HISTORIA DE LA PELUQIERIA
Enviado por NITZA • 18 de Octubre de 2011 • 5.171 Palabras (21 Páginas) • 478 Visitas
La Facilidad que tiene el hombre de entender las ciencias que este mismo requiere por naturalidad, otorga el ejercicio de practicarlas, utilizando como medio aquella experiencia dejada por nuestros antepasados que han sido plasmada en textos o solo recordadas de generación tras generación y que por lógica han sido ajustada a nuestra actualidad.
El peluquero o la peluquera se encargará de que las pautas del estilista queden impecables. En las peluquerías grandes se suele pagar un extra si te quieres poner en manos de un estilista. Ahora bien, una buena peluquera con gusto y estilo puede aconsejarte tan bien como un estilista sobre el color, el volumen o el estilo de tu pelo
Reseña histórica de la peluquería
Historia de la Peluquería
Etapa I: Prehistoria y Edad Antigua
La Prehistoria, fuente inagotable de mitos y leyendas, donde el pelo fue visto hace miles de años como un potente elemento mágico o ceremonial. En nuestros días, todavía algunas de las consideradas culturas primitivas (base de la mayoría de estudios sobre comportamiento social en la prehistoria) consideran que el alma de cada persona se encuentra en su cabello.
La importancia mágico-religiosa del cabello propició que ya en tiempos remotos su cuidado tuviera una considerable importancia en muchas sociedades.
Es posible que la primera herramienta usada por el hombre para cortarse el cabello fueran las lascas extremadamente afiladas de piedra de sílex, resultantes del laborioso proceso de obtención de material cortante a partir de golpear unas piedras con otras. El corte de pelo se debía indudablemente a cuestiones prácticas o ceremoniales y nada tenía que ver con los motivos únicamente estéticos de épocas posteriores.
Espinas de pescado, dientes de animales y ramitas secas de plantas diversas fueron los primitivos peines de aquellas gentes, que se supone que incluso llegaron a utilizar sangre, grasas y tintes vegetales como colorantes para teñir sus cabellos, siempre por motivos rituales.
Egipto
¿Quién no recuerda el clásico peinado de las mujeres egipcias de los grabados que han llegado hasta la época actual? Melenitas completamente lisas, color negro azabache y decorado con finas diademas o con hilos de piedrecitas brillantes o de colores.
Por otra parte los sacerdotes de determinadas castas podían raparse completamente el pelo o, por el contrario dedicarse a cultivar largas y cuidadas melenas. Así pues, podían diferenciarse los oficiantes del culto a uno u otro dios, entre otros detalles, por la clase de peinado o peluca utilizados.
La elaboradísima cultura egipcia fue de las primeras en considerar el cabello un elemento fundamental de la belleza física y lo trataba ya con funciones estéticas, a pesar de que, como hemos comentado, tuviera también usos sociales y religiosos.
Pelucas y tintes se consideran inventos pertenecientes a la cultura de las pirámides, y es a ellos a quien se debe la utilidad de la henna en coloración capilar, usada todavía hoy para obtener tonos rojizos y caobas.
Grecia
Los griegos convirtieron el culto a la belleza en uno de los pilares de su cultura. Los peinados que triunfaron en sus días eran extremadamente elaborados y llenos de detalles.
Al contrario que los egipcios, los griegos adoraban el movimiento expresado a través de múltiples rizos y ondas. Gracias a estatuas y monumentos funerarios se han podido observar detalles de mechones cortos rodeando la frente y melenas largas y recogidas a base de cintas, cuerdas, redecillas y otros elementos decorativos. También para los hombres el cabello rizado se consideraba exponente de la hermosura.
En Grecia, como en Egipto, los esclavos eran los encargados de mantener lo más hermosas posible las cabezas de sus amos. Pero Grecia aportó un elemento nuevo: los salones de belleza, dónde se peinaban y arreglaban las cabezas más selectas. Otra de las innovaciones de la época vino de la mano de Alejandro Magno, que a consecuencia de sus conquistas en Oriente, aportó toda clase de recetas mágicas para teñir y dar forma al peinado, fórmulas de unos cosméticos que empezaban, en aquel entonces, a ver la luz.
Los íberos
En nuestras tierras los íberos habían seguido sus propios criterios. Hasta la fecha sólo nos han llegado testimonios a través de estatuillas de damitas, a partir de las cuales se ha podido descubrir la enorme influencia de la cultura griega. Así, se observa una deliciosa mezcla entre lo autóctono y lo importado que muestra, por ejemplo, objetos de tocado similares a ruedas, que algunos expertos han identificado con pelo trenzado, enroscado y cubierto de tela (véase la famosa ?Dama de Elche? que, a pesar de que su autenticidad haya sido puesta en duda, es un claro intento de reflejar un peinado de la época). Además de complementos como mantillas y peinetas, que tanto se identifican, todavía hoy, con la cultura hispánica, los íberos utilizaron también los elementos de peluquería propios de los griegos de la época: esto son cintas, redecillas y diademas a modo de corona.
Los pueblos bárbaros
Los pueblos a quienes los romanos denominaron ?bárbaros? fueron en cuestiones de peluquería, como en muchas otras, gente eminentemente práctica. Los cabellos largos y sucios podían llegar a ser realmente molestos y siendo pueblos humildes y poco dados a valorar y considerar criterios estéticos hicieron de las trenzas y las colas de caballo sus peinados insignia. Guerreros y cazadores, poco dados a cultivar las artes, no podían entretenerse en rizar, colorear o decorar sus cabellos. Así que en algo coincidieron los hunos que venían de Oriente con celtas y vikingos del Centro y Norte de Europa: el cabello largo y trenzado (negro en los primeros y rubio o pelirrojo en los otros).
Roma
Entre las múltiples adopciones culturales que los romanos tomaron de los griegos, se encuentran, como no, los criterios estéticos, y entre ellos el de mostrar cabellos lustrosos y peinados elaborados y con infinidad de detalles. El cabello era corto para los hombres y solía sujetarse con una cinta. Las mujeres podían dejar caer su cabello rizado, en forma de tirabuzón o ligeramente ondulado, o bien recogerlo en moños sobre la nuca, que envolvían con redecillas y cintas del mismo modo que anteriormente hicieron las griegas.
Pero el Imperio Romano no sólo tomó ejemplo
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