La Belleza

El modelo clásico pertenece al ideal de un cuerpo sublimado. “la sensibilidad de lo bello” (adorno 1970) no puede desprenderse de las tentaciones de las que nació. La sublimación del cuerpo, al igual que la levedad, dice Adorno parten de una misma premisa: ambas brotan de lo abyecto, de la materialidad del cuerpo.

Pegaso nace de la sangre y las entrañas de Gorgona, bestia griega que encarnaba el correlato negativo de la belleza clásica, lo bello y lo bueno, y la belleza no es sino resultado, en ocasiones azaroso, que no necesariamente deberá dar cuenta de su origen en cuanto a la mimesis de la naturaleza o la imitación de las formas establecidas socialmente como bellas.

La modernidad cuestiona la concepción de la belleza griega, que por duradera y universal, fue legitimada por la cultura como una de las formas de lo real.

Con el Renacimiento, la belleza comienza a relativizarse en el momento en que el artista entra en la aventura de construir su propio mundo por segunda vez, pues es pertinente aclarar que los rastros de la primera construcción reposan en Altamira y Lascaux.

Actitud que en las ansias de distanciarse del referente clásico se acentúa con el romanticismo, al abrir desde la subjetividad nuevas formas, que enfrentadas a la visión objetiva de la belleza, serán vistas como feas e irreales. La ruptura desde entonces no ha sido detenida e hizo del arte del Siglo XX

la constante negación de las convenciones, la posibilidad de acceder desde la fealdad a otras formas renovadas del cuerpo y la posibilidad de elevar a categorías y actos estéticos formas del autorreconocimiento humano tan básicas como el umbral del dolor físico y las posibles reflexiones artísticas que de este puedan hacerse. Esto nos obliga a pensar en el cuestionamiento ontológico creado desde el arte a partir de la modernidad en el cual el artista se pregunta por su humanidad esperando que el espectador que visita el museo sea capaz de sintonizarse con su pregunta pero en su propio cuerpo.

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