Me encontraba dando vueltas por aquel lugar tan oscuro y frío de la ciudad. En la fachada del edificio se podía leer “El buque de guerra”. Entré y pude verte sentada en la barra, tomabas de aquel vino barato que siempre te gustó.
Enviado por Aldair Boyzo • 10 de Diciembre de 2016 • Resumen • 738 Palabras (3 Páginas) • 165 Visitas
La Esquina
Me encontraba dando vueltas por aquel lugar tan oscuro y frío de la ciudad. En la fachada del edificio se podía leer “El buque de guerra”. Entré y pude verte sentada en la barra, tomabas de aquel vino barato que siempre te gustó.
No era más que un truco de la vista. Se acercó, tanto que parecía tu fantasma, pero todas mis oportunidades se vieron cegadas cuando le pregunté si podía llamarla por tu nombre.
Salí de aquel sórdido lugar. Caminé taciturno bajo los faros oxidados que adornaban la ciudad, en las calles retumbó el sonido de las pisadas, discreto, pero firme.
Me entré frente a otro letrero luminoso, se podía leer “El Gancho Oxidado”. Entré y al mismo tiempo con la vista recorrí todo el lugar, no era más agradable que el anterior. Te vi letárgica, en una mesa junto a la ventana. Me aproximé para mirar de cerca, y besar a quien estaba sentada ahí.
Te acercaste, me sujetaste fuerte. Pregunté muy educadamente “Por favor ¿puedo llamarte por su nombre?”.
Alargué mi camino a casa todo lo que pude, realmente no quería llegar, yo quería verte. Olí tu presencia en el cinturón de seguridad y procuré guardar los atajos para mí mismo.
Después del atardecer, llegué y se podía leer “El pico del loro”. Entré sin muchas ganas y al instante pude verte, a pesar del ruido de la música fue tan ruidoso para mí escucharte hablar. Tenías algo roto.
Se acercó, tan cerca que las manos se mojaron y ella escribió en cursiva “No, no puedes llamarme por su nombre”.
Salí sin titubear de aquel lugar. La noche era maravillosa. Una de esas noches como sólo existen para los ojos de la juventud. Había un cielo tan hondo, tan estrellado, que al mirarlo me preguntaba sin querer: ¿será posible que existan seres malos bajo un cielo semejante?
Reflexionando, vine a pensar en el modo en que había empleado el día que acababa de terminar. Ya desde la mañana se había apoderado de mí un estado raro de ánimo; tenía la impresión de una mayor soledad, de que todo el mundo, en la ciudad, huía y me abandonaba.
Me espantaba ante la idea de quedarme solo. Durante tres días enteros recorrí la ciudad dominado por una profunda angustia, sin darme cuenta de lo que me pasaba. Fui a los jardines, me paseé por los muelles; pues bien, no vi ni una sola de las personas que solía encontrar, no me conocen a mí, pero yo sí las conozco a ellas. Las conozco a fondo, casi me he aprendido de memoria sus fisonomías, me alegro cuando las veo alegres y me entristezco cuando las veo tristes.
Y a pesar de que conozco la ciudad mejor que nadie aún no puedo encontrar tu escondite, empiezo a preocuparme de que pueda olvidar tu cara. He estado preguntando a todos, y estoy comenzando a pensar que te he imaginado desde el principio.
Despacio comencé el camino a casa. Aunque deseara recorrer el camino lentamente, de inmediato me encontraría sentado otra vez en mi apartamento, en mi pequeña irrealidad de hogar, que no era de mi agrado, pero al que no podía despreciar.
Llegué hasta una esquina, donde pude leer en neón: “La punta del Iceberg”. Del gran salón emergía una violenta música de jazz, no dudé un segundo en entrar. Noté que estaba atestado, no se podía caminar sin chocar de frente con alguien. Llegué a la barra y pedí el vodka de toda la vida. Me quedé hasta que cerró, y dando un último vistazo a mí alrededor pude verte otra vez.
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