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La Pesadilla Del Lobo


Enviado por   •  29 de Marzo de 2013  •  13.844 Palabras (56 Páginas)  •  424 Visitas

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Primera parte

PURGATORIO

Estaba exhausto: como ambos dudábamos del

camino a emprender, nos detuvimos en una meseta

más solitaria que los senderos del desierto.

Dante, Purgatorio

No dejaba de oír los alaridos. Todo a mi alrededor era oscuro.

Un peso insoportable me oprimía el pecho y casi no podía

respirar, me ahogaba en mi propia sangre. Me incorporé,

jadeando y parpadeando en medio de la penumbra.

Los alaridos habían cesado, en la habitación reinaba el silencio.

Tragué saliva, tratando de humedecerme la boca seca. Tardé

un momento en comprender que era yo quien había soltado

los alaridos y cada uno me lastimaba la garganta. Me llevé las

manos al pecho y rocé la camisa con los dedos. Las flechas de

la ballesta no habían desgarrado ni agujereado la tela. No veía

muy bien en medio de la penumbra, pero me di cuenta de que

la camisa no era la mía, o más bien, que no era el jersey que me

había prestado Shay, el que yo me había puesto la noche que

todo cambió.

Las imágenes se arremolinaron en mi cabeza: una capa espesa

de nieve, un bosque oscuro, el golpe de los tambores, los

aullidos que me convocaban a la unión.

La unión. Se me heló la sangre cuando comprendí que había

huido de mi propio destino, de Ren.

Al pensar en el alfa Bane sentí una opresión en el pecho,

pero cuando me cubrí el rostro con las manos otra imagen

reemplazó la del alfa: un chico de rodillas, maniatado, con los

ojos vendados, a solas en el bosque.

Shay.

Oía su voz, percibía el roce de sus manos en mis mejillas

a medida que perdía y recuperaba la consciencia. ¿Qué había

sucedido? Me habían dejado a solas en la oscuridad durante

mucho tiempo... Y seguía a solas, pero ¿dónde estaba?

Mis ojos se adaptaron a la luz tenue de la habitación. Los

rayos del sol oscurecido por las nubes penetraban a través de las

altas ventanas emplomadas que ocupaban toda la pared opuesta,

iluminando las sombras con un resplandor rosado. Busqué

una salida: a la derecha de la cama, a unos tres o cuatro metros

de distancia, había una alta puerta de roble. Logré respirar con

normalidad, pero el corazón aún me latía aprisa. Deslicé las

piernas hasta el suelo y comprobé que me sostenían, los músculos

recuperaron la tensión, estaba dispuesta a enfrentarme a lo

que sea.

Sería capaz de luchar y, si fuera necesario, de matar.

Oí pasos que se aproximaban, el pomo giró y, cuando la

puerta se abrió, vi a un hombre al que sólo había visto en una

única oportunidad: espesos cabellos oscuros color café, un rostro

anguloso ligeramente arrugado y una barba gris de varios

días, descuidada pero sin embargo atractiva.

Había visto su rostro unos segundos antes de que me dejara

inconsciente golpeándome con la empuñadura de su espada. Le

mostré los caninos y un gruñido me agitó el pecho.

Antes de que él pudiera pronunciar palabra me convertí en

lobo, me agazapé y solté otro gruñido, mostrándole los dientes.

Tenía dos opciones: destrozarlo o escapar. Calculé que sólo

disponía de un par de segundos para tomar una decisión.

El hombre se llevó la mano a la cintura, apartó el largo abrigo

de cuero y apoyó la mano en la empuñadura de una espada

larga y corva.

«Vale, lucharemos.»

Me agazapé, dispuesta a clavarle los dientes en la garganta.

—Aguarda. —Apartó la mano de la empuñadura y alzó las

palmas procurando tranquilizarme.

Permanecí inmóvil; el gesto me desconcertó y su presunción

me irritó: a mí no me tranquilizaban así, sin más. Cerré las

mandíbulas y eché un vistazo al pasillo que se extendía a sus

espaldas.

—No lo hagas —dijo, y se situó delante de la puerta.

Mi respuesta fue otro gruñido.

«No querrás descubrir de lo que soy capaz cuando me acorralan.

»

—Comprendo tu intención —prosiguió, cruzando los brazos

en el pecho; la espada seguía enfundada—. Puede que logres

esquivarme, pero después te enfrentarás a un grupo de guardias

apostados en el extremo del pasillo, y si logras abrirte paso,

supongo que lo lograrás, dado que eres un alfa, te toparás con

un grupo mayor en cada una de las salidas.

«“Dado que eres un alfa...” ¿Cómo sabe quién soy?»

Retrocedí si dejar de gruñir y eché un vistazo a las altas ventanas.

Podría lanzarme a través de ellas. Sufriría heridas, pero

a condición de que la distancia hasta el suelo no fuera excesiva,

sobreviviría.

—No es una opción —dijo él, ojeando las ventanas.

«¿Quién es este tío? ¿Un telépata?»

—Supone una caída de quince metros y aterrizarías en el

mármol —dijo, avanzando un paso. Volví a retroceder—. Y

ninguno de nosotros quiere hacerte daño.

Dejé de gruñir.

—Si vuelves a convertirte en humana podremos hablar

—dijo, bajando la voz y hablando lentamente.

Frustrada, hice rechinar los dientes y retrocedí un poco más.

Ambos sabíamos que me sentía cada vez más insegura.

—Si intentas escapar, nos veremos obligados a matarte

—dijo con tanta tranquilidad que tardé unos segundos en asimilar

sus palabras. Solté un ladrido que se convirtió en una

carcajada sombría y me convertí en humana.

—Creí que nadie quería hacerme daño.

—Es verdad, Cala —dijo, sonriendo a medias—. Me llamo

Monroe.

Monroe dio un paso adelante.

—No te muevas —dije, mostrándole los caninos.

Él permaneció donde estaba.

—Aún no habéis intentado matarme —dije, mirando en torno

en busca de algo que me proporcionara una ventaja—, pero

eso no significa que pueda confiar en ti. Si el acero que cuelga

de tu cintura se mueve un centímetro, perderás un brazo.

Él hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

Las preguntas me golpeaban el cerebro y me hacían doler la

cabeza. Una vez más, respirar resultaba difícil: no debía entrar

en pánico, no debía flaquear. Surgieron recuerdos escalofriantes

y me estremecí al recordar las sombras de los espectros deslizándose

a mi alrededor y los alaridos de los súcubos. Se me

heló la sangre.

...

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