Un Mundo Feliz
Enviado por fifteenmiranda • 1 de Diciembre de 2013 • 2.932 Palabras (12 Páginas) • 279 Visitas
Índice
ARGUMENTO 6
1. Un montón de secretos 7
2. Una mañana de medias sonrisas 10
3. El chico del pavo 15
EL PRINCIPIO DE LA HISTORIA 20
4. El observador de zapatos 21
5. La planta decimotercera 29
6. Un trato cerrado 40
7. Pensándolo bien 43
8. Pudín y pastel 53
9. El chico del pavo 2 65
10. A la mañana siguiente 67
11. El malabarista 82
12. Viviendo a tope 92
13. El chico del pavo 3 95
14. Hogar, dulce hogar 97
15. Despertar 105
16. Una colisión nocturna 113
17. Concedido 122
18. Lou conoce a Lou 131
19. El chico del pavo 4 142
LO QUE QUEDA DE LA HISTORIA 144
20. El hombre del momento 145
21. La hora de la verdad 158
22. ¡Sorpresa! 168
23. El alma acude al encuentro 175
24. El mejor día 184
25. Todo empezó con un ratón 199
26. Nochebuena 203
27. Por los viejos tiempos 215
28. El chico del pavo 5 221
Agradecimientos 226
ARGUMENTO
Lou tiene una vida perfecta, una mujer estupenda, dos hijos adorables y un trabajo que le llena. Pero el éxito tiene un precio y Lou está dispuesto a todo para conseguir llegar a la cima. Una mañana, de camino al trabajo, entabla conversación con Gabe, un mendigo con el que se cruza todos los días. Este encuentro cambiará su vida para siempre porque Gabe no es un hombre como los demás...
1. Un montón de secretos
Si dieras un paseo a lo largo de las construcciones tipo bastón de caramelo de una urbanización de las afueras una mañana de Navidad temprano, no podrías evitar observar que las casas, con todo su esplendor de espumillón, se parecen a los paquetes envueltos que descansan bajo los árboles de Navidad del interior. Y es que todos ellos encierran secretos. La tentación de tocar y mover el paquete equivale a entreabrir las cortinas para observar a una familia en acción la mañana de Navidad: un momento atisbado que se mantiene a salvo de ojos curiosos. Para el mundo exterior, en un silencio sereno y sin embargo inquietante que tan sólo se da en esta mañana del año, los hogares forman fila hombro con hombro como soldaditos de juguete pintados: orgullosos, sacan pecho y meten barriga en actitud protectora de lo que custodian.
La mañana de Navidad las casas son cofres que guardan verdades ocultas. Una guirnalda en una puerta como un dedo posado en un labio; las persianas bajadas como párpados cerrados. Luego, en un momento dado, al otro lado de las persianas echadas y las cortinas corridas, se verá un cálido resplandor, un levísimo indicio de que dentro está pasando algo. Como estrellas en el nocturno firmamento que a simple vista aparecen una a una, como minúsculas pepitas de oro que quedan al descubierto al ser tamizadas en un arroyo, las luces se encienden tras las persianas y las cortinas en la penumbra del alba. A medida que se llena de estrellas el cielo y se forjan millonarios, habitación por habitación, casa por casa, la calle empieza a despertar.
En la mañana de Navidad la calma reina fuera. Las desiertas calles no infunden miedo, a decir verdad ejercen justo el efecto contrario. Destilan seguridad y, a pesar del frío propio de la estación en ellas se respira calor. Por diversos motivos, este día del año se pasa mejor dentro de casa. Mientras que el de fuera es sombrío, dentro se abre un mundo de vivo y frenético colorido, una locura de papel de regalo rasgado y lazos de colores volando por los aires. Música navideña y aromas festivos de canela y especias y toda clase de cosas agradables inundan el aire. Exclamaciones de júbilo, de abrazos y gracias se lanzan como serpentinas. Esos días de Navidad son para pasarlos dentro; fuera no hay ni un alma, pues hasta éstas tienen un techo.
Sólo aquellos que se desplazan de una casa a otra salpican las calles. Los coches paran y se descargan regalos. Las felicitaciones salen al frío aire por las puertas abiertas, reclamos de lo que está sucediendo dentro. Luego, mientras estás allí con ellos, empapándote de todo y compartiendo la invitación —listo para cruzar el umbral como un desconocido cualquiera, pero sintiéndote un invitado bienvenido—, la puerta se cierra y deja fuera el resto del día, como para recordarte que no es el momento de acaparar.
En este vecindario en concreto de casas de juguete, un alma deambula por las calles. Este alma no acaba de ver la belleza del hermético mundo de las casas. Este alma está decidida a librar una guerra, quiere deshacer el lazo y romper el papel para descubrir qué hay dentro de la casa número veinticuatro.
A nosotros no nos importa lo que hacen los ocupantes de la casa número veinticuatro, aunque, si no hay más remedio, un bebé de diez meses, confuso debido a ese objeto grande y verde que pincha y se enciende y se apaga en un rincón de la estancia, está intentando echar mano del brillante adorno rojo que tan cómicamente refleja una mano regordeta familiar y unas encías. Todo ello mientras una niña de dos años se revuelca en papel de regalo, bañándose en purpurina como un hipopótamo en el barro. A su lado Él coloca un nuevo collar de diamantes en el cuello de Ella mientras ella, boquiabierta, se lleva rápidamente la mano al pecho y sacude la cabeza con incredulidad, tal y como ha visto hacer a las mujeres de las películas en blanco y negro.
Nada de esto es importante para nuestra historia, aunque significa mucho para el individuo que se encuentra en el jardín delantero de la casa número veinticuatro mirando las cortinas echadas del salón. Con catorce años y un puñal atravesándole el corazón, no ve lo que está pasando, pero su imaginación se ha alimentado debidamente con el llanto diurno de su madre, de manera que puede hacerse una idea.
Y por eso alza los brazos por encima de la cabeza, coge impulso y, con todas sus fuerzas, se echa hacia adelante y lanza el objeto que sostiene en las manos. Luego se aparta para contemplar, con amarga alegría, cómo un pavo congelado de casi siete kilos se estrella contra la ventana del salón de la casa número veinticuatro. Las cortinas echadas actúan de nuevo como una barrera entre él y ellos, frenando el vuelo del ave por los aires. Ahora, sin vida para detenerse, el animal —y sus menudillos— caen de prisa
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