Manos Ensangrentadas Escriben La Ley
Enviado por marisestefano • 2 de Noviembre de 2012 • 1.388 Palabras (6 Páginas) • 386 Visitas
muy grave sino su estallido dentro de uno mismo.
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Pesadumbre que suscitapreguntas tal vez incontestables.Semejante aparición es, no obstante, muy distinta todavía de lacontemplación del propio perecer. La enfermedad grave o la vejez, o cualquier circunstancia extrema, lo inspiran ineludiblemente. Y entonces asoma ya no eldolor sino el espanto. Un miedo invencible que quizá, contra lo que decíaCicerón,
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no reside tanto en el trance físico como en esa oscuridadimpenetrable que arroja la carencia absoluta de experiencia en la que se juega lo que llamo vagamente
mi destino
. La muerte en primera personamuestra al fin su carácter radical: su incomprensibilidad delante de unamirada, la humana, finita y ansiosa.
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Es entonces cuando la idea del finalpuede colisionar con el anhelo de seguir, o prometer el alivio que inspira elhecho de sufrir.Pero, ¿en qué medida la muerte realmente
me
implica? La vieja yastuta sabiduría de Epicuro no nos sosiega: "Acostúmbrate a pensar –dice–que la muerte para nosotros es nada, porque todo el bien y todo el malresiden en las sensaciones, y precisamente la muerte consiste en estar privado de sensación. Por tanto, la recta convicción de que la muerte no esnada para nosotros nos hace agradable la mortalidad de la vida; no porque leañade un tiempo indefinido, sino porque nos priva de un afán desmesurado deinmortalidad. [...] El peor de los males, la muerte, no significa nada paranosotros, porque –concluye Epicuro– mientras vivimos no existe, y cuando
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Según Julia Urabayen, para Gabriel Marcel, puesto que el sentido de la existencia individualincorpora sustancialmente al ser amado, la muerte más preocupante no es la del yo sino la del tú, enabierta contraposición a Heidegger ("El ser humano ante la muerte: Orfeo a la búsqueda de suamada. Una reflexión acerca del pensamiento de G. Marcel", en
Anuario Filosófico
, XXXIV/3-2001,Pamplona, Universidad de Navarra, pp. 707-708).
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«Morir no quiero, mas estar muerto nada me importa», cit. por M
ICHEL
DE
M
ONTAIGNE
,
Ensayos
, s/t,Buenos Aires, Losada, 1941, II, 13, p. 73.
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A estos «tres tipos de muerte» –que no son sino tres momentos de su relación con el sujeto–pueden sumarse diversas clasificaciones, por ejemplo las que menciona Emilio Mitre Fernández (
Lamuerte vencida. Imágenes e historia en el Occidente medieval (1200-1348)
, Madrid, EdicionesEncuentro, 1988, pp. 23 y 52): en primer lugar la división tripartita que habla de la muerte física, lasocio-cultural y la subjetiva, o la que enumera J. Saugnieux: la muerte sufrida físicamente, la muerteexplicada por la doctrina religiosa que se cree y la muerte asumida como experiencia individual einterior; o, finalmente, la clasificación que brinda San Ambrosio: la muerte biológica, la muerte delalma por el pecado y la muerte del alma al pecado y la vida para Dios.
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está presente nosotros no existimos."
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Lógica cristalina que se hace añicos aladvertir que la supresión de toda experiencia en el difunto es solamente unasuposición del que sobrevive. Que el despojo putrescible en torno al cual sellora, que pronto será arcilla o planta, no es necesariamente
la
persona. Quela muerte, en suma, al menos desde el lado de los vivos en el cual se piensa,no es forzosamente la pura no existencia. Ni tampoco la certeza de lasubsistencia, hay que agregar. Vivos sólo podemos ser testigos del morir, ysin poder adentrarnos en él la experiencia
de
la muerte –no la experiencia
ante
la muerte– se aleja inalcanzablemente.Lo desconocido, como en el buen cine de terror, es el genuino objetodel sobresalto. No es ésta, en efecto, cualquier ignorancia o un misterio comopuede serlo la cantidad exacta de materia en el cosmos, o el comportamientode un minúsculo crustáceo debajo de los hielos polares. El fallecimientopersonal enfrenta una incertidumbre que no se contesta tranquilamente con laindiferencia: si sobrevivo, cómo puede mi vida de-acá repercutir en la de-allá;y si sucumbo, qué sentido tiene todo lo de-acá. A tamaño temblor se aúna, por si fuera poco, la única seguridad que cabe: la despedida del mundo quetambién somos, pues todo
partir
es una forma de
partirse
.Es evidente, en cualquier caso, que encarar el final es la máximaprueba de la vida humana. Sólo delante de la propia muerte se prueba elmetal de que estamos hechos. Yukio Mishima diría severamente: "Una vida ala que le basta encontrarse cara a cara con la muerte para quedar desfiguraday destrozada quizá no sea más que un frágil cristal."
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Solamente la vivenciadel morir puede dar la justa medida de nuestra condición.
2. El suceso físico de la muerte
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"Carta a Meneceo", en
Obras
, trad. de Montserrat Jufresa, Madrid, Tecnos,
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