Victoria, aunque no con la suficiente rapidez para
evitar que una ráfaga polvorienta se colara con él.
El vestíbulo olía a legumbres cocidas y a esteras viejas. Al fondo, un cartel de colores,
demasiado grande para hallarse en un interior, estaba pegado a la pared. Representaba sólo un
enorme rostro de más de un metro de anchura: la cara de un hombre de unos cuarenta y cinco años
con un gran bigote negro y facciones hermosas y endurecidas. Winston se dirigió hacia las
escaleras. Era inútil intentar subir en el ascensor. No funcionaba con frecuencia y en esta época la
corriente se cortaba durante las horas de día. Esto era parte de las restricciones con que se preparaba
la Semana del Odio. Winston tenía que subir a un séptimo piso. Con sus treinta y nueve años y una
úlcera de varices por encima del tobillo derecho, subió lentamente, descansando varias veces. En
cada descansillo, frente a la puerta del ascensor, el cartelón del enorme rostro miraba desde el muro.
Era uno de esos dibujos realizados de tal manera que los ojos le siguen a uno adondequiera que esté.
EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decían las palabras al pie.
Dentro del piso una voz llena leía una lista de números que tenían algo que ver con la
producción de lingotes de hierro. La voz salía de una placa oblonga de metal, una especie de espejo
empeñado, que formaba parte de la superficie de la pared situada a la derecha. Winston hizo
funcionar su regulador y la voz disminuyó de volumen aunque las palabras seguían distinguiéndose.
El instrumento (llamado teidoatítalia) podía ser amortiguado, pero no había manera de cerrarlo del
todo. Winston fue hacia la ventana: una figura pequeña y frágil cuya delgadez resultaba realzada
por el «mono» azul, uniforme del Partido. Tenía el cabello muy rubio, una cara sanguínea y la piel
embastecida por un jabón malo, las romas hojas de afeitar y el frío de un invierno que acababa de
terminar.
Afuera, incluso a través de los ventanales cerrados, el mundo parecía frío. Calle abajo se
formaban pequeños torbellinos de viento y polvo; los papeles rotos subían en espirales y, aunque el
sol lucía y el cielo estaba intensamente azul, nada parecía tener color a no ser los carteles pegados
por todas partes. La cara de los bigotes negros miraba desde todas las esquinas que dominaban la
circulación. En la casa de enfrente había uno de estos cartelones. EL GRAN HERMANO TE
VIGILA, decían las grandes letras, mientras los sombríos
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