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Madrecita linda


Enviado por   •  23 de Abril de 2013  •  Informe  •  2.710 Palabras (11 Páginas)  •  376 Visitas

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Madrecita linda:

Todos mis cariños se dispersan,

y todos mis rosales se deshojan,

y todas las fragancias se me alejan.

Sólo me quedas tú, piadosa y blanca,

como nombre de amor entre mis quejas,

como hilo de agua en el desierto,

como rosa de luz entre la selva…

Eres igual a un árbol cuya fronda

llena de nidos nos protege y canta.

Madrecita linda:

Tus lágrimas se han vuelto gemas;

deja que las engarce yo

en el hilo de oro de un poema

y hacer así un collar para tu amor.

Infancia:

El delantal atado a tus caderas,

tus manos espumosas de jabón

jabonando mi pecho de manera

que lavabas el propio corazón.

Corazón de muchacho pendenciero

que odiaba a cura y sacristán, y quiso

hacer de ellos aves de mal agüero

sin maternal permiso,

ganado seis azotes en el cuero.

¡Madrecita linda!…

¡Si te quiero mucho!…

¡No me pegues más!…

¡Muchachito lindo!…

¡Yo también te quiero!…

¡Déjame pegar!…

Y el diálogo a voces:

una de amenaza, otra de rogar,

terminaba siempre con beso y promesa

de eterna humildad.

¡Aroma de maíz recién molido!…

el humo de las viandas… ¡Mesa puesta!…

Mi madre tiene corazón de nido

y en él dormí, para soñar, la siesta.

Los pájaros, el agua, la lejía,

la ropa a componer, todo tenía

en su rutina gris una alegría…

Con el oro del sol que se ponía

troquelamos monedas deslumbrantes,

y en platino de luna que caía

montamos los diamantes

de tus mejores besos, madre mía,

dulce como la miel de los panales

y buena como el pan de cada día.

Tus manos eran hadas, nos vestían.

Tu plegaria era luz: nos alumbraba.

Y música tus besos: nos dormían

al calor del amor con que besaban.

El Colegio.

Ojiverde, ceñudo… Flaco… Gallo

de “troya”, “trompis”, “pútzes” y béisbol,

que puso “media luna” al “papagayo”,

soñando herir al sol,

y correteaba al tren ciego de humo,

furia en los ojos y guijarro en mano,

para volver, sangrante y taciturno,

por la fuga del tren y del guijarro.

¡Faroles de Izamal que me sirvieron

para afinar el tino de mi piedra!…

¡cristales que prendieron

sus pupilas opacas en la hiedra!…

1 más 2… 3 burros… X… Z…

La cruz del alfabeto que es aún

como agobio mortal… Y la palmeta…

Y el espanto… ¡Fuera de clase, tú!…

Me hiciste un traje igual al del muchacho rico

que un día, en clase, se alejó del banco

y me llamó “borrico”

porque iba remendado mi trajecito blanco…

¡Y esa otra vez!… ¡Al recordarla vibro!…

¡Como te pusiste a llorar

porque en casa no había para comprarme un libro

y porque no tenía yo ganas de estudiar!…

En el viejo cansancio pueblerino

balbucí mis primeras tonterías

en versos que enseñabas al vecino,

leías, me mirabas y reías…

Reías con no sé qué de venturoso

de plácido, de dulce, de amoroso,

mostrándome los dientes apretados

y blancos, blancos, blancos…

Con tu sonrisa limpia me alentabas,

madre siempre tan buena,

crucificada en tu sagrado nombre,

¡crucificada en la ilusión suprema

de ver un beso transformado en hombre!…

Mi juventud.

Probó mi labio el filo de la copa

y mi rumbosa juventud sensual

bebió sangra de amor en otra boca,

ciega de cielo, y loca, y pasional.

Amé el instinto de hacer el mal… La tropa

de juventud me hizo su general

porque no conocía la derrota

en el águila o sol de lo fatal.

Verlaine… Ovidio… Byron… Baudelaire…

Humo de ensueño… Formas de mujer…¡

Y de cada pecado hice una flor!…

Beber… Besar… Caer… De boca en boca,

De dolor en dolor, de roca en roca…

¡Pero pude salvar tu dulce amor!…

Ausencia.

En la ausencia aprendí que tu nombre

es el sol que deslumbra y asombra

los azules caminos del mar!…

Y aprendí que tu nombre es el ritmo

de todo cantar!…

Y aprendí que tu nombre es la clave

de la humanidad!…

Sendero y mar… Virtud y amor…

Aroma y luz… Estrella y flor…

¡Madrecita del alma, tú eres Dios!…

1927

Tu frente blanca y noble -mi nido de consejos-

y tu seno –mi punto de partida-

lívidos quedaron en la hora

en que estando ante ti, no me veías,

en que estabas ahí, y ya no estabas.

Arrodillado junto a ti, sediento

de la última palabra,

creyó mi pensamiento

mirar que tu alma blanca se elevaba.

¡Tus alas blancas al azul!…

Yo, que creía en el cielo

porque el cielo eras tú,

sentí que el cielo se cambiaba

de la tierra al azul…

¡Sentí que todo se quedaba muerto

porque todo eras tú!

¡sentí que todo se quedaba obscuro

porque tú eras la luz!…

Y yo, que soy un beso de tu labio

besé tu frente por decir adiós,

cual si hubiera querido defenderte

de todo lo inhumano: de la muerte

del destino, de Dios…

de todo lo que tuvo la fiereza

de tronchar este amor.

**

La Cruz, árbol que lleva veinte siglos

de abrir

...

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