Frugos Brief
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La apuesta de los Lindley
ALBERTO ÑIQUEN GUERRA I PODER
PUBLICADO: 08 ABRIL, 2012
Una historia familiar que comienza en Inglaterra y prosigue en Lima con la única bebida en el mundo que supera a Coca-Cola. O, tal vez sea mejor decir, que comienza en Lima con la única embotelladora local encargada de una de las marcas más recordadas del mundo y que se prepara para convertirse en una empresa de alimentos bebibles. Aquí recordamos un reportaje que hiciera la revista PODER en noviembre del 2010, a propósito de los 100 años de la embotelladora.
Por Luis Corvera
Es jueves 14 de octubre por la mañana y la zona tradicional del Rímac donde se ubica la planta de Lindley, la embotelladora de Inca Kola y Coca -Cola, luce algo desolada para ser un día normal de trabajo. El personal se dirige a la iglesia Las Nazarenas, “pues hoy tenemos nuestra misa privada tradicional de cada año”, nos cuenta casi al paso un empleado que ya está de salida hacia la ceremonia. Uno de los pocos que permanece en las instalaciones es Johnny Lindley hijo o junior, como habitualmente lo llaman, quien nos espera para la entrevista y la ha aprovechado de pretexto para que su padre no se entere de lo que está tramando. Sin saberlo él, ni tampoco nosotros, su hijo ha preparado una cámara de video y tras nuestra entrevista grabará la última toma de un video sorpresa en homenaje a su padre.
¿A qué se debe tanto ajetreo y misterio en la planta? Desde hace varios meses la familia Lindley se ha estado preparando para celebrar a lo grande los 100 años de haber formado su embotelladora, la líder indiscutible del mercado hoy, con más de 63% de participación en el segmento de aguas gaseosas e ingresos estimados en S/. 1.838 millones para este año. Más aún, cien años de historia que les permitieron ubicar al Perú como el único país en el mundo en la actualidad donde Coca-Cola es superada por una marca local y el embotellador de ambas bebidas es el mismo: Lindley.
La familia como núcleo del éxito
La historia de la familia Lindley empieza con don José Robinson Lindley. Nacido en 1860 en Sheffield, una ciudad al norte de Londres, en Inglaterra, se casó a muy temprana edad con doña Martha Stoppanie, nacida en el mismo pueblo pero de ascendencia italiana. Los detalles sobre su vida en Sheffield son muy pocos, aunque se espera que se develen con la investigación que está realizando el grupo para un libro sobre su historia como parte de las celebraciones.
Orientada a la industria del hierro y del acero, la ciudad de Sheffield, al igual que el resto de ciudades del interior en Europa, dejó de ser un lugar atractivo para vivir tras la crisis económica que afectó al Viejo Continente durante la segunda mitad del siglo XIX y que se agudizó con la Revolución Industrial y la menor demanda de mano de obra que esta generó. Por ello, al ser de clase media, la joven pareja Lindley-Stoppanie no tuvo mejor idea que buscar nuevos horizontes en América, de donde venían muchas historias de gente que lograba riqueza rápidamente. Si bien la mayor parte de ciudadanos británicos emigraron en busca de mejor fortuna a Estados Unidos, los Lindley decidieron marcharse a América del Sur, tal vez motivados por la rama de la familia de doña Martha, pues los italianos, portugueses y españoles prefirieron la zona sur del continente. Así, al cumplir 10 años de matrimonio, arribaron a inicios de la década de 1880 a Chile, país que acababa de salir victorioso de su guerra contra el Perú y Bolivia.
En 1886, sin embargo, tras un fuerte terremoto que asoló Chile, los esposos Lindley, ya con cinco niños, quisieron un lugar más seguro para vivir y decidieron mudarse al Perú. Don José consiguió empleo en la compañía de vapores The Pacific Steam Navigation Company, pero fue algo pasajero para él pues al poco tiempo renunció para ingresar a trabajar en un rubro que, aunque en ese momento no lo sabía, luego sería su vida y la de su familia: una fábrica de aguas gasificadas en el Callao. Por aquel entonces existían al menos 10 plantas embotelladoras en la capital y en su mayoría eran de alta tecnología para la época.
Curiosamente, Don José se alejó un tiempo de ese rubro para empezar su primer negocio: abrió un depósito de cerveza en el cruce del jirón Ucayali y la calle Zavala, en el cual comercializaba los productos de Backus y Johnston. Durante algunos años aprendió del negocio y tuvo tres niños más (en total fueron cinco varones: José, Alfredo, Nicolás, Antonio e Isaac; y tres niñas: Martha, Victoria y Ana).
Su estadía en la comercialización de cervezas no fue prolongada, pues con sus ahorros decidió mudarse muy cerca de la planta de Backus en el Rímac, donde era fácil acceder a agua, y constituyó en 1910 una empresa de gaseosas, la cual distribuía sus productos a través de su depósito del Cercado de Lima. Con el apoyo de su esposa y de sus hijos mayores en la parte productiva y comercial, don José compró un terreno de solo 200 m2 en el jirón Cajamarca, entonces conocido como la calle Imprenta, y fundó allí la fábrica La Santa Rosa. Al ser su familia la dueña y, a la vez, sus miembros “empleados” de la planta, se mudó con todos sus hijos al segundo piso de la fábrica, donde viviría hasta su muerte. El nombre que eligió inicialmente para la planta denota una característica de la familia: su gran apego por la religión católica, a la cual siguen muy unidos sus descendientes.
La primera generación Lindley. El patriarca don José, el mayor de pie a la derecha.
Como en cualquier negocio impulsado por una familia emergente, el inicio fue complicado para los Lindley, sobre todo si se tiene en cuenta que solo en la zona del Rímac existían al menos un par de embotelladoras de gaseosas con mejor tecnología, más espacio y más personal que La Santa Rosa. Pero aun con las dificultades propias y la fuerte competencia, la empresa se fue consolidando, aprovechando la demanda no atendida de las zonas periféricas de la capital. El éxito familiar se debió a la integración y al esfuerzo de sus miembros para llevar adelante el proyecto iniciado por don José. La empresa y la familia en aquel momento —y hasta ahora— estaban formadas según el mismo principio: el de la colaboración de todos con todos, incluyendo a los trabajadores.
En su primera etapa como empresarios, doña Martha elaboraba a mano el jarabe para las bebidas gaseosas con la ayuda de sus hijas, siguiendo un proceso de mezclado bastante agotador, mientras sus hijos varones y su esposo se encargaban del llenado manual de las botellas de tapa de bola, el lavado de las mismas y la distribución de los productos. El hijo mayor, José, era el técnico de las máquinas; Nicolás, el segundo, atendía en el depósito de la calle Zavala; mientras los tres menores, Antonio,
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