La radio

A mis seis años comencé a darme cuenta que no sólo éramos mis abuelos y yo los que habitábamos esa enorme casona. Ella también convivía y nos alegraba todas las mañanas, nos decía a cada ratito “la radio de todos”. Ese era su slogan. Ahí me percaté de su presencia y comencé a escucharla con mayor atención.

El abuelo te encendía todas las mañanas a las nueve hasta el  mediodía. Escuchaba el informativo para estar al tanto de las noticias. Más tarde comenzaba su programa favorito de música.

Yo comencé a incursionar entonces, entre los vaivenes del folklore y el tango.

Los años pasaron,  y ya no sonaba más la LRA1, Radio Nacional, las noticias y su música ya no seducían mis oídos.

En el esplendor de mi adolescencia, la Radio Excelsior, tuvo su apogeo. Todas las tardes la sintonizaba para escuchar el programa que conducía Marcelo Rey donde efervescìa a la audiencia contando vida y obra de los integrantes del grupo juvenil que sonaba y era furor en ese momento.

Treinta y cinco años más tarde, la 99.9, La Cien, me acompaña  a la mañana temprano mientras voy a trabajar y yo dialogo con el conductor del programa y me rio de los comentarios disparatados de sus compañeros. A las cinco, ya regresando luego de una extensa jornada de trabajo, vuelvo a encenderla para ir acompañada de “Atardecer de un día agitado”, con Sergio Lapegüe, donde la vuelta a casa es con la mejor música y toda la información.

Es así como la radio comenzó a inscribirse en mi vida como oyente. Una radio que vivía en la cocina de mi abuela y era testigo de lo que se comería ese día.

Ellos, mis abuelos maternos, me dejaron su legado. Oír radio es como revivir mi infancia y  juventud, es recordarlos, retenerlos en mi memoria y no dejarlos escapar.

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