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Identidad y memoria en dos novelas de Federico Jeanmaire.


Enviado por   •  28 de Abril de 2016  •  Trabajo  •  6.776 Palabras (28 Páginas)  •  254 Visitas

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Identidad y memoria en dos novelas de Federico Jeanmaire

Claudia Fino

Abstract

        En este trabajo me propongo analizar, desde una perspectiva socio-comunicacional de análisis discursivo, la configuración de la identidad en el sujeto narrador y, desde ella, la construcción de la memoria, en dos novelas de Federico Jeanmaire, Papá (2003) y La patria (2006). En ambos textos, la perspectiva desde el presente narrativo establece una distancia temporal hacia hechos relacionados con la vida política argentina y las experiencias individuales; se presenta el “viaje” exploratorio e iniciático juvenil (en la búsqueda del padre o en el exilio) contemplado desde el hoy  por la mirada y la voz del narrador adulto; también la autorreferencia permanente del narrador escritor que teoriza sobre la literatura, la funcionalidad de los relatos, la escritura y su conexión con la/su vida.

La valoración de ciertos vocablos (padre, patria, escritura, cuerpo, libertad, guerra…por ejemplo) se presenta recorriendo hechos del pasado a partir de la mirada actualizada, y los mismos se resignifican progresivamente, edificando la memoria en su doble movimiento, con el sentido que tuvo en su momento, es decir, recuperando su historicidad, y a su vez, con el examen del pasado como algo cargado de sentido para el presente.  

Palabras clave: identidad, memoria, legitimidad, credibilidad, patria, padre.

        

Una introducción

        En este trabajo intento analizar de qué modo se conforma una identidad narrativa que para hacerlo debe (re)construir la memoria, y para ello – más allá de lo autobiográfico incuestionable tanto en Papá como en La patria -, desde un presente narrativo, se incursiona en acontecimientos de la vida política argentina a partir de un tamiz dado por la vivencia individual del narrador.

        Una de las salidas más ricas que tiene la literatura (frente a la historia) para representar en la escritura lo real es la de hacerlo con la aparición de voces que no son “historiables”. Se puede representar el mundo ya discursivizado historiográficamente, es decir con su referente en el discurso historiográfico: lo “real” construido por el discurso de la escritura de la historia, “la verdad de lo real”. Y ahí está el problema, ¿cómo saber qué es lo real? Desde la síntesis conciliadora del baci-yelmo de Sancho (al menos como reconocimiento literario importante), la realidad – no sólo en literatura – se nos presenta resquebrajada en subjetividades que la ven a su modo: es común el lugar de, hay tantas realidades como individuos. De todas maneras, hay discursos sobre la realidad, discursos que están oficializados, que están autorizados a proponer una realidad aceptable, los discursos institucionales que generan una voz común “escolar”, por ejemplo, y entre ellos está el discurso de la Historia. Así, en el caso que nos concierne, no hablamos de la “historia escolar”, pues los hechos que se presentan en ambas novelas no son de interés para esta historia, pero sí están en Nuestra Historia. A través de ellos se puede leer no sólo distintos discursos sino también la percepción de cierta argentinidad, pues nos hace volver a pensar y resignificar saberes sobre nuestra propia historia, sobre nuestros comportamientos, nuestras instituciones, nuestros lugares comunes. No nos proponemos discutir cuáles son lo intereses que genera esa versión discursiva de la Historia unida indiscutiblemente a ideologías, ni tampoco la dificultad acerca del problema referencial que también afecta a lo historiográfico, sólo nos proponemos desentrañar de qué manera - en las novelas - la realidad, la de ahora y siempre, se presenta como testimonio (marginal), como fragmento de un espejo roto[1] que un narrador organiza (y también nosotros) para hacérselo entendible. Testimonio marginal en dos sentidos por lo menos: marginal por lo literario de los textos en los que se inscribe, el discurso que no se cree, el discurso que permite decir cualquier cosa amparándose en la ficción -Cervantes lo sabía- ; y marginal porque se trata de viajes en el recuerdo de una subjetividad, apoyados en la memoria: el narrador – al igual que en cualquier acto de memoria – se encuentra en “la doble dificultad de reinsertarlo en su sentido original y releerlo a la luz de los desafíos del presente[2].

