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Por Que Las Moscas No Van Al Cine


Enviado por   •  29 de Abril de 2014  •  993 Palabras (4 Páginas)  •  357 Visitas

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San Agustín se confesó incapaz de adivinar las razones que pudieron mover a Dios al crear la mosca. Martín Lutero, en cambio, tenía claro que las moscas habían sido creadas por el Diablo para distraerlo de la escritura de sus piadosos libros, opinión que Bertrand Russell consideraba, britishmente, “plausible hasta cierto punto”.

Pero ni los filósofos ni los padres de la Iglesia y ni siquiera los biólogos se han hecho una pregunta más seria y discernible: ¿por qué no hay moscas en las salas de cine? La razón es simple: el cine las aburre porque su percepción visual es muy diferente a la de los seres humanos. Cada uno de los “ojos” de una mosca está formado en realidad por 2.000 ojitos tan sensibles que pueden diferenciar sucesos ópticos separados entre sí por el exiguo intervalo de 1/200 de segundo. (Este viene a ser la unidad de tiempo de su mundo, el instante-mosca).

Un ser humano necesita como mínimo un intervalo 10 veces mayor, 1/20 de segundo, para diferenciar dos sucesos ópticos: si una lámpara se enciende y apaga muy rápido, digamos cada 1/22 de segundo, nos parecerá que siempre está encendida. De manera que los fotogramas de cine, los cuales se proyectan a una velocidad de 24 cuadros por segundo, están separados entre sí por un intervalo insuficiente (1/24 de segundo), haciendo que las imágenes se nos traslapen ligeramente en la retina, y creando así esa bella ilusión de movimiento y continuidad que es el cine.

¿Qué ve la mosca, entre tanto.¿ La realidad: una aburrida proyección de diapositivas separadas por largos intermedios de oscuridad. No es de extrañar, pues, que abandone la sala y se marche a la cafetería del teatro, donde gozará como una niña entre olorosas nubes de crispetas formadas por un enjambre de partículas microscópicas de maíz en suspensión, para luego sobrevolar, sedienta, la zona de los dispensadores de bebidas carbonadas y sentir chispear en su carita las burbujas de Coca-Cola, Pepsi, Sprite, Quatro... hasta que decida, ahíta y cansada, sestear sobre el mostrador.

La cafetería está iluminada con tubos de neón cuyos destellos le llegan separados por 1/60 de segundo, algo demasiado rápido para nuestro ojo y muy lento para el de ella, cuyos segundos son eternidades de 60 apagones y 60 rendijas de luz a través de las cuales la cafetería parece una discoteca iluminada con luz estroboscópica, donde la gente se mueve de manera espasmódica: lenta y discontinua.

No es de extrañar, por lo tanto, que cuando el joven empleado de la cafetería la descubre y se abalanza sobre ella, la mosca no se afana. Un manotazo de una persona muy ágil (un pitcher de béisbol, digamos) demora 1/30 de segundo en recorrer los últimos 8 centímetros que la separan de su arisco objetivo, es decir, 7 instantes-mosca (1/30÷1/200= 7), tiempo más que suficiente para que nuestra amiga se sacuda las manos, se rasque la cabeza y calcule el ángulo de despegue para no ir a chocar con la mano del paquidérmico empleado.

Luego los músculos de arranque

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