Hay una gran diferencia entre las adolescentes neoyorquinas de hoy y sus homólogas en los primeros años del siglo XIX
Enviado por prof.rominaduran • 7 de Abril de 2016 • Tarea • 3.977 Palabras (16 Páginas) • 374 Visitas
EL DESQUITE1
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ay una gran diferencia entre las adolescentes neoyorquinas de hoy y sus homólogas en los primeros años del siglo XIX, en particular con las adolescentes de los hogares más pobres. Pocas de ellas tenían entonces las oportunidades de escolarización más allá de la primaria, y las oportunidades de trabajo eran escasas; la mayoría estaban condenadas a vivir una vida monótona trabajando en fábricas grises. El panorama se iluminó un poco alrededor de 1910, el año de este caso en particular. Muchas adolescentes habían comenzando a encontrar oportunidades de trabajo en oficinas, y las familias con suerte conseguían fondos para enviar a sus hijas a las escuelas de comercio donde podían aprender mecanografía y taquigrafía. Las chicas eran muy ingenuas en esa época pero, para ser justos, lo eran aún más los directores de algunas de estas escuelas.
Ruth Wheeler, de dieciséis años y muy bonita, era una de esas chicas. Asistía a una escuela de secretariado con la esperanza de una carrera en alguna oficina. Era una estudiante brillante, que estaba muy bien calificada por sus profesores, y cuando la escuela recibió una postal firmada por un tal "Albert Wolter", pidiendo una chica para trabajar como mecanógrafa por siete dólares a la semana, Ruth fue la elegida. La tarjeta postal de la solicitud le fue entregada sin ningún tipo de control por parte de la escuela, a pesar de que se sabía que una empresa de negocios debía utilizar al menos su propio membrete.
Ruth se fue de su casa la mañana del 25 de marzo de 1910, esperando con impaciencia su primer trabajo. Más tarde, esa misma noche, la madre y una hermana mayor, Perla, entraron en la comisaría séptima de la calle Sesenta e informaron al capitán Edward Hughes que Ruth no había llegado a casa. Por lo general, la policía no se preocupa mucho por la “desaparición” de una adolescente de esa edad hasta por lo menos pasadas las veinticuatro horas, pero el capitán Hughes sabía el tipo de familia trabajadora y respetable que eran los Wheeler, y escucharon con atención su denuncia.
La señora Wheeler explicó que después de la cena, al ver que Ruth no aparecía, decidió buscarla, acompañada de Perla y de un vecino, dejando a su otra hija y a un tío en casa en caso de que Ruth volviera mientras ellos la buscaban. Cuando llegaron a la dirección que figuraba en la tarjeta postal, 224 este de la calle Setenta y Cinco, tuvieron un terrible presentimiento. Era una casa en mal estado, de cuatro pisos de departamentos sin ascensor, no era el tipo de lugar donde un hombre emplearía a un taquígrafo, un hecho que una chica de familia como Ruth, no habituada al mundo de los negocios, no se habría dado cuenta. Perla le dijo a su madre y a su vecino que esperaran afuera mientras ella entraba al edificio. Wolter vivía en un apartamento en el tercer piso y llamó a la puerta.
Dijo que un joven de mejillas rosadas, con manos excepcionalmente grandes para su tamaño, le abrió la puerta. Había una chica en la habitación con él. El joven la invitó y le dijo que era Wolter. Hizo girar la llave en la cerradura después de que ella entró. Cuando le preguntó acerca de su hermana, Wolter se rio y le dijo que no sabía quién era su hermana y que jamás la había visto. Perla se asustó por la forma en que estaba examinándola, la miraba de arriba hacia abajo, como midiéndola y le pidió que le abriera la puerta, pero él se rio de nuevo y le dijo que no tenía prisa. La joven, con mucha astucia, le dijo al instante que había un policía esperándola en las escaleras. Wolter abrió rápidamente la puerta y la dejó ir. Mientras la joven seguía su relato, al capitán Hughes no le gustaba nada cómo sonaba la historia. En ese tiempo, los tratantes de blancas seguían activos en Nueva York, y sospechaba que Ruth Wheeler había caído en una trampa. Ordenó en seguida que un joven patrullero acompañara a los Wheeler a volver al departamento del sospechoso e inició la búsqueda de Ruth en las inmediaciones.
Cuando la señora Wheeler, Perla y el policía llegaron, Wolter estaba en pijama y bostezando. El grupo analizó el departamento y no encontró ningún rastro de Ruth o cualquier indicio de que ella hubiera estado allí. En un momento dado, mientras que el policía interrogaba a Wolter, quien repetía que no sabía nada acerca de Ruth Wheeler y que nunca la había visto, la señora Wheeler se acercó a una chimenea para apoyarse. Perla se dio cuenta de que estaba recién pintada y advirtió a su madre que tuviera cuidado de no manchar su falda.
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1 Fragmento adaptado del capítulo “Retribution” del libro Call me if it’s Murder, autor: George Lebrun; Editorial Bantam Books, 1965.
Se envió una alarma de búsqueda con la descripción de la joven desaparecida. La última vez que había sido vista llevaba un abrigo oscuro y una falda, un vestido camisero blanco con una doble hilera de perlas de color turquesa, también llevaba con ella un paraguas. A la mañana siguiente, todavía preocupado por el caso, el capitán Hughes envió a varios detectives al departamento. Encontraron allí a una joven aseando las habitaciones. Ella les dijo que no sabía dónde estaba Wolter. Los oficiales salieron, pero esperaron a que la chica saliera y luego la siguieron hasta una vivienda en la calle Este Norte. Cuando entraron en el departamento de la chica, encontraron allí a Wolter. Perla Wheeler había proporcionado una descripción exacta de él. Él era un joven de muy buen aspecto, de dieciocho años, de mejillas rosadas, de cabellos dorados, y con manos inusualmente grandes.
Los agentes encontraron un cuaderno de anotaciones perteneciente a Wolter en este departamento. En el mismo estaban escritos los primeros nombres de varias chicas, incluyendo una Ruth, con una anotación en alemán que decía que había sido contratada por siete dólares a la semana. Wolter fue llevado a la comisaría e interrogado pero repitió que no sabía nada de la desaparecida Ruth Wheeler. Enseguida se llevó a cabo una investigación y la policía volvió a registrar su departamento y una vez más no encontraron nada.
Al día siguiente, el sábado por la tarde, la señora Taggart, que vivía en el edificio contiguo al de Wolter, con el cual compartían la misma salida de emergencia, le dijo a su marido que debía quejarse con sus vecinos porque habían dejado la escalera de incendios llena de basura. Ella comentó más tarde a la policía que se había despertado a las once y media de la noche del jueves para tomar un vaso de agua en la cocina, y se dio cuenta de que alguien estaba empujando un paquete grande hacia afuera utilizando la escalera de incendios. El Sr. Taggart era un hombre de acción, por lo que levantó la ventana y empujó el paquete de basura de la escalera de incendios, el cual cayó tres pisos abajo hacia al patio trasero. Unos segundos después, la señora Taggart pegó un grito estremecedor y su marido corrió por las escaleras para dar aviso a la policía. La bolsa de basura, al chocar contra el suelo, se había abierto parcialmente, revelando una cabeza humana.
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