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Identidad Personal


Enviado por   •  19 de Junio de 2014  •  2.485 Palabras (10 Páginas)  •  179 Visitas

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Por identidad personal podemos considerar todo el conjunto de características de una persona en particular, que engloba actitudes, rasgos físicos, emociones, sentimientos, historia de vida, formación y trayectoria, etc. Partamos de la base de que cada persona habitante de este mundo es única e irrepetible, no hay dos personas exactamente iguales, aunque algunos de sus características o factores de los que nombramos antes puedan coincidir o en todo caso, parecerse. Ese conjunto de elementos nos permite a) otorgarnos identidad y b) diferenciarnos del resto de las personas.

I. INTRODUCCIÓN.

Por identidad personal se puede entender: a) el hecho de que la persona se considere a sí misma como idéntica o siendo la misma en distintos momentos del tiempo y lugares del espacio; b) el hecho de que otras personas –cualquier otra persona– pueda considerar a la persona X como idéntica a sí misma en distintos tiempos y lugares; c) aquello que hace que la persona sea idéntica a sí misma y posibilita la identificación mencionada en a) y b), tanto la que de sí mismo lleva a cabo el propio sujeto, como la que sobre él pueden realizar los demás. Entendemos la identidad personal en el terreno del sentido c), ya que tanto la afirmación «me considero idéntico», como la afirmación «los demás me consideran idéntico» suponen, si son verdaderas, que en mí haya algo en virtud de lo cual sea el mismo o idéntico en los diferentes tiempos y lugares. Los planteamientos a) y b) son sin duda importantes, ineludibles incluso, si se pretende un desarrollo completo de la cuestión, pero son en cualquier caso secundarios, en cuanto que remiten, más allá de cómo la persona pueda ser psicológicamente considerada por sí misma o por otros, a lo que constitutivamente hace que la persona sea idéntica. Se trata de un principio constitutivo, de algo que la persona es y que no simplemente está en ella. De una parte se requiere que lo identificante sea permanente, ya que no se trata de la posibilidad de identificar a una persona como siendo de tal o cual forma en un momento dado, sino de la posibilidad de referirse a ella como siendo la misma en cualquier momento, tanto pasado como futuro.

Lo que identifica a una persona ha tenido que ser siempre y tendrá que ser siempre lo mismo, es decir, tiene que ser permanente; de otra forma sería arbitraria la consideración de que es la misma en los diferentes tiempos y lugares. Pero, por otra parte, no basta que el principio identificante sea permanente; es necesario que sea, además, constitutivo. Al hablar de identidad personal nos referimos no simplemente a un distintivo, que puede ser todo lo seguro y significativo que se quiera, como, por ejemplo, las huellas dactilares, sino a lo que verdaderamente es la /persona, por más que esto último sea muy difícil de alcanzar y tal vez nunca determinable satisfactoriamente.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA.

El interés especial que tiene hoy plantear la cuestión de la identidad está en que es posible mantener los distintivos extrínsecos, de la índole del mencionado más arriba, mientras al mismo tiempo está en peligro la auténtica identidad personal. Esta puede, en efecto, desdibujarse hasta el borde de su extinción, a la vez que se mantiene, sin embargo, aquel tipo de distintivos que garantizan la identificación hasta mucho más allá de la muerte. Y puede también estimularse la conciencia del /individuo de forma que esté firmemente convencido de ser el mismo, a la vez que la identidad está corroída, o al menos puesta muy en peligro. Igualmente, ante los demás pueden las apariencias inducir a pensar que la persona es la misma, cuando ya su identidad está muy deteriorada. Es por ello falso, y frívolo a la vez, pretender plantear el tema de la identidad personal exclusivamente en términos científicos o psicológicos.

El planteamiento tiene que ser ontológico, más exigente por tanto, más ajustado a la realidad, pero menos acomodaticio. ¿Por qué razones viene exigido tal planteamiento'? Algunas son de ayer y de hoy, otras son más bien características de nuestra época, o al menos tienen en ella un especial relieve. Aquellas las podemos reducir a las siguientes: 1) las diferentes actividades mentales, teóricas o prácticas, sentimentales, volitivas o intelectivas remiten a un /sujeto que es dueño de las mismas y al que se le pueden atribuir, pero que es, en todo caso, distinto de ellas. ¿Existe tal sujeto? ¿De qué índole es? El principio identificante –sea el alma, sea la unidad de cuerpo y alma– tiene la función de aglutinar y articular, y de dar así continuidad a esas distintas actividades. Es decir, como la permanencia y la continuidad, que son fundamento de la identidad, no vienen garantizadas en y por una serie de actividades que, además de distintas, se suceden unas a otras, parece que ha de existir un algo de carácter permanente que se mantenga en medio de aquellas actividades. 2) En cuanto a la índole de ese algo, si bien la analogía con las cosas materiales sugiere que se trata del cuerpo humano, sin embargo los deseos de supervivencia y de inmortalidad han orientado la búsqueda en una dirección diferente y lo que en 1) se presenta simplemente como exigencia de un sujeto, como substrato subyacente, aparece ahora como exigencia de un sujeto espiritual. Esto mismo se acentúa bajo el punto de vista de que las actividades mentales son de una índole muy diferente de la que es propia de todo lo que tiene que ver con el ámbito espacial. La continuidad espacial no es suficiente para garantizar la continuidad que han de tener las actividades de la mente. Mente y extensión son realidades completamente distintas que, por tanto,'dan lugar a una concepción dualista. Y si la mente es la característica del hombre, es obvio que la continuidad espacial es del todo insuficiente para expresar la identidad personal.

Estas tres razones, que llevan de por sí a la búsqueda de un principio identificante alejado de lo inmediato, vienen ya de muy atrás y remiten, prioritariamente y en términos generales, a las filosofías griega, medieval y moderna, respectivamente. Si la forma de plantear un problema sugiere ya su solución, esta vendría dada por el concepto de sustancia espiritual, que parece recoger los tres aspectos mencionados.

Pero hay otras razones que son también de índole ontológica, puesto que se refieren a lo que es y a lo que hay, pero que tienen que ver especialmente con nuestra época, y son al mismo tiempo muy diferentes de las anteriores. En este caso no se trata de que determinadas manifestaciones, en mayor o menor medida extrínsecas, nos remiten a un algo subyacente que garantiza la continuidad de la persona. Se trata de la llamada de la identidad personal por la toma de conciencia del vacío de la

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