        

Identidad y memoria

        De acuerdo con el planteo teórico en el cual nos enmarcamos, la identidad de los sujetos del discurso se confecciona de dos modos diferentes, dominios distintos y también complementarios, que se construyen articulando con el acto de enunciación: una identidad personal (identidad psicológica o sociológica, externa, que atañe al sujeto comunicante; y también una identidad discursiva, interna, que atañe al sujeto enunciador) y una identidad de posicionamiento (posición que el sujeto ocupa en un campo discursivo respecto de los sistemas de valores que circulan, a partir de discursos que el sujeto mismo produce, y por lo que se inscribe en determinada formación discursiva)[3].

        La identidad social consiste en un conjunto de rasgos que definen al sujeto comunicante según edad, sexo, status, lugar jerárquico, legitimidad de habla, cualidades afectivas. Si pensamos en el narrador de Papá, esa identidad social, cuya pertinencia aparece dentro de determinada situación de comunicación y se define dentro del acto de lenguaje mismo, está atribuida desde el inicio por el título mismo de la novela: el narrador es fundamentalmente hijo. “A mi padre lo estamos velando desde hace más de dos años” comienza. Y ese comienzo da lugar a una línea que ramifica contrastes, principalmente temporales. Velar el cuerpo es acompañarlo, cubrirlo, protegerlo, mimarlo y también cancelar la enfermedad y el tiempo, hoy. Pero para el enunciador hijo también es descubrirlo, porque el cuerpo del padre no se había mostrado antes, sí su cabeza. Es la enfermedad, es la proximidad de la muerte, lo que expone al cuerpo paterno. Cuerpo que se va modificando por el cáncer hepático; el color amarillo del rostro, las operaciones, las manchas en el hígado, el estallido del hígado, la hinchazón en el abdomen como una pelota transparente con sangre ramificada, los vómitos, la insulina, la pérdida del lenguaje y el lenguaje de los gestos y las señas, la morfina. Proliferan los términos médicos o relacionados con la dolencia y lo hospitalario, la red semántica de la enfermedad y del deterioro corporal es amplia. Frente a ese cuerpo enfermo y a través de él se juega la identidad social del narrador hijo del presente y del pasado: por un lado el acercamiento del hoy, el contacto corporal con el padre sólo por ser cuerpo enfermo es posible, aun la caricia; ser hijo se refuerza en el presente de la enfermedad; por otro lado, en el ayer, el alejamiento en el cuerpo propio, desde el acto del diecisiete de agosto en el que su padre da un discurso como intendente de su pueblo durante la dictadura de Onganía y el narrador niño se niega a estar en el palco, se hace espectador, toma distancia con el cuerpo; o también el cachetazo que recibe de su padre a los doce años (cuando se rió ante el consejo de usar preservativo) como marca en el cuerpo de la distancia, grieta involuntaria que se iba ensanchando; o también cuando descubre – como primera solución – el cinismo en el olvido, un autoexilio interior, el desconocimiento de esa filiación, y luego – como segunda solución - que el voley y los viajes a jugar a otros pueblos permiten - si bien no negar - al menos ocultar esa identidad, ese ser hijo de quien se es hijo, y de ahí los esfuerzos de preparase físicamente con caminatas, pesas y entrenamientos. El cambio del propio cuerpo, en el recuerdo, para desprenderse de su identidad de hijo. Finalmente, también en el pasado, la imposibilidad de negar – y por ello mismo su afianzamiento – su filiación a los veinte. La negación paterna impide la negación filial, el autoexilio europeo, y al hijo no le queda otra salida – con odio - que obedecer. Hasta que por fin el cuerpo puede alejarse para negar esa identidad, y el alejamiento se hace como el saque de voley cordobés-coreano, de golpe, por sorpresa, y también matemático. No hay retención paterna posible. La ruptura de esa identidad social para generar otra, porque el padre es a la vez patria y esa patria es en ese momento militar, otra identidad desde lo propio, dejar de ser ese hijo, no de ser hijo sino ser otro hijo. Pero hace falta alejar el cuerpo, de Argentina a Europa.

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