Santa, De Federico Gamboa, O La Redención Artística Del Naturalismo Mexicano
Enviado por DOMCOBB • 8 de Abril de 2013 • 5.279 Palabras (22 Páginas) • 778 Visitas
Dr. Gerardo Francisco Bobadilla Encinas
Universidad de Sonora
Departamento de Letras y Lingüística
La historia de Santa es, en palabras del narrador, “la historia vulgar de las muchachas pobres que nacen en el campo y que en el campo se crían en el aire libre, entre brisas y flores; ignorantes, castas y fuertes; al cuidado de la tierra, nuestra eterna madre cariñosa; con amistades aladas, de pájaros libres de verdad, y con ilusiones tan puras, dentro de sus duros pechos de zagala, como las violetas que, a escondidas, crecen a orillas del río que meció su cuna”... Hasta que hace su aparición el chulo citadino pícaro y galán, en la figura de Marcelino, el alférez de la guardia del pueblo, quien supo vencer la débil resistencia de la ingenua y conducirla a la pérdida de la honra, mediante ardides y “mañas para charlarle, en broma por supuesto, sonriendo bajo el [castaño] bozo, sacudiéndose las botas [marcialmente] con el látigo o acariciando el pescuezo de su caballo [un irascible moro], si lo que decía era de trascendencia” (Gamboa 1982: 59).
De allí en más, todo fue rostros sombríos, callar de catástrofe, fiebre intensa, y la maledicencia del pueblo husmeando y desfigurando lo sucedido (Gamboa 1982: 69), para culminar la historia con la expulsión del hogar paterno —en una escenificación dramática
del más genuino corte calderoniano— e iniciar así un largo proceso de degradación y decadencia física y moral, que conducirá a Santa, primero, por los caminos de la prostitución, luego, al sepulcro, pese a los dos o tres intentos de regeneración frustrados por la doble moral, por la misma corrupción física y moral de la sociedad que la condena.
Santa, de Federico Gamboa, fue publicada por primera vez en 1903. El éxito de la novela entre el público lector mexicano fue inmediato, tan es así que, para 1939 —año de la muerte de su autor—, las sucesivas reimpresiones sumaban ya un tiraje de 60 mil ejemplares; esta cifra es exorbitante y sorprendente en una sociedad conformada, básicamente, por una masa analfabeta y una élite lectora minoritaria cuyas preferencias estéticas estaban signadas por el canon francés, y que, además, acababa de superar una cruenta guerra civil, la Revolución Mexicana, que duró diez años y se encontraba en un proceso de recomposición que llevaba ya casi veinte. Múltiples factores, se dice, intervinieron en su éxito editorial: desde el sensacionalismo que su temática despertó entre la conservadora moral porfirista de principios del siglo XX, hasta el divertimento morboso de reconocer en los Otros situaciones y experiencias que permitían la identificación inconsciente con una forma de vida crapulosa.
Santa es reconocida como una de las obras maestras de la narrativa mexicana. La historia y crítica literarias basan esta consideración en el hecho de que el discurso narrativo se revela bien planeado, claramente escrito, con una trama que precede directamente a su desenlace, además de que las descripciones de la naturaleza y de la cultura marginal del burdel, de fuerte y lograda raigambre realista, son de una vitalidad poderosísima, reveladoras de una capacidad de observación minuciosa (Carballo 1991: 82-83; Warner 1953: 106-110). A esto debe añadirse la capacidad del narrador para configurar a los personajes a partir de unos cuantos rasgos sustanciales que los han convertido en verdaderos símbolos literarios dentro del horizonte de expectativas de México y del mexicano, además de contribuir decisivamente en el establecimiento de la ciudad no como un mero escenario, sino como un personaje que interacciona y condiciona dialécticamente las conductas y valoraciones de los personajes y del narrador, respectivamente. Mención aparte merece la perspectiva modernista que subyace a muchas de las descripciones, pues algunas de las imágenes y cuadros que presenta anuncian una sensibilidad impresionista muy lograda.
Los historiadores y críticos de la literatura mexicana ubican y problematizan las particularidades de Santa dentro del marco del movimiento naturalista hispanoamericano. Para ello se basan en la postura y las consideraciones que en su momento hizo el propio autor, Federico Gamboa, referidas a que trataba de aplicar en sus textos los principios experimentales y deterministas enunciados por Emilé Zola y Edmond de Goncourt, así como a que visualizaba su labor literaria como la historización de la gente sin historia, asumiendo los postulados de este último teórico del naturalismo francés [1]. Es entonces cuando, contradictoriamente, esa misma historia y crítica literarias que reconoce sus cualidades narrativas, señalan al mismo tiempo que Santa es uno de los más grandes fracasos éticos y estéticos de la novelística mexicana.
Y es que si bien la novela muestra un afán por reconocer en esa comunidad de prostitutas, chulos, tahúres y canallas los indicios que muestran la decadencia y la degradación de la sociedad, José Emilio Pacheco —uno de los estudiosos de la literatura mexicana decimonónica más lúcido y apasionado— considera que Santa carece de lo que permite la existencia del naturalismo: la gran burguesía, la gran industria, la gran ciudad, conformadoras de un espíritu materialista que explica, en ese contexto, la configuración de una imagen del hombre como un ser deshumanizado, objetualizado, bestial y decadente; añade que la crítica planteada por la novela no son señalamientos frontales, pues el autor es ministro del sistema al que denuncia, en un país en el que no hay posibilidad de convertirse en escritor independiente sostenido por el público (Pacheco 1984: 34). Por su parte, y en este mismo tenor, Emmanuel Carballo señala que la obra malentiende la noción del determinismo, pues “no extrema el análisis de la realidad, la documentación abundante y científica y el examen clínico de los personajes [... ni] logra expulsar de sí las preocupaciones religiosas y los juicios aprendidos en el catolicismo” (Carballo 1991: 83).
No comparto las críticas ni los criterios mencionados. Creo, en cambio, que precisamente por esas diferencias que guarda y establece con el modelo francés, Santa logra conformar una poética propia, particular y original, que se proyecta y hace trascendente en nuestro entorno como la estética naturalista mexicana. El proceso cultural y literario de Hispanoamérica, en general, de México, en particular, ha sido, hasta las primeras décadas del siglo XX, un proceso de transculturación en el que los modelos originales —de ascendencia española, francesa o inglesa casi siempre— han reorganizado estéticamente sus elementos y relaciones y han redefinido sus funciones cognoscitivas y éticas (Rama 1989: 34-40).
No es mi intención en este momento del trabajo confrontar puntualmente los señalamientos mencionados antes;
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