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Mitos, etapas y crisis en la economía argentina


Enviado por   •  9 de Noviembre de 2014  •  2.732 Palabras (11 Páginas)  •  351 Visitas

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Nación - Región - Provincia en Argentina, 2007, No. 1

Artículo revisado el 01/12/2007

Mitos, etapas y crisis en la economía argentina

Mario Rapoport

Resumen Últimamente ha vuelto a reverdecer una problemática que había estado un poco olvidada en la

historia argentina: la problemática de los mitos. Están de moda muchos libros sobre la cuestión

de los mitos. Hablamos de mitos en el sentido de falsas percepciones históricas que es necesario

poner en evidencia. La consigna es tomar que es lo que se estuvo diciendo o creyendo como

verdad asumida durante mucho tiempo acerca del país y de su historia, y analizarlo a la luz de

nuevas evidencias e interpretaciones. Pero, la mayor parte de las veces esos mitos se refieren a

figuras históricas.

Por supuesto, las personalidades históricas tiene una importancia fundamental, queremos saber

qué pasó con Belgrano, con Moreno, con San Martín, con nuestros próceres, pero existen también otros

mitos que son tan o más importantes que éstos y que tienen que ver con los procesos históricos, con

las estructuras históricas, políticas, económicas y sociales que caracterizaron la evolución del país.

Hay en ese caso una serie de falsas percepciones que se han instalado en la mente de muchos

argentinos, y son de este tipo. Por ejemplo, la idea o el mito de que el país estuvo alguna vez, hacia

las primeras décadas del siglo XX, entre los más avanzados del mundo o el que llegó a ser, en cierto

momento, una potencia mundial.

De esta última aserción se sostiene otro mito: el que la decadencia de la Argentina comenzó en los

años 40, con los procesos de industrialización, la intervención del estado en economía y las políticas de

distribución de ingresos.

Un mito bastante frecuente es el que afirma que un error fundamental en los gobiernos argentinos

estuvo en la creciente tendencia a la autonomización del país con respecto al mundo y, sobre todo, en

sus niveles de confrontación con las grandes potencias hegemónicas.

En la comprensión de las políticas económicas, los mitos toman también la forma de opciones o términos

contrapuestos, aparentemente irreductibles, en la toma de decisiones o de políticas: como la que

existiría entre endeudamiento o ahorro interno; entre inflación o convertibilidad; entre estatización o

libertad absoluta de los mercados. O la que pretende enfrentar políticas de bienestar versus flexibilidad

y competitividad, o una aún más reciente, la que señala la aparente necesidad de elegir entre aceptar

la globalización o realizar políticas nacionales.

Creo que es el momento de desentrañar muchos de estos mitos y analizar más a fondo si éstas son

o no opciones verdaderas. Pero para eso hay que introducirse en la historia y nosotros empezaremos

esa historia desde el momento en que el país se organizó como tal, después de 70 años de cruentas

luchas civiles.

Y aquí surge otro mito y es el que la Argentina fue el país más civilizado de América latina: algo que

suena extraño si observamos las sangrientas, terribles guerras civiles, que causaron miles de muertes,

y se iniciaron en el mismo momento en que culminaban las guerras para afirmar la independencia.

Sin embargo, hacía 1880, el país logra, por fin, una cierta estabilidad, luego del triunfo del ejército

federal sobre el último ejército provincial, el de la provincia de Buenos Aires; con la instalación en la

Presidencia del general Roca a través de un pacto político, la liga de los gobernadores. Va a comenzar

lo que hemos dado en llamar, a modo de simplificación, en la interpretación de la evolución económica

del país, el modelo agroexportador, caracterizando su rasgo principal.

1. La etapa agroexportadora

Este período, que transcurre de 1880 a 1930, es el que se señala como una «época dorada», ensalzada

por grandes poetas latinoamericanos, como Rubén Darío en su Canto a la Argentina. Es la época en la

que muchos argentinos ricos viajan a Europa deslumbrando con sus riquezas y construyen grandes

mansiones, en sus estancias o lugares de origen y, en especial, en Buenos Aires.

Claro está, no era una «época dorada» para todos: como lo señala el informe que en 1904 escribió

el catalán Bialet-Massé sobre las condiciones de vida de las clases trabajadoras en el interior del país,

a pedido del ministro Joaquín V. González, una parte importante de la población vivía todavía a

principios del nuevo siglo, en campos o ciudades, en los umbrales de la pobreza.

En esta etapa, que comienza en los años 80 pero tiene elementos precursores en las décadas del 60

y 70, la Argentina disponía potencialmente de grandes recursos naturales, pero debía traer del exterior

los capitales y la mano de obra necesarios para instalar el sistema de transportes, especialmente el

ferroviario, y la infraestructura portuaria y urbana, y modernizar la agricultura y la ganadería. Esto

se hace centralizando el poder en Buenos Aires, lo que refleja una larga historia de predominio de la

ciudad sobre el resto del país que culmina con la constitución definitiva de la capital de la República

en 1880, último y sangriento episodio de las guerras civiles.

El modelo se sustentaba en un esquema socioeconómico en donde el bien abundante, la tierra,

estaba en pocas manos, como consecuencia de un proceso de apropiación de la misma o de sus frutos

que venía de la época de la colonia (mercedes reales, vaquerías, primeras «campañas al desierto» para

apropiarse de tierras ocupadas por los indígenas), y se continúa con la ley rivadaviana de Enfiteusis (o

alquiler de grandes extensiones de tierras públicas a unos pocos individuos), las nuevas campañas al

desierto y la venta en forma ventajosa de esas tierras alquiladas. Este proceso culmina con la campaña

del general Roca, eliminando definitivamente la presencia del indígena y poniendo a disposición de un

puñado de terratenientes millones de hectáreas explotables. La expedición de Roca fue un verdadero

genocidio de los pocos indígenas que quedaban todavía en la Patagonia, el Chaco y otras zonas del

interior del país.

En cuanto a los capitales externos, si bien ayudan a montar el aparato agroexportador, llegaron

generalmente sin control y, en la mayor parte de los casos, garantizados en su rendimiento por el estado

o con fines meramente

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