La Casa Azul
Enviado por mildredjrg • 19 de Noviembre de 2013 • 3.061 Palabras (13 Páginas) • 393 Visitas
La Casa Azul
En plaza Bolívar, una cuadra más abajo de la casa azul, la de ventana pequeña; contando de abajo hacia arriba: uno, dos, tres, no hay vidrio, cinco, no hay vidrio, no hay vidrio, ocho, no hay vidrio, diez. En esa plaza están los árboles más grandes del pueblo, de ese tamaño, mira, pero no tienen fruta, son grandes los árboles pero no tienen frutas de mangos amarillos, aporreao, medio negros pero mangos, así mismo se les quita un tajo y quedan listos para guardarlos en el saco una jalea que mamá hace con ellos: con mangos amarillos, clavos y canela. [Encimita mío, para alante, para atrás y un llorar entero que se me viene a la garganta] Esa jalea huele que huele y se mete por la ventana, porque faltan vidrios, todo sabor de un mango amarillo, aporreao, medio negro pero mango dulce, todo olor a canela y a clavo y el sonido de la olla que choca mamá con la paleta, chocando con la olla ¡Pin! ¡Pin! ¡Pin! Así suena la paleta. Esos árboles son grandes, de ese tamaño, mira, y eso que no tienen frutas.
En la casa azul vive una vieja, es un árbol esa anciana, que teje todos los días en una mecedora. Tiene una bata larga bordada con cayenas de colores, verde, azul, verde más claro pero verde es esa flor, roja y otra amarilla por la espalda como los mangos de la jalea. Para alante, para atrás y teje sin marearse, vieja, Berta se llama aquella vieja, vieja, Berta... A mí sí que no se me olvida ese nombre. Pudo haber sido mi madre pero me mira del frente, Berta, y arruga la cara esa señora y manda sombras, mostros, Berta, y mostros que se pegan quietos a la pared, Berta, vienen que ni una palabra y mamá ni los escucha, vienen que ni los pasos y me hacen un ruido con la boca, como el perro ese cuando anda masticando un hueso, hacen ¡Cloc! ¡Cloc! Vienen con esos ojos que echan chispas y se quedan mirando ahí, afuerita, del otro lado de esa ventana, mira, allí, allí se quedan. Esa vieja se echa para atrás, se echa para alante y teje sin marearse. Siempre tiene esa bata larga bordada con cayenas de colores y unos lentes en el copito de la nariz, como a punto de caer. De abajo hacia arriba: uno, dos, tres y en el que viene asomo la cara para verla, medio pongo el ojo y de ahí la veo, mira, la vieja esa tejiendo y para atrás y para alante y que me anda cazando para apuntarme con esos ojos que ella tiene, para tirarme [Pin! ¡Pin! ¡Pin!] un vistazo de esos que ella tira.
En plaza, los árboles, de ese tamaño, mira, son grandes pero no tienen frutas. Mamá dice que los mangos amarillos de los que no echan mangos son las sombras, que uno se guarda debajo de esos en pleno mediodía, con el calor arrecho y ni coquito que le hace a uno el catire el coño ese, dice ella, eso dice mamá. Y se mete otra vez en el mantel que le corre por las rodillas y más abajo y le llega a los pies, Un mantel, mijo, pa ponelo en la mesa y montale un florero que tengo guardao por ahí. Largo ese mantel y hay que meterle aguja y aguja y el ovillo del hilo dando y dando vueltas en el suelo, blanco el hilo, blanquito y eso que se revuelca en el suelo, inquieto como el perro ese cuando papá llega a la casa. “¡Déjalo, perro marico, qué no ves que viene cansado!”.
Se llama cadeneta: éste, mira, ajá, meto, saco, mira, cuido el hilo, doy la vuelta, después se pegan con puntos bajos. Eso es todo. Te descuidas y cuando te percatas ya está grande el coño e madre, está que le corre a una por las rodillas y llega hasta los pies, está que uno lo pone en la mesa con un florero encima, siquiera dos o tres florecitas de colores como éstas, mira ve, y lo demás es ponese a miralo cuando una come. Mamá siempre dice que las frutas de los árboles esos es la sombra. A mí sí que no me gusta andar viendo sombras, yo prefiero andar quemándome… ponerme rojito de tanto catire en el cuerpo yo prefiero, yo sí, yo sí que ando contento con todo, con todo de catire poniendo roja roja la piel. Todo menos sombras: fruta, jalea, pared amarrilla, medio negra, medio aporreá, y una hormiga y otra y chocan las cabezas y se saludan las hormigas y se andan asustando todas por las sombras y por el olor del mango y por el ¡pin, pin! por eso.
En la casa azul, la del frente, la de ventana pequeña donde faltan vidrios. El porche es de monte alto, hay matas de zábilas en todas las partes de ese porche, una cerca hecha con palos y alambre púa, puerta de madera, un perro negro, flaco, muy flaco el perro, se le ven desde acá las costillas marcaditas y eso que está acostado el perro, mirando a la vieja, porque no le quita el ojo de encima cuando teje, perro, y esa vieja de espaldas, Berta, enseñando esa cayena amarilla que seguro es de mentira. Yo no he visto ninguna cayena de ese color en la plaza, y en la plaza hay matas de cayena por todas partes: por la grama de la estatua, por la fuente, casi en el borde de las cunetas: de ese color yo nunca he visto en la plaza y en la plaza hay cayenas por todas partes, hasta por la fuente hay matas de cayena en la plaza: por la grama de la estatua; por todos los lugares de la plaza hay de esas y yo nunca las he visto de ese color amarillo así como el de un mango. [Encimita mío, para alante, para atrás y un llorar entero que se me viene a la garganta ¡Alberto!] Me provoca gritarle y le grito, a la vieja, que esa cayena no existe, que esa cayena es de mentira ¡Esa cayena es de mentira! Le grito. De abajo hacia arriba: Uno, dos, tres, y allí me asomo, allí asomo la cabeza y grito: ¡Esa cayena es de mentira! Otra vez: porque estoy molesto, porque a mí sí que no me gusta cuando la gente anda en embustes.
Me aguanto de la silla, hago fuerza con los brazos [¡Pin! ¡Pin! ¡Pin!] hago más fuerza con las manos, la vieja está de espaldas y se echa para atrás y para alante sin marearse, y contando de abajo hacia arriba: uno, dos, tres, no hay vidrio, cinco y allí sí asomo bien la cabeza, y allí sí saco bien los dos ojos y planto bien la mirada, porque estoy harto, bien, harto porque a mí sí me molesta cuando la gente anda en embustes, cuando la gente anda embustera. ¡Esa cayena es una mentira, una mentirota! Hasta que [¡Cloc! ¡Cloc! ¡Cloc!] la vieja se voltea y me ve la cara completica y me lanza desde allá esa mirada y me clava ese vistazo y yo me dejo caer y caigo también de la silla, y enseguida: ahí, en la ventana, pegaditas de los vidrios se escuchan todas la sombras que manda el árbol de enfrente, la vieja Berta, manda sombras y mamá dice que ese es el mango amarillo de ella, que uno se arropa con una sombra de esas en pleno mediodía, con el calor arrecho y ni coquito que le hace a uno el catire el coño ese, dice ella, eso dice mamá. “¡Cloc! ¡Cloc! ¡Cloc!” Y hacen también como las culebras esas sombras y vienen y me hacen miedo y yo pegado a la pared, a mí sí que no me gustan las sombras, todo menos sombras, digo, ahí, debajo de la ventana,
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