La Fecha, Mi única Esperanza

Después de leer la carta, en la cual marcaba el día decisivo( 10 de enero de 2011),me di cuenta de que seria el momento de ver si todo el esfuerzo había valido la pena; pero aun así tenía que ser fuerte, seguir luchando, mirar siempre hacia delante, y sentirme apoyada.

Hay días que no puedo aguantar más, pero mi gente me decía:

-Has de avanzar y no rendirte hasta el final. Sé que es fácil decirlo, pero más fácil es quedarse hundido. Todos sabemos que confiando en ti podemos hacer frente a esta enfermedad. Solo mirándote sé que lloras muchas veces sola, a escondidas y esto es normal, llevas una carga muy pesada. La vida te está poniendo a prueba y tienes que luchar hasta el final. El que no puedes perder nunca es la esperanza, yo te prometo, que pondré mi granito de arena para hacer frente al cáncer.

Con todo lo que estaba pasando solo quería que esto terminara ya, que llegara el día 10 y saber si me esperaba un futuro. Me quedaban solo diez días, no podía esperar más, mi única esperanza estaba en esa fecha. Notaba como cada vez me movía menos, me quedaba dormida con mucha facilidad y eso no era normal en mí. No quería ser consciente de que cada vez estaba peor y que la enfermedad avanzaba. La última mañana me despertó mi hermana, porque yo era incapaz. Hizo un gran esfuerzo para levantar-me, cuando lo consiguió la mire de reojo, la vi llorar. Las dos sabíamos que hoy era el día.

Una vez ya sentadas en el coche me cogió la mano, la tenía caliente, o tal vez yo muy fría. Cada vez tenía menos esperanzas. Mire una vez más a mi hermana, ella siempre tuvo mucha fuerza para afrontar las cosas y eso me dio un empujón para no hundir-me, la admiraba. Pasaron los minutos más lentos de todos, pero no solté la mano a mi hermana en todo el rato. De repente escucho una voz:

"Puede usted pasar", le dice la recepcionista. Las cinco y media en punto en el reloj de pared de Ikea, modelo Bravur. La fecha bien visible en el calendario de mesa de Intermón Oxfam. 10 de enero de 2011. La enfermera sonríe esperándola en la puerta. El pasillo con diplomas enmarcados. En el escote de la doctora, ya con la mascarilla puesta, se balancea un osito de Tous. Sus ojos insensibles. El fogonazo de halógeno en la cara y, un minuto después, el pinchazo de la anestesia. "Dios mío, por favor, haz que salga de ésta".

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