Filosofía Política Poder, legitimidad y violencia.
Enviado por Javierbravol • 17 de Noviembre de 2016 • Apuntes • 3.029 Palabras (13 Páginas) • 298 Visitas
Filosofía Política
Poder, legitimidad y violencia.
Javier Bravo Lalama
La siguiente ponencia tratará de dar una visión crítica y, si se requiere, complementar, el desarrollo elaborado por Rafael del Águila, Catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid, en su texto Poder, Legitimidad y Violencia. Me parece pertinente anotar que el mencionado texto tiene un carácter más bien expositivo-explicativo, sin una toma de postura marcada sobre los temas abordados. Por lo cual, he visto pertinente añadir algunos otros textos con el fin de dialogar con otros autores para llegar a una mayor reflexión al respecto. Finalmente, cabe mencionar que la mayoría sino todas los planteamientos expuestos me llevan a cuestionar una postura o actitud ética de fondo con lo que podría concluir que, más allá de establecer un modo de gobierno ideal, se precisa una actitud ética de parte de aquel o aquellos quienes gobiernan. Advierto que seré un poco repetitivo en el planteamiento de algunas interrogantes, sin embargo, es con el fin de dejar en claro mi tesis: la necesidad de una postura ética clara, con fundamentos sólidos que protejan y promuevan la dignidad humana, sin independiente del modo de gobierno. Con todo, ésta y otras impresiones, las desarrollaré en el presente trabajo.
En primer lugar, es menester dialogar con el primer término empleados por Del Águila: poder. Éste es un verbo que vendría a traducirse como “ser posible” o “ser capaz de”, y que emana de la expresión, pote est, que tiene el mismo significado que la mencionada forma verbal. La palabra se utiliza para describir la facultad, habilidad, capacidad o autorización para llevar a cabo una determinada acción. Implica también poseer mayor fortaleza corporal e intelectual en relación a otro individuo y superarlo en una lucha física o en una discusión[1]. En relación con lo dicho, el autor busca dar un marco general (o definición) de poder comentando que éste no es un objeto que se posea sino una relación entre quien lo ejerce y quien lo padece, susceptible de estar mediada por el miedo, la coacción o la amenaza. Es razonable pensar que quien ejerce poder busca que esta relación sea, en la medida de las posibilidades, estable a fin de mantenerse de manera prolongada. Sin embargo, es requisito intrínseco a esta estabilidad, una legitimidad de dicho poder: para obtener una relación estable de poder se requiere, además de la violencia, un conjunto de ideas y creencias que le sirvan de apoyo y hagan creer a los obedientes en la necesidad, santidad, ventajas, moralidad, indefectibilidad, etc… de obedecer, es decir, se requiere legitimidad. Habiendo citado prontamente los tres términos abordados por nuestro autor, me cabe la pregunta de si la legitimidad implica necesariamente sensatez, o si está orientada necesariamente al bien común, incluso cuando sea la mayoría quien lo avale. ¿Qué ocurre cuando el poder, incluso si atenta contra las más importantes bases de la dignidad humana, es legitimado? El primer ejemplo que viene a mi cabeza, aunque tal vez esté demasiado trillado, es el de Hitler y su aprobación por no pocos miembros de la región Europea a finales de los años 30´s. El temor por la revolución comunista le atrajo al austriaco ayuda de varios sectores no poco importantes. Alguno podría argumentar que las personas estaban optando por el mal menor, sin su total libertad pues no tenían muchas opciones, sin embargo, creo que si tuvo tanto alcance la acción Nazi no fue principalmente por la resignación de los opositores a la revolución sino por la afinidad y el apoyo, por la legitimidad que tuvieron las ideas y acciones del Furer. Entonces, ¿es válida en este caso la legitimidad? ¿Es legítimo aquello que es aprobado o validado por la mayoría?
Siguiendo con el análisis del texto, el autor nos presenta dos peligros en las concepciones de la política y el poder. El primero es la reducción de la política al poder, es decir, que el fin único fin de la política es la consecución del poder. Aquí, coincido con el autor en que las fuerzas que pueden estar en tensión y que se oponen muestran una completa arbitrariedad ética. El segundo peligro, expresado en algunas de las tesis de Maquiavelo, es la reducción del poder a las estrategias, buscando principalmente que A sea capaz de evitar ciertos comportamientos en B e impulsar otros. Aquí salta a la razón el tipo de medios que se ejercen para lograr que A tenga poder sobre B: ya sea por la fuerza y la violencia, obligando del todo a la otra parte a obedecer; ya sea por la astucia y el fraude, engañando a la otra parte de manera que acepte “voluntariamente” padecer el poder. Ambos, poder y astucia, son complementarios para ejercer y mantener el poder. La historia del hombre da muestras grandes y claras de eso: baste la exposición creativa de George Orwell presentada en Rebelión en la Granja. A partir de lo dicho últimamente, creo pertinente cuestionar los límites de esa estrategia, ¿quién los pone?, ¿cuál es la “línea roja” que le está prohibido pasar?, o ¿existe acaso dicha línea? Para tratar de orientar la reflexión en este punto, creo oportuno citar unos breves fragmentos de la Ética de Aristóteles con el deseo de obtener más luces: “En efecto, ella (La Política) es la que regula qué ciencias son necesarias en las ciudades y cuáles ha de aprender cada uno y hasta qué extremo. Vemos, además, que las facultades más estimadas le están subordinadas, como la estrategia, la economía, la retórica. Y puesto que la política se sirve de las demás ciencias y prescribe, además, qué se debe ha de hacer y qué se debe evitar, el fin de ella incluirá los fines de las demás ciencias, de modo que constituirá el bien del hombre. Pues aunque sea el mismo el bien del individuo y el de la ciudad, es evidente que es mucho más grande y más perfecto alcanzar y salvaguardar el de la ciudad; porque procurar el bien de una persona es algo deseable, pero es más hermoso y divino conseguirlo para un pueblo y para ciudades”[2]. Es decir, según lo planteado por el estagirita, los límites de la estrategia sería el bien del individuo y sobre éste, el bien de la sociedad. Aunque esto, para mí no es totalmente satisfactoria, pues caemos otra vez en la interrogante del consenso, es decir, ¿todo lo consensuado es bueno, legítimo, válido, justificable? Creo que debe haber algo, o alguien, que oriente dicho bien y lo establezca dentro del marco de la verdad, la justicia y (usando términos medievales) caridad.
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