Tierra Sin Hombres
Enviado por hilds • 3 de Mayo de 2013 • 2.867 Palabras (12 Páginas) • 435 Visitas
TIERRA SIN HOMBRES
...y hombres sin tierra
Parte de: “500 ENGAÑOS: Otra cara de la historia”, de JOSE IGNACIO LOPEZ VIGIL Y MARIA LOPEZ VIGIL. Basado en el texto de Eduardo Galeano, “Las venas abiertas de América Latina”.
HIDALGO —¡Mírenla, hermanos! ¡Mírenla, que ella nos mira! ¡Esta será nuestra bandera!!
El sacerdote alzó el estandarte ante el gentío. El lienzo fulguraba. Desde él, Nuestra Señora de Guadalupe, la Virgen Morena, sonreía a los indios. Los bendecía. Parecía querer empuñar ella misma los machetes y las picas que sus hijos levantaban en las manos.
HIDALGO —¡Viva la Virgen de Guadalupe y mueran los Guachipines!
MEXICANO —¡¡Viva la Gudalupana!!
HIDALGO —¡La Virgen irá con nosotros! ¡Irá delante de nosotros! Ella sabe, como nadie, de los sufrimientos de ustedes y de los abusos de los españoles. ¡Ella llegó a México hace 300 años y lo ha visto todo con sus ojos!
El padre Miguel Hidalgo tenía casi 60 años cuando puso al frente de los indios de su parroquia la bandera de la Virgen de Guadalupe y comenzó las luchas por la independencia de México. Era el año 1810.
HIDALGO —¿Y qué es lo que ha visto la Virgen? ¡Ella vio llegar a los españoles! ¡Los vio robarse las tierras de los indios! ¿De quiénes eran estas tierras de Atotonilco hacia el norte y hacia el sur? ¿Y de quiénes eran las tierras que dan la vuelta a la parroquia? ¿De los españoles o de ustedes? ¡Eran nuestras, sí, eran las tierras de nuestros abuelos! ¡Eran las milpas de maíz de nuestros abuelos! ¡Y hoy son las haciendas de esos codiciosos terratenientes! ¡Hermanos, ¿queremos recuperar esas tierras? ¿Queremos volver a ser los dueños de esas tierras que los odiados guachupines nos robaron?
El padre Miguel Hidalgo sabía muchas cosas. Hablaba la antigua lengua indígena de los otomíes, que habían sido exterminados por los conquistadores. Había enseñado a los indios a cultivar la uva y a criar el gusano de seda, a fabricar la loza y las tejas. El cura Hidalgo les estaba enseñando ahora a empuñar las armas para recuperar sus tierras...
HIDALGO —¡La tierra! ¡Por la tierra vamos a pelear! ¡Y la Virgen de Guadalupe peleará con nosotros!!
En menos de seis semanas, 80 mil hombres seguían al padre Miguel Hidalgo...
MEXICANO —¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Mueran los españoles!
El cura revolucionario, al frente de la avalancha insurgente de indios sin tierra, suprimió los impuestos, decretó la libertad de los esclavos, repartió tierras de Guadalajara y se abalanzó sobre México...
OBISPO —¡Agitador, apóstata de la religión, manipulador de la Santísima Virgen María, materialista!
Los obispos de México, que eran españoles y eran también grandes terratenientes, lo calumniaron, lo persiguieron. El obispo de Michoacán lo excomulgó y lo mandó a fusilar...
COMPADRE —Fusilaron al cura Hidalgo y a todos los jefes rebeldes. Y las tierras volvieron a estar seguras en manos de los señores hacendados.
VECINA —¡Qué lástima! Me gustaba ese cura rezador y peleador. Así debían ser todos los reverendos.
COMPADRE —Pero Hidalgo no fue el único. Otro cura recogió su bandera ese mismo año y siguió peleando: el padre José María Morelos. Este siguió repartiendo tierras, suprimió la esclavitud, puso en pie a medio México. Pero, junto a estos curas revolucionarios, había obispos terratenientes. Y a Morelos también lo mandaron a fusilar.
ABUELO —Entonces, ¿en qué quedó la independencia de México?
COMPADRE —Bueno, la independencia se consiguió unos años después. Pero, qué va, aquella independencia no tenía ya ninguna de las banderas que habían levantado estos dos curas. La independencia no tocó a los terratenientes. Fue como un acuerdo entre los ricos de España y los ricos criollos de México para poner unos cuantos parches. Pero el que no cambia el latifundio, no cambia nada.
JUEZ —¡Silencio! ¡Silencio!
FISCAL —Se acusa a los latifundistas de América Latina. A todos. Se les acusa de bienes mal habidos. Heredaron de sus padres y de sus abuelos enormes extensiones de tierra. Pero son tierras robadas. En la historia constan los hechos. Los españoles y los portugueses llegaron aquí, pusieron a los indios a hacer trabajo forzado en las minas y en las plantaciones. Y se quedaron con sus tierras. Así arrebataron las tierras de comunidades enteras. Así se hicieron propietarios de la noche a la mañana. Millones de hectáreas robadas. El que hereda a un ladrón y no devuelve lo robado, es también ladrón!
JUEZ —¡Silencio, silencio!
FISCAL —Se acusa a los latifundistas de América Latina. Se les acusa de traición a la patria. Porque en la hora de la independencia ellos también levantaron la bandera. Pero lo hicieron con intención torcida. La patria no es una bandera. La patria es la tierra. Y ellos alzaron las banderas, y cantaron los himnos, pero no entregaron la tierra robada. Así traicionaron a los pobres, a los que derramaron su sangre por la independencia! Presentan esta acusación Juan, María, el Chepe, Felipe, Juliana... La lista es muy larga. Todos ellos, campesinos sin tierra de América Latina.
JUEZ —Acusación aceptada. Continúa la sesión.
COMPADRE —De una punta a la otra punta del continente, el problema era el mismo. Por los años en que el cura Hidalgo y el cura Morelos luchaban y morían en México, José Artigas levantaba la misma bandera de la tierra en las pampas del sur de América, en los territorios que hoy ocupan el Uruguay y las provincias del Nordeste argentino.
ARTIGAS —¿Qué independencia va a ser esta? ¿Qué nación vamos a construir? ¿Una nación sólo para los ricos comerciantes del puerto de Buenos Aires y para los terratenientes de las provincias? ¡No, no habrá independencia hasta que no haya tierra para los gauchos y para los indios y para los negros! ¡Tierra para todos, una patria grande para todos!
Siguiendo la bandera de Artigas, un pueblo sin tierra y disperso se puso en movimientos hacia la pampa inmensa. Y en la pampa, entre mil fogones de criollos pobres, el general Artigas dictaba los decretos de su gobierno revolucionario...
ARTIGAS —Se quitarán todas las tierras que sobren a cualquier propietario. ¡Y sin pagarles un peso! Anoten ahí: que cada alcalde revise los terrenos de su jurisdicción. Y que reparta las tierras teniendo en cuenta esto: que los más infelices sean los más privilegiados. Escriban que todos, los negros, los zambos, los indios, los criollos pobres, serán propietarios.
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