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La Importancia De Leer


Enviado por   •  28 de Febrero de 2013  •  3.079 Palabras (13 Páginas)  •  782 Visitas

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LA IMPORTANCIA DEL ACTO DE LEER1

Por Paulo Freire

Rara ha sido la vez, a lo largo de tantos años de práctica pedagógica, y

por lo tanto política, en que me he permitido la tarea de abrir, de inaugurar o de

clausurar encuentros o congresos.

Acepté hacerlo ahora, pero de la manera menos formal posible. Acepté

venir aquí para hablar un poco de la importancia del acto de leer.

Me parece indispensable, al tratar de hablar de esa importancia, decir

algo del momento mismo en que me preparaba para estar aquí hoy; decir algo

del proceso en que me inserté mientras iba escribiendo este texto que ahora leo,

proceso que implicaba una comprensión crítica del acto de leer, que no se agota

en la descodificación pura de la palabra escrita o del lenguaje escrito, sino que

se anticipa y se prolonga en la inteligencia del mundo. La lectura del mundo

precede a la lectura de la palabra, de ahí que la posterior lectura de ésta no

pueda prescindir de la continuidad de la lectura de aquél. Lenguaje y realidad

se vinculan dinámicamente. La comprensión del texto a ser alcanzada por su

lectura crítica implica la percepción de relaciones entre el texto y el contexto. Al

intentar escribir sobre la importancia del acto de leer, me sentí llevado –y hasta

con gusto– a “releer” momentos de mi práctica, guardados en la memoria, desde

las experiencias más remotas de mi infancia, de mi adolescencia, de mi juventud,

en que la importancia del acto de leer se vino constituyendo en mí.

Al ir escribiendo este texto, iba yo “tomando distancia” de los diferentes

momentos en que el acto de leer se fue dando en mi experiencia existencial.

Primero, la “lectura” del mundo, del pequeño mundo en que me movía; después

la lectura de la palabra que no siempre, a lo largo de mi escolarización, fue

la lectura de la “palabra-mundo”.

La vuelta a la infancia distante, buscando la comprensión de mi acto de

“leer” el mundo particular en que me movía –y hasta donde no me está traicionando

la memoria– me es absolutamente significativa. En este esfuerzo al que

me voy entregando, re-creo y re-vivo, en el texto que escribo, la experiencia en

el momento en que aún no leía la palabra. Me veo entonces en la casa mediana

en que nací en Recife, rodeada de árboles, algunos de ellos como si fueran gente,

tal era la intimidad entre nosotros; a su sombra jugaba y en sus ramas más

dóciles a mi altura me experimentaba en riesgos menores que me preparaban

para riesgos y aventuras mayores. La vieja casa, sus cuartos, su corredor, su

1 Trabajo presentado en la apertura del Congreso Brasileño de Lectura, realizado en Campinas,

Sao Paulo, en noviembre de 1981.

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sótano, su terraza –el lugar de las flores de mi madre–, la amplia quinta donde

se hallaba, todo eso fue mi primer mundo. En él gateé, balbuceé, me erguí, caminé,

hablé. En verdad, aquel mundo especial se me daba como el mundo de

mi actividad perceptiva, y por eso mismo como el mundo de mis primeras lecturas.

Los “textos”, las “palabras”, las “letras” de aquel contexto –en cuya percepción

me probaba, y cuanto más lo hacía, más aumentaba la capacidad de

percibir– encarnaban una serie de cosas, de objetos, de señales, cuya comprensión

yo iba aprendiendo en mi trato con ellos, en mis relaciones mis hermanos

mayores y con mis padres.

Los “textos”, las “palabras”, las “letras” de aquel contexto se encarnaban

en el canto de los pájaros: el del sanbaçu, el del olka-pro-caminho-quemvem, del

bem-te-vi, el del sabiá; en la danza de las copas de los árboles sopladas por fuertes

vientos que anunciaban tempestades, truenos, relámpagos; las aguas de la

lluvia jugando a la geografía, inventando lagos, islas, ríos, arroyos. Los “textos”,

las “palabras”, las “letras” de aquel contexto se encarnaban también en el silbo

del viento, en las nubes del cielo, en sus colores, en sus movimientos; en el color

del follaje, en la forma de las hojas, en el aroma de las hojas –de las rosas, de los

jazmines–, en la densidad de los árboles, en la cáscara de las frutas. En la tonalidad

diferente de colores de una misma fruta en distintos momentos: el verde

del mango-espada hinchado, el amarillo verduzco del mismo mango madurando,

las pintas negras del mango ya más que maduro. La relación entre esos colores,

el desarrollo del fruto, su resistencia a nuestra manipulación y su sabor.

Fue en esa época, posiblemente, que yo, haciendo y viendo hacer, aprendí la

significación del acto de palpar.

De aquel contexto formaban parte además los animales: los gatos de la

familia, su manera mañosa de enroscarse en nuestras piernas, su maullido de

súplica o de rabia; Joli, el viejo perro negro de mi padre, su mal humor cada vez

que uno de los gatos incautamente se aproximaba demasiado al lugar donde

estaba comiendo y que era suyo; “estado de espíritu”, el de Joli en tales momentos,

completamente diferente del de cuando casi deportivamente perseguía,

acorralaba y mataba a uno de los zorros responsables de la desaparición de las

gordas gallinas de mi abuela.

De aquel contexto –el del mi mundo inmediato– formaba parte, por otro

lado, el universo del lenguaje de los mayores, expresando sus creencias, sus

gustos, sus recelos, sus valores. Todo eso ligado a contextos más amplios que el

del mi mundo inmediato y cuya existencia yo no podía ni siquiera sospechar.

En el esfuerzo por retomar la infancia distante, a que ya he hecho referencia,

buscando la comprensión de mi acto de leer el mundo particular en que

me movía, permítanme repetirlo, re-creo, re-vivo, la experiencia vivida en el

momento en que todavía no leía la palabra. Y algo que me parece importante,

en el contexto general de que vengo hablando, emerge ahora insinuando su

presencia en el cuerpo general de estas reflexiones. Me refiero a mi miedo de las

almas en pena cuya presencia entre nosotros era permanente objeto de las con3

versaciones de los mayores, en el tiempo de mi infancia. Las almas en pena necesitaban

de la oscuridad o la semioscuridad para aparecer, con las formas más

diversas: gimiendo el dolor de sus culpas, lanzando carcajadas burlonas, pidiendo

oraciones

...

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