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Limbo Judicial


Enviado por   •  16 de Octubre de 2014  •  757 Palabras (4 Páginas)  •  262 Visitas

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Etimología[editar]

En latín, las brujas eran denominadas maleficae (singular malefica), término que se utilizó para designarlas en Europa durante toda la Edad Media y gran parte de la Edad Moderna. Términos aproximadamente equivalentes en otras lenguas, aunque con diferentes connotaciones, son el inglés witch, el italiano strega, el alemán Hexe y el francés sorcière. Esta última palabra, femenino de sorcier, deriva del latín vulgar sortiarius (que literalmente significa « hablador de suertes o parlachín de suertes») y del latín clásico sors, sortis (que primero señalaba un procedimiento de clarividencia, y luego significaba destino o suerte).

La palabra española «bruja» es de etimología dudosa, posiblemente prerromana —¿ibérica?—, del mismo origen que el portugués y gallego bruxa y el catalán bruixa. La primera aparición documentada de la palabra, en su forma bruxa, data de finales del siglo XIII.2 En 1396 se encuentra la palabra broxa, en aragonés, en las Ordinaciones y paramientos de Barbastro. Carmelo Lisón Tolosana considera que el origen de la palabra puede encontrarse en el área pirenaica. En Gascuña y Béarn era también corriente el uso de una palabra etimológicamente relacionada, brouche. Debe tenerse en cuenta que en esta época el Languedoc y la Corona de Aragón eran áreas culturalmente muy relacionadas.3 El término inglés witch tiene un origen más controvertido, aunque posiblemente deriva del radical wik de origen tanto celta como germánico.4 5 6 7

En el País Vasco y en Navarra se utilizó también el término sorgin (/sorguín/ en su pronunciación en español), y en Galicia, la voz meiga.

Diferencia entre bruja y hechicera[editar]

El antropólogo español Julio Caro Baroja propone diferenciar entre «brujas» y «hechiceras». Las primeras habrían desarrollado su actividad en un ámbito predominantemente rural y habrían sido las principales víctimas de la cazas de brujas en los años 1450 a 1750. En cambio, las hechiceras, conocidas desde la antigüedad clásica, habrían actuado en la ciudad. Como ejemplo de las primeras Caro Baroja pone a la sorgina de la brujería vasca, y de las segundas al personaje de La Celestina de Fernando de Rojas. De esta última dice que, aunque el autor "dibujó su espléndido personaje tomando elementos de la literatura latina, de Ovidio, de Horacio, etc." sus rasgos coinciden "con los que aparecen enumerados en los procesos levantados a las hechiceras castellanas por los tribunales inquisitoriales".8

Carmelo Lisón Tolosana distingue también entre hechicera y bruja pero según este antropólogo español la diferencia se basa en la relación que mantienen una y otra con el poder oculto y maligno, con el poder demoníaco. La hechicera invoca y se sirve del poder demoníaco para realizar sus conjuros, mientras que la bruja hace un pacto con Satán, renuncia

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