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LOGÍSTICA PERSONAL Y ORATORIA PROTOCOLAR.


Enviado por   •  18 de Enero de 2015  •  Tesis  •  5.226 Palabras (21 Páginas)  •  229 Visitas

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LOGÍSTICA PERSONAL Y ORATORIA PROTOCOLAR.

Parte I.

Imagen y Oratoria Protocolar.

Siempre digo lo mismo: todos te enseñan cómo hablar, pero nadie te enseña cuándo callarte.

La relación entre la Imagen, el buen decir y el manejo de los silencios me surgió claramente hace muchos años cuando leyendo una publicación de citas y aforismos célebres encontré un pensamiento que resultó revelador: “somos dueños de nuestros silencios pero esclavos de nuestras palabras”. Ese y no otro creo que es el secreto y fundamento de la Oratoria Protocolar, y a partir de él elaboré y llegué a la formulación de su definición y de sus principios elementales.

Digo, entonces, que la Oratoria Protocolar es la emisión o la omisión oral superadora y mejoradora de la imagen personal y profesional que se integra con la emisión oral, la acción corporal y la oportunidad. Tal es lo que yo llamo la Ecuación Oratoria Protocolar Eficaz.

ECUACIÓN ORATORIA PROTOCOLAR = MENSAJE EFICAZ

y

MENSAJE EFICAZ = EMISIÓN ORAL + ACCIÓN CORPORAL + OPORTUNIDAD

Emisión Oral.

Para causar una buena impresión oral y para que esta última contribuya a la formación de una buena imagen personal y profesional dicha emisión debe ser hecha con:

• Corrección idiomática;

• Pureza; y

• Claridad.

Corrección idiomática. Cuando digo que la emisión oral debe ser hecha con corrección idiomática quiero decir, primero y por sobre todas las cosas, con corrección gramatical. Nadie puede tener una buena imagen y pretender que habla bien si no construye bien los verbos. Muchas veces no puedo creer cuando escucho a personas que han llegado a posiciones públicas de gran figuración o a periodistas o formadores de opinión de fuerte presencia televisiva, hablando tan mal, conjugando tan mal y construyendo tan mal muchas de las frases que pronuncian.

Cuando queremos imponer respeto y hablamos mal, nuestra imagen se lesiona, nuestros subordinados, nuestros colegas y en general todos los que nos escuchan descubren esas fisuras de la formación personal y profesional y comienzan a perdernos el respeto, a tomarnos como blanco de burlas y, por consiguiente, a acumular motivos para corroer, poco a poco, día a día, nuestra imagen y nuestra reputación como jefes, como colegas o como profesionales.

Hablar mal, construyendo mal las frases, es como escribir con faltas de Ortografía. Los errores (¡a veces horrores!) de Ortografía desmerecen a la persona de posición institucional o ejecutiva elevada y hace que el jefe o ejecutivo se desmerezca ante sus pares y subordinados. Siempre digo: quien quiera hablar bien que primero aprenda a escribir bien. Es decir que hablar bien es, primero, hablar de modo gramaticalmente correcto.

En segundo lugar, y desde el punto de vista de la corrección idiomática, digo que hablar bien es también hablar sin vicios. Los vicios de la emisión oral son muchos (aunque no todos) de los vicios de la palabra escrita a los que se suman aquellos vicios que son propios de la palabra hablada.

Mis lectores recordarán que de los vicios de la palabra escrita ya algo he hablado en mi libro anterior, o al menos -si no recuerdo mal- los he enunciado al escribir acerca de la Redacción Protocolar (ver “Ceremonial Moderno...” ya citado, páginas 257 y 258).

Sin embargo, quiero recordar aquí algunos de los vicios de la palabra escrita que podemos encontrar –y que debemos evitar- en la palabra hablada.

El cosismo. Los argentinos somos –por lo general- especialistas en “cosología”. Muchas veces todo es coso o cosa. Tal asunto ha sido “la cosa” más terrible que nos ha pasado, decimos. Pedimos “un coso”, le pusimos “una cosa”, o fuimos a comprar “una cosita”, etc.. Coso, cosa, cosita... ¡Y encima ahora apareció en nuestro vocabulario el famoso “pituto”!.

El mismismo. Mucha gente también se confunde y lleva la gramaticalidad más purista a la palabra hablada. Error. Si bien digo que para hablar bien hay que saber escribir bien, con ello no quiero decir que debemos hablar como escribimos. Si cuando hablamos debemos repetir la referencia a una persona, cosa o asunto, la repetimos. No tenemos que sustituirla por “el mismo” o “la misma”, para evitar nombrarla en su segunda mención.

El solecismo. Un solecismo es una deformación gramatical. Un ejemplo muy común y que hemos escuchado hasta el hartazgo es “carenciado”. Lo correcto es “carente” o “careciente”. Decir “carenciado” es cometer el vicio del solecismo. ¡Y vaya si tenemos políticos, periodistas, opinólogos y demás yerbas bien viciosas de este solecismo!. Se los escuchamos casi a diario. ¿O no?.

Los neologismos incorrectos o inexistentes. Siempre digo que debemos tener en cuenta que para crear una palabra hay que tener la cultura de Borges. En él las invenciones de palabras son como las notas insustituibles en la maravillosa sinfonía de su creación literaria. Crear una palabra es cosa seria y si no sabe hacérselo mejor no hacerlo. Creer que una palabra existe es sólo eso: una creencia. Ante una duda debemos consultar el diccionario. Esta es una práctica que enriquece nuestro vocabulario y nos protege del innecesario vicio idiomático de la invención sin talento. Desde muy chico siempre me impresionó mucho el slogan de la editorial Sopena. Dicho slogan es el siguiente: “Nulla dies sine linea”, es decir, ni un día sin una línea, sin leer una línea nueva de texto. Nuestra aspiración, sobre todo si debemos hacer uso de la palabra en público de manera frecuente, debe ser irnos a dormir habiendo aprendido una palabra nueva por día; y sobre todo, nunca irnos a dormir con una duda idiomática.

Los arcaísmos. Para hablar bien, también hay que actualizarse, es decir, que hay que estar al día en materia idiomática. Para hablar bien debemos conocer las innovaciones y la actualización de las prescripciones académicas de la lengua en la que hablamos. Debemos tener en cuenta que hay palabras que han caído en desuso y que, de usarlas, denotamos no sólo nuestra edad cronológica, que eso sería lo de menos, sino además que nos hemos preocupado por penetrar en el íntimo sentido de nuestro idioma como realidad dinámica.

La redundancia. Estas repeticiones inútiles de palabras son tan comunes en la lengua escrita como en la hablada. Son muchas con las que me encontré a lo largo de tantos años de escuchar y leer a tanta gente. Algunas de las redundancias más comunes que he visto, por ejemplo, son las siguientes:

• El día de hoy. Hoy

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