LECTURA Y LIBERTAD
Enviado por oagredop • 23 de Marzo de 2013 • 7.016 Palabras (29 Páginas) • 501 Visitas
Aunque sea tan ampliamente conocida, no parece inoportuno recordar una vez más la etimología de la palabra "negocio". Llamaron los griegos al ocio skholê, y al negocio a-skholía, privación del ocio. Como calcando esta oposición semántica, los romanos crearon los términos otium y nec-otium; pero no se entendería cabalmente el sentido originario del "ocio" y el "negocio", si no se advirtiese que la palabra griega skholê significa también "asociación sabia" o "escuela", y que de ella proceden inmediatamente la schola de los romanos, en su doble sentido de "ocupación intelectual" y "lugar donde se enseña", y —solo en el segundo— nuestra "escuela".
Según esto, ¿qué era el negocio para el hombre antiguo? Nada más claro: era lo que impide el ocio, la ocupación que, por tener su fin en la satisfacción de las necesidades "inferiores" de la naturaleza humana —alimento, casa, transporte, vestido; en definitiva, dinero—, quita tiempo para el adecuado cultivo de la perfección mental y estética de la persona; ese otium que asociado a la dignitas constituiría la verdadera excelencia del hombre. Otia nostra, llamaba Ovidio a sus creaciones poéticas.
Pero, abolida la esclavitud, y con ella la posibilidad de relegar al esclavo las faenas serviles, proclamada luego por el mundo moderno la dignidad del trabajo —"Trabajar es orar", escribió Carlyle— negocio va a ser la ocupación que, además de promover la creación de una obra socialmente bien aceptada, permite a su titular la esforzada conquista del tiempo libre —el ocio— que a una exigen la práctica de la diversión y el cultivo de la perfección. Con el fácil recurso de la desmesura irónica, así lo declara en España una difundida ingeniosidad: "Negocio que no da (dinero) para levantarse a las once, no es negocio". Frase de la cual podría ser luciente anverso esta otra: "Negocio que no da (tiempo) para leer un libro cada semana, no es negocio".
Se trata ahora de saber en qué consiste el negocio de leer. Más precisamente: por qué puede ser buen negocio el empleo lectivo del ocio que con nuestro trabajo podamos adquirir. ¿De qué modo será buen negocio la lectura? Mi respuesta —esquemática y profesoral respuesta— dice así: "Será el leer negocio, buen negocio, cuando por la vía de la diversión o por la del estudio regale al lector mundo, compañía y libertad, y por añadidura le conceda la posibilidad íntima de ser él mismo, ser de otro modo y ser más".
REGALO DE MUNDO
Hasta la saciedad se nos ha dicho desde hace medio siglo que, para el hombre, existir es "ser en el mundo". Sin mundo, sin que una parcela del mundo pertenezca a la persona del existente —aunque diste mucho de ser jurídica la índole de tal pertenencia— no sería posible y no parece imaginable una existencia realmente humana. Con la atmósfera que me intoxica y el parque que me alivia, con la avenida que me deleita y la calleja que me oprime, la ciudad en que vivo y las ciudades que visito son parte de mi mundo; y dentro de ellas, más o menos próximo a mi persona, un fragmento de ese ente multitudinario que me han enseñado a llamar sociedad; y en torno a ellas, un campo que mil ojos convierten en paisaje grato o ingrato; y sobre ellas, una bóveda astral que la ciencia y la técnica de nuestros días van convirtiendo en espacio transitable. Mi mundo, un pequeñísimo trozo del mundo de todos, contribuye esencialmente a que sea real y concreta —personal, en todos los sentidos de esta palabra— mi existencia de hombre. Mi mundo, mi pequeño mundo, constantemente susceptible de ampliación por obra de dos recursos principales: el viaje la lectura.
Muy extensa y muy diversa es la gama de los libros que en su integridad o en alguna de sus páginas actúan sobre la vida del lector como proveedores de mundo: libros de viajes, fragmentos paisajísticos de tantas y tantas novelas, textos y monografías de geología y botánica, de geografía y zoología, de física y química, de astronomía y astrofísica, en lo tocante a la porción puramente cósmica de nuestro mundo; descripciones realistas o noveladas de la sociedad o de algunas de sus parcelas y tratados científicos acerca de ella, en lo relativo a cuantos en nuestro mundo nombra el adjetivo "social"; relatos históricos y metódicas visiones del pasado para lo concerniente a la esencial dimensión histórica de nuestro mundo. Actual o potencialmente, todo un vasto capítulo de la producción editorial tiene como misión el incremento constante de lo que es mundo en nuestra vida y en nuestro ser.
¿De qué modo acontece ese enriquecimiento? El simple examen de la enumeración precedente permite advertir que los libros nos regalan mundo por dos caminos distintos, bien que complementarios: la descripción y la intelección. La descripción transmuta en símbolos verbales la impresión inmediata de la realidad descrita. A título de ejemplo, recordad cómo las páginas finales de Paz en la guerra aumentan nuestra provisión de mundo y nos hacen estéticos poseedores del paisaje vizcaíno, asciende hacia la cumbre del Pagazarri y va contemplando lo que ante él aparece: "Empieza a escalar la montaña. Según la sube, va desplegándose a sus ojos como algo vivo el panorama... Llega por fin a la cima, reino del silencio, y abarca con la mirada la vasta congregación de los gigantes de Vizcaya, que alzan sus cabezas los unos sobre los otros, en ondulante línea de donde se despliega el cielo... Sobre las muelles curvas de los montes terrosos, chatos y verdes, yérguense las cresterías recortadas de los blancos picachos desnudados por las aguas seculares..." A las almas vital y estéticamente formadas en la meseta castellana o en la pampa argentina, ¿no es cierto que estos párrafos pueden añadir un trocito nuevo de mundo? Sin daño para nadie, al contrario, con bien de todos, la prosa y el verso descriptivos nos hacen íntimamente dueños de todo lo visible.
La intelección, por su parte, convierte en símbolos escritos —palabras o signos convencionales— las ideas que acerca de la realidad visible han creado los hombres, y a través de ellos nos enriquece el mundo. Alguien me objetará: "¿No cree, amigo, que hay demasiado optimismo en esa afirmación? ¿Se atreverá usted a decir que el estudiante de física siente que su mundo se hace más rico leyendo que, en los cuerpos simples, el producto del peso atómico por el calor específico es una cantidad constante, o que al alumno de botánica le hace ganar realidad personal el recitar de corrido la fórmula floral de las plantas malváceas?" Sí y
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