La Leyenda Del Yrupe
Enviado por revolution2014 • 15 de Septiembre de 2014 • 597 Palabras (3 Páginas) • 245 Visitas
La leyenda del Irupé
Una leyenda dice que esta flor no siempre existió, y relata su poético origen.
Hace mucho tiempo, tanto que no es posible contarlo con años ni con siglos, mucho antes de que tres carabelas surcaran las aguas tibias del mar Caribe y los hombres blancos se asomaran ante pájaros de plumajes multicolores y una flora más exuberante de lo que hasta entonces habían visto, mucho tiempo antes que eso, en los tiempos primeros, cuando todo era amor porque aún duraba la creación, cuando Tupá apenas había terminado de hacer el universo y buscaba la manera de perfeccionarlo, existía una joven india, muy hermosa, que habitaba a orillas de una vasta laguna.
Según las dulces inflexiones de la lengua guaraní, la muchacha se llamaba YsîRatã, que significa "estrella", y la laguna, Iberá, que quiere decir "aguas brillantes". Desde muy niña, YsîRatã se había sentido atraída por la Luna. Todas las noches se deslizaba sigilosamente de su choza, se extendía sobre la hierba que el rocío comenzaba a humedecer y dejaba que los rayos plateados acariciasen su cuerpo adolescente. Con el transcurso del tiempo, esa atracción se convirtió en amor.
En amor intenso, dominante, sin esperanzas.
La indiecita estaba convencida de que la luz lunar era la manifestación de un sentimiento recíproco, y eso la desesperaba aún más, pues la distancia era insalvable.
Cuando su enamorado faltaba a la cita o permanecía oculto tras nubes oscuras, YsîRatã lloraba amargamente hasta la llegada del nuevo día.
Una noche confundió el murmullo de la brisa entre las hojas con la voz de su astro bienamado, y se convenció de que la Luna la estaba llamando.
Trepó entonces al más alto de los árboles que rodeaban su choza y tendió los brazos hacia el cielo. Era inútil. No lograba alcanzar el disco reluciente que desde su altura parecía sonreírle.
Bajó entonces y echó a andar. Caminó durante largo tiempo hacia el ocaso, siguiendo la trayectoria del astro inalcanzable.
Cruzó ríos y atravesó llanuras y selvas, desgarrando sus vestidos y llagando sus pies, hasta llegar a las altas montañas. Impulsada por su esperanza, subió, trepó, escaló hasta llegar a la cima más elevada.
Allí se estiró, también en vano, para alcanzar con sus manos el sedoso rostro lunar.
Descorazonada, emprendió el regreso. Cuando ya estuvo de vuelta cerca de su choza, se acercó a la laguna para bañar y aliviar así sus pies cansados y ensangrentados por la larga marcha agotadora.
Al inclinarse sobre el espejo tranquilo de las aguas, en donde se reflejaba el cielo, divisó su propio rostro junto al de la Luna.
¡El milagro se había realizado!
El lejano objeto de su amor, apreciando sus esfuerzos por alcanzarlo, se había dignado bajar junto a ella y en el cristal anochecido de la laguna rozaba suavemente sus cabellos.
Y
...