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Preambulo De Un Reloj


Enviado por   •  4 de Marzo de 2014  •  635 Palabras (3 Páginas)  •  217 Visitas

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Los valientes sastres de la mafia

Gay Talese

Autor de un libro clásico sobre la mafia, Honrarás a tu padre, e hijo él mismo de un sastre,

Gay Talese zurce en las páginas que siguen una crónica tan perfecta como los bordados de

un chaleco de seda. Hoy en día tal vez no, pero hubo un tiempo en que un triste corte en la

rodilla podía ser asunto de vida o muerte.

Existe un leve desorden mental, endémico en el negocio de la sastrería, que comenzó a tender sus hilos en la

psique de mi padre durante sus días de aprendiz en Italia. Por entonces él trabajaba en el taller de un artesano

llamado Francesco Cristiani, cuyos antepasados varones habían sido sastres durante cuatro generaciones

sucesivas y, sin excepción, habían exhibido síntomas de esta enfermedad ocupacional. Aunque nunca ha

atraído la curiosidad científica —y por lo tanto no puede clasificarse con un nombre oficial—, mi padre

describió una vez esta enfermedad como una suerte de prolongada melancolía que a veces estalla en arrebatos

de mal humor.

Es el resultado, sugería mi padre, de excesivas horas de una lenta, laboriosa y microscópica labor que puntada a

puntada —centímetro a centímetro— va abstrayendo al sastre en la luz que se refleja sobre la aguja que destella

dentro y fuera de la tela. El ojo de un sastre debe seguir la costura con precisión, pero su pensamiento está libre

para desviarse en diferentes direcciones: examinar su vida, reflexionar sobre su pasado, lamentar sus

oportunidades perdidas, crear dramas, imaginar banalidades, cavilar, exagerar. En términos simples, el

hombre, al coser, tiene demasiado tiempo para pensar.

Mi padre servía como aprendiz todos los días, antes y después de sus clases en el pueblo de Maida, en el sur

italiano. Él sabía que algunos sastres podían quedarse sentados durante horas, acunando una prenda entre sus

cabezas gachas y sus rodillas cruzadas, cosiendo sin esforzarse ni moverse excesivamente, sin un soplo de

oxígeno fresco con qué aclarar sus mentes. Y luego, con inexplicable inmediatez, podían ponerse en pie de un

salto y estallar en furia ante cualquier comentario casual de un colega, así fuese sólo una frase trivial sin

intención de ofender a nadie. Cuando esto ocurría, mi padre solía refugiarse en una esquina mientras los

carretes y los dedales de acero volaban por la habitación. En el caso de que el airado sastre fuera acicateado por

sus insensibles colegas, hasta podía buscar el instrumento más terrorífico dentro del taller: las tijeras, largas

como un par de espadas.

También había ocasionales disputas entre los clientes y el propietario, el ufano y diminuto Cristiani, quien se

enorgullecía enormemente de su ocupación y creía de

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