Nunca abandones, siempre hay otro movimiento.
Enviado por susiteco • 14 de Octubre de 2015 • Apuntes • 3.925 Palabras (16 Páginas) • 77 Visitas
CREATIVIDAD TENAZ
ESTRATEGIA 10
Nunca abandones, siempre hay otro movimiento.
Sin un anda, el bote se escurría, balanceaba y hacia mucha agua. El vidrio de la brújula estaba roto, pero lo reparamos con escayola del botiquín.
Frank A. Worsley
Encontrar soluciones creativas para grandes problemas es una tarea difícil, incluso en las mejores circunstancias. El miedo, el cansancio físico y el hastío psicológico son parte integrante de la travesía que afrontaron aquéllos que han estado expuestos a los límites de la supervivencia, o bien las organizaciones que intentan lograr los máximos niveles posibles de realización. La capacidad para resolver problemas se vuelve crítica, y la necesidad de innovación es vital precisamente en estos momentos de estrés. Ese capítulo explora las tácticas de aproximación a este formidable desafío.
Fomenta la creatividad sin tregua al límite
Los relatos de supervivencia de este libro han recalcado el trabajo en equipo bajo situaciones adversas. Sin embargo, el auto liderazgo es un elemento importante para dirigir a los demás, y hay muchos relatos de individuos que han demostrado poseer una inventiva excepcional.
Una de las historias más llamativas que he encontrado es la de un tejano que, mordido por una serpiente de cascabel venenosa, salvó su vida mordiendo la cabeza de la serpiente, rebanando su cuerpo a lo largo y utilizando la piel como un torniquete hasta que consiguió ayuda.
La aventura de Steven Callahan, menos pintoresca que la historia de la serpiente de cascabel, es una travesía individual que da un buen ejemplo de la creatividad tenaz ante un desafío extremo. Callahan navegaba en su pequeño balandro, el Napoleón Solo, desde las islas Canarias hasta el mar Caribe, cuando el barco naufragó a causa de una fuerte tormenta. Parece que una ballena embistió el balandro, y éste se hundió en cuestión de minutos. Callahan logró escapar en una pequeña lancha hinchable, el Rubber Ducky III y se embarcó en una nada desdeñable travesía de mil ochocientos millas que duró setenta y seis días. Cada día que duró esta experiencia fue una lucha constante por la supervivencia: los alambiques solares para producir agua potable estaban averiados, los tiburones atacaban el bote, de poco más de metro y medio de largo, raspaban el suelo del mismo y mordían el lastre. Por si fuera poco, pasaron de largo nueve barcos sin ver al desventurado marino.
Callahan, escaso de agua y a punto de morir de inanición, se las apañó para arponear un pez espada, cuyo alimento le devolvió la vida. No obstante, su equipo se deterioraba continuamente y las olas golpeaban el pequeño bote. El día a día era un precario equilibrio:
Debo trabajar más y mejor cada día para tejer un mundo en el que poder vivir. El juego es la supervivencia y quiero ganar el juego. Parece fácil sobre el papel: aguantar, ración de comida y agua, pescado y tender el alambique. Pero cada pequeño matiz de mi juego tiene un profundo significado: si hago demasiada guardia, me canso y no pesco bien, ni tiendo bien el alambique u otras tareas esenciales. Pero si no hago guardia, ése puede ser el momento en que un barco pase cerca de mí. Si uso los dos alambiques ahora, puedo aliviar la sed y estar en mejor forma para hacer la guardia y otras tareas, pero si se rompen los dos alambiques moriré de sed [...]. Es una constante lucha por mantener el control y la autodisciplina, por mantener una actuación que asegure mi supervivencia lo mejor posible, pero como no sé cuál es ese rumbo [...] todo lo que puedo decirme a mí mismo es: «Lo estás haciendo lo mejor que puedes».
Callahan perdió, el vigésimo tercer día, la tira de su arpón submarino cuando trataba de capturar un pez de más de veinte kilos. El arpón era el único medio que tenía para conseguir comida y, por tanto, era esencial para su supervivencia. Lo único que podía hacer ahora era atar la flecha al eje y crear un arma dirigida sólo por sus brazos. Esta nueva limitación exigió lo que parecían horas interminables de espera, inmóvil, como «una estatua clásica de bronce de un arquero sin arco», hasta que reaparecía su presa.
Su cuerpo empezó a debilitarse por falta de azúcares, féculas y vitaminas. Le salieron sarpullidos que se convirtieron en llagas y acabaron supurando, dejándole docenas de heridas en carne viva Se obligó a hacer yoga, en un esfuerzo notable de voluntad, por la mañana y al anochecer. La rutina era lenta y dolorosa y costaba hora y media hacer aquello que normalmente se haría en media hora. Pero Callahan mantuvo su vigor corporal con fuerza de voluntad.
Después de cuarenta días en el mar, se dio cuenta de que el bote había alcanzado el límite de la garantía ofrecida por el fabricante. Aun así, había algo que celebrar, pues estimaba que había realizado más de la mitad de la travesía al Caribe. También había logrado sellar los alambiques para mantenerlos inflados y había perfeccionado su sistema de recogida de agua de la lluvia, utilizando el filo de su navaja Scout -que le había acompañado desde que tenía doce años— para hacer unos orificios en una tartera de plástico que había colocado en la parte superior del bote.
La situación se había estabilizado, pero el desastre volvió a rondar el cuadragésimo tercer día. Un pez arponeado rozó la punta del arpón contra el tubo inferior del bote, y abrió un orificio de diez centímetros de largo. Enormes burbujas de aire salieron del agujero hasta que el tubo se desinfló totalmente. El Rubber Ducky III se mantenía a flote con un solo tubo, apenas siete centímetros por encima del agua.
La vida de Callahan dependía ahora de que pudiera reparar el tubo inferior. Si fracasaba no podría arponear peces, e incluso si los pescaba no podría secarlos para comer. Tampoco podría dormir, y sus piernas quedarían colgando como el punto más bajo del bote. Los tiburones atacarían ahora sus piernas en vez de los tubos de lastre.
Los tapones de la caja de herramientas del bote eran demasiado pequeños y no servían. Pensando, Callahan miró el orifico como si fuera una boca abierta. En esa boca, metió una lengua hecha de una almohadilla que había salvado del Napoleón Solo. Sujetando los bordes rotos del bote, aplicó el esparadrapo a la almohadilla hasta que logró sellar el orificio.
Este primer esfuerzo fue sólo un triunfo momentáneo, pues quince minutos después de haber inflado el tubo, éste estaba flojo otra vez. Intentó sellar durante cinco horas los orificios del tubo, pero seguía habiendo fugas. Calculó que harían falta tres mil bombeos al día para mantener el bote a flote, lo cual era un ejercicio extenuante de dos horas, que no podía realizar.
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