La cenicienta de Charles Perrault
Enviado por student191919 • 26 de Abril de 2013 • Informe • 2.243 Palabras (9 Páginas) • 399 Visitas
LA CENICIENTA
de Charles Perrault
Érase una vez un gentil hombre que se casó en segundas nupcias con una mujer tan altanera y orgullosa como nadie ha visto jamás. Esta tenía dos hijas que habían heredado su carácter y que se le parecían en todas las cosas. Por su parte, el marido aportó al nuevo matrimonio una hija, más de una dulzura y de una bondad ejemplares pues ella se parecía en todo a su madre que había sido la mejor mujer del mundo. Apenas se hubo casado, la madrastra sacó todo su mal carácter; no podía sufrir las buenas cualidades de su hijastra que convertían a sus propias hijas en más odiosas todavía., y la cargó con los trabajos caseros más pesados y desagradables; haciéndole fregar la vajilla y limpiar su habitación y la de sus hijas.
La pobre niña dormía en la torre de un granero, sobre la paja, mientras que sus hermanastras lo hacían en unas alcobas con parquet, en donde sus camas eran a la moda y había grandes espejos de cuerpo entero en donde verse reflejadas. La pobre niña lo sufría todo con paciencia y no osaba quejarse a su padre que la habría regañado porque aquella esposa le dominaba por entero.
Cuando la jovencita había realizado todas sus tareas, se iba a un rincón de la chimenea sentándose sobre las cenizas, lo cual hacía que la denominasen comúnmente con el mote de Carbonilla. La hermanastra pequeña, que no era tan mala como la mayor, la llamaba Cenicienta, pero Cenicienta, con sus ropas viejas no dejaba de ser cien veces más bella que sus hermanastras, a pesar de que ambas vestían con magnificencia.
Y sucedió que el hijo del rey dio un baile e invitó a todas las personas de calidad, siendo nuestras dos señoritas también invitadas, pues ellas pertenecían a las familias importantes del país, por tanto, helas aquí satisfechas y muy ocupadas en escoger los vestidos y los peinados que pudieran irles mejor, lo que causó nuevas penas a Cenicienta ya que era ella quien repasaba las ropas de sus hermanastras, quien almidonaba sus puños y las oía hablar de la forma en que iban a engalanarse.
-Yo –decía la mayor-, me pondré mi traje de terciopelo rojo y mi aderezo de Inglaterra.
-Yo –decía la pequeña-, me pondré mi falda de cada día, acompañada por mi mantón de flores de oro y mi diadema de diamantes, que no deja a nadie indiferente.
Como era preciso buscar a una buena peluquera para peinarlas como correspondía a su rango eso hicieron pero también llamaron a Cenicienta para pedirle su opinión ya que tenía muy buen gusto.
Cenicienta les aconsejó lo mejor que supo e incluso se ofreció ella misma a retocarles el peinado, lo que las hermanastras aceptaron, pues era lo que ellas esperaban y con tal fin la habían hecho llamar.
Mientras las peinaba, ellas le decían:
-Cenicienta, ¿te gustaría ir al baile?
-¡Ay, señoritas, todos se burlarían de mí, y esto no es lo que me hace falta!
-Tienes razón, ¡la gente se reiría mucho viendo a una sucia Carbonilla ir al baile!
Otra que no fuera Cenicienta las habría peinado mal, pero ella era buena y las peinó perfectamente bien.
Las hermanastras estuvieron cerca de dos días sin comer ya que deseaban lucir una buena figura. Mas a pesar de eso, se rompieron más de doce lazadas a fuerza de tirar para convertirles el talle en más breve, y ellas estaban siempre delante del espejo contemplándose.
En fin, que el feliz día llegó y las hermanastras marcharon. Cenicienta las siguió con los ojos durante mucho tiempo, hasta que ya dejó de verlas y entonces, se puso a sollozar.
Su hada madrina, sorprendiéndola toda llorosa, le preguntó que le pasaba.
-¡Yo querría, yo querría... !
Cenicienta sollozaba tan fuerte que no pudo acabar. Su madrina, inquirió:
-Tú querrías ir al baile, ¿no es verdad?.
-¡Ay, sí! –dijo Cenicienta suspirando..
-Bien, si eres una buena chica –respondió el hada-, yo te haré ir.
Ella la llevó a su habitación, y le dijo.
-Ve al jardín y tráeme una calabaza.
Cenicienta fue a escoger la más hermosa que pudo encontrar, y la llevó a su madrina, no pudiendo adivinar como esa calabaza podría hacerla ir al baile.. Su madrina revisó la calabaza para que no tuviese algún defecto, y entonces la tocó con su varita y la calabaza se transformó en una bella carroza dorada.
Enseguida ella se fue a mirar en la ratonera, donde encontró seis ratones vivos, y le dijo a Cenicienta que levantase la trampilla y a cada ratón que salía, le daba un golpe de varita y el roedor se transformaba en un hermoso caballo, así hasta que tuvo una caballería completa, de un bello color gris-ratón; como allí faltaba el cochero, dijo Cenicienta:
-Voy a ver, si alguna rata ha caído en la trampa, y tendremos el cochero.
-Tienes razón –replicó su madrina-, ves a verlo.
Cenicienta le llevó la trampa donde había tres gruesas ratas. El hada eligió una de entre las tres, la que parecía el jefe, y tocándola, la convirtió en un gordo cochero, que lucía uno de los más hermosos mostachos que jamás se han visto. Enseguida añadió:
-Ve al jardín y encontrarás a seis lagartos detrás de la regadera, tráemelos.
Apenas Cenicienta se los hubo llevado, el hada madrina los cambió por seis lacayos, que se subieron detrás de la carroza con sus libreas llenas de galones, y que iban muy erguidos, como si no hubieran hecho otra cosa en su vida. El hada le dijo entonces a Cenicienta:
-Pues bien, he aquí con que ir al baile, ¿no estás contenta?
–Sí, pero, ¿es qué yo voy a ir con estos harapos?
Su madrina no hizo sino que tocar con la varita mágica las pobres ropas, y en ese mismo momento se transformaron en un traje de tejido de oro y de plata todo recamado de pedrería, también el hada le dio un par de zapatitos de cristal, los más hermosos del mundo.
Cuando Cenicienta se halló compuesta para el baile, montó en la carroza, pero su madrina le recomendó sobre todo de no irse después de medianoche, advirtiéndole que de permanecer en el baile un momento
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