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Franz Se Mete En Problemas De Amor


Enviado por   •  28 de Mayo de 2013  •  5.027 Palabras (21 Páginas)  •  792 Visitas

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FRANZ SE METE EN

PROBLEMAS

DE AMOR

CHRISTINE NÖSTLINGER

Traducción de Juan José de Narváez

Ilustraciones de Erhard Dietl

Barcelona, Bogotá, Buenos Aires, Caracas,

Guatemala, Lima. México, Miami. Panamá, Quito, San José,

San Juan. San Salvador. Santiago de Chile.

CONTENIDO

Ana

Sandra

Elsa

Franz quería a muchas personas.

Quería a su padre y a su madre.

Quería a su abuela y a Josef, su hermano mayor.

Quería a Gabi, que vivía en la casa vecina.

Quería a Daniel Eberhard, su compañero de escuela.

Y además, quería a sus tres tías.

Como la mamá, el papá, la abuela, Josef, Gabi, Daniel Eberhard y las tres tías también querían a Franz, él no tenía mayores problemas con el amor. Para Franz el amor era cuando dos personas se llevaban muy bien entre sí y se sentían muy contentas estando juntas (podían discutir un poco, pero sólo de vez en cuando).

ANA

Como Franz sólo conocía el amor feliz, la tristeza de su hermano Josef lo tenía desconsolado desde hacía unas semanas. Josef se había enamorado de Ana a primera vista. Él la había visto y había sentido un vuelco en el corazón, un escalofrío en la espalda, y se le había puesto la piel de gallina.

«¡Quiero a esta niña más que a nadie!», pensó Josef.

Josef se había encontrado con Ana en el descansillo de la escalera. Míentras él bajaba cometido, ella subía de prisa y se estrellaron.

Ana llevaba un bolso debajo del brazo y se le cayó.

—¡Bobo, len cuidado! —gritó.

—Discúlpame —le dijo Joscf y recogió el bolso.

Ana le arrancó el bolso de la mano y siguió camino hacia el tercer piso. Josef permaneció inmóvil. Alcanzó a oír que la niña timbró en el apartamento de la señora Leidlich. Por cierto, la señora Leidlich no tenía un timbre común y corriente, sino uno que sonaba «ding-dong-ding-dong». Luego escuchó que la señora Leidlich le dijo:

—¡Ah, por fin llegaste, Ana!

Josef iba a casa de su amigo Otto, pero dio marcha atrás y regresó a su apartamento (porque el amor le había salido al encuentro en aquella mirada). Mamá y Franz estaban en la cocina. Lloraban un poco: mamá porque estaba cortando cebolla y Franz porque se encontraba muy cerca de mamá.

Josef se dejó caer en el banco de la cocina.

—¡Acaba de estallar! —dijo él.

—¿Dónde? —preguntó mamá, mientras trataba de contener las lágrimas.

—¡Dentro de mí! —contestó Josef, y les narró la historia de Ana, el vuelco en el corazón, el escalofrío, y les confesó que se le había puesto la piel de gallina.

—¡Tenía que pasar!—dijo mamá.

—¡Quiero volver a verla! —exclamó Josef.

—Entonces siéntate en la escalera y espera a que baje —le dijo mamá, sonriendo y secándose las lágrimas. No lo dijo en serio, pero Josef sí lo tomó en serio y se sentó en la escalera a esperar.

Debió soportar toda clase de comentarios de los vecinos:

—Siempre pierdes la llave de tu casa, ¿no? ¿Es que sólo tienes aserrín en la cabeza? —le dijo la señora Berger.

—Te pasaste de listo, ¿verdad? ¿Tu madre te dejó por fuera? —le preguntó el señor Huber.

—¡Tus padres han arrendado un apartamento, no una escalera! —gritó la señora Knitzwackel, que siempre lo regañaba.

Finalmente, después de una hora, Ana apareció en la escalera. Mientras la esperaba, Josef había pensado con detenimiento qué le diría. Escogió con cuidado estas palabras: «¡Me llamo Josef, vivo en este mismo edificio y me gustaría conocerte!» Pero antes de pronunciarlas debía carraspear para llamar su atención. Apenas había tenido tiempo de carraspear, cuando Ana pasó a toda velocidad junto a él. Josef saltó del escalón.

—¡Hola!—exclamó—. ¡Oye, espera!

—¡El «hola» murió hace mucho tiempo y el «oye» está muy enfermo! —le respondió Ana desde el primer piso y luego sonó un portazo.

Josef regresó al apartamento y se encerró en su cuarto. Esto sólo lo hada cuando estaba muy triste.

—Debemos ayudarlo —le dijo Franz a mamá.

—No sabría cómo—contestó mamá. —¡Ya se te ocurrirá algo, si lo piensas bien! —añadió Franz.

Mamá lo pensó por un rato. Luego tomó una cesta con cerezas.

—Se las llevaré ahora mismo a la señora Leidlich y le diré que tenemos muchas y hay suficiente para todos —dijo mamá.

—¡Pero si no tenemos muchas! —gritó Franz. Él hubiera querido comer cerezas después de la cena.

—En todo caso, necesito alguna excusa para subir y hablar con ella —contestó mamá—. Así me contará algo sobre Ana.

Franz asintió y mamá subió al tercer piso con las cerezas. Allí permaneció un largo rato y regresó con bastante información.

Les dio las noticias durante la cena: Ana tenía trece años, la misma edad de Josef. Era sobrina déla señora Leidlich y la visitaba todos los miércoles. Hoy se había quedado más tiempo de lo normal. Por lo general llegaba a las dos de la tarde a lomar clase de piano y era la señora Leidlich quien se la daba.

—¡Vaya, Josef! —intervino papá—. Entonces no hay razón para que te desesperes. ¡Cada miércoles tendrás una nueva oportunidad!

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