Raudales de Piedra

Raudales de piedra.

Ante mis ojos encontré torrentes holgados de un gris apagado que se entrelazaban unos con otros y parecían continuar hasta el mismísimo borde del mundo. En ellos feroces bestias recorren rápidamente los tristes canales, como escapando, como buscando, intentando llegar a un lugar al que aún no han pensado. Dentro de ellos se encierran almas desesperadas urgidas de vivir más rápido de lo que pueden, pues el tiempo poco les parece. Esquivando todo, sin detenerse por nada, haciendo todo a un lado, respirando tan solo porque de lo contrario morirían, encolerizados con eso a lo que califican como vida, porque nada es como quieren y a todo deben de someterse. Encadenados a su propia sombra, enjaulados en su cuerpo, aquel que no ha aceptado encadenarse es despreciado por el resto, por considerarlo extraño, fuera de lugar, perdido en un mar de fantasías. Andan tan rápido, se preocupan tanto por el límite de su tiempo, por la incertidumbre del mañana y la certeza del final, que no notan que la muerte se los ha llevado en vida.

No sé qué seres tan tristes pueden ser estos, no sé cómo pueden atormentarse tanto así mismos. ¿Quién edifica su prisión y forja sus propias cadenas? ¿Qué los apura? Pobres almas, conviven tanto con ese cuerpo que las alberga que han creído que en verdad están hechas de carne y hueso.

En la estela de luz en la que todos nos reuniremos, en el infinito de la eternidad, nada de este plano entra. Nada corre, nada se preocupar por estar, todo fluye, todo se ocupa de ser. Ahí no hay raudales de piedra, pues todo tiene su cauce y su cauce es todo.

-Alí-

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