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Leves Instrucciones Para Suicidarse


Enviado por   •  26 de Octubre de 2013  •  1.710 Palabras (7 Páginas)  •  309 Visitas

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Leves instrucciones para suicidarse

Antes de comenzar a detallar las instrucciones a seguir para suicidarse impondré unas cuantas condiciones, algunas absurdas y rígidas, otras un tanto más flexibles, pero en todo caso necesarias para explicarle al lector por qué ha de matarse.

Primero, es necesario que se descalce para leer. Quítese los estúpidos zapatos de oficinista, los insoportables tacones que tanto le gustan, las medias que le cortan la circulación a sus piernas. Busque una alfombra o una almohada en la cual descansar sus pies. Sienta la textura de la lana, el algodón o la seda entre sus dedos descubiertos, como las suaves caricias que lo materiales muertos pueden brindarle a una de las partes más olvidadas de su cuerpo. No sea vago, hágalo. No lea como los universitarios mediocres, obligado, con sueño, con el trago en la cabeza. Tampoco como un melancólico desgraciado, así, por escapismo, porque no tiene nada mejor que hacer mientras espera otra desgracia que lo encadene de la tristeza a la vejez prematura, y de la vejez a la muerte. Lea con coraje, con arrogancia, sea prepotente, napoleónico, que del sadismo y la sátira nos encargamos los escritores. Lea con morbo, con expectativa, nunca sea inocente con la lectura. Ella nunca lo será con usted.

Levántese y diríjase a un espejo. Dígame a qué personaje se parece, ¿a Fausto, a Raskólnikov, a Meursault? Dígame, ¿acaso se parece a usted mismo? No se engañe, no sea escrupuloso con su respuesta. Mírese por primera vez como a otro. Fúndase de inmediato con sus propios ojos y siéntase orgulloso de sus ojeras, sus imperfecciones, de lo fantástico de su temible presencia en este mundo. No fantasee con lo que otros le han contado, no se masturbe pensando en lo grande que fue Shakespeare, léalo, participe. Descalzo, desnudo. Vamos, no sea tímido, despójese de sus prendas, hasta quedar en ropa interior, o mejor sin nada. Como sea, diviértase.

Entre a la cocina, ponga agua en el fogón y mientras se calienta busque la caja del té, huélala, piérdase en los placeres sensoriales de la naturaleza, sienta el aroma a tierra, a fruto, a hoja, a tostado. No ponga el agua encima del té, ni beba de inmediato de la taza, no sea idiota. Haga de cosas tan sencillas como esta un ritual en su vida diaria. Haga participes al olfato, la vista, el tacto, a su cerebro. Vierta el agua y luego ponga la bolsa, observe como la trasparencia del agua se tintura lentamente de hilos naranjas, casi parecidos a la sangre, y dure un buen tiempo sin ver, observe como un niño. Tome la taza caliente con las dos manos, abrásela con los dedos, deje que le trasmite su calor sin necesidad de beberla, deténgase, olfatee de nuevo. Después de eso ya estará listo para su primer sorbo. Sople, beba, con los ojos cerrados, sienta ese placer místico mientras el té choca dulce contra la punta de su lengua y amargo contra los bordes. Pero nunca le ponga azúcar al té, a veces en la vida las cosas amargas son más dulces que las empalagosas. Si no me cree coja un libro de Camus, un existencialista que nunca lo fue, un existencialista que a diferencia de los otros no se hundía con la desgracia y lo absurdo de este mundo, él se reía a carcajadas. No espere buscar humor en su obra, no es a eso a lo que me refiero. Siéntalo, Camus era capaz de observar el más absurdo sinsentido de la existencia como si estuviera sentado mirando desde el balcón, ajeno, feliz como una persona que toma chocolate mientras mira por la ventana a la gente mojarse bajo la lluvia. De eso trata el estilo de Camus, estar feliz y aun así escribir de forma cruda. De eso se trata el té, de disfrutar la felicidad en lo amargo. El mundo es caótico, el observador inmutable. Beba, abra los ojos y siéntase despierto.

Vuelva a su biblioteca. No importa que sea pequeña, basta con que tenga buenos libros y sea cómoda, pero tenga una. Busque ese libro de poemas que tiene empolvando hace meses, ábralo en una mano, en la otra el té, el torso desnudo, tome un sorbo para aclarar la voz y empiece a entonar poemas de forma maniática, pues sólo hay dos formas de recitar poemas, gritándolos o susurrándolos. Declame sin vergüenza alguna, hágalo con fuerza, sin quedarse quieto, dando vueltas en la habitación, mueva los brazos, las manos, el espíritu. Siéntase profeta del advenimiento de un culto que nunca llegará porque siempre ha estado, porque no hace falta buscarlo pero sí encontrarlo, la poesía. Si no tiene libro de poemas, salga, cómprelo, o en su defecto sígame:

Nada más bello que levarse los dientes en la ventana con la ciudad que comienza a echar humo

Con la ciudad que levanta persianas

Con la ciudad atravesada por ambulancias de leche

Y piernas de adolecente rumbo a su diversión estival

Con la ciudad donde tu retrato marca la hora de mi muerte cada 5 segundos

Con la ciudad que ha tomado mi forma como el agua

Tomando la forma del recipiente donde vive

Escudriñar en el buzón la mano amiga que te habla

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