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Una interesante y legendaria historia que abarca muchos puntos importantes de la historia clásica


Enviado por   •  6 de Septiembre de 2017  •  Ensayo  •  2.812 Palabras (12 Páginas)  •  304 Visitas

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La Travesía de un Demonio

«El inicio del fin»

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Viña del Mar, 12 de Octubre de 2016

Prologo

Una interesante y legendaria historia que abarca muchos puntos importantes de la historia clásica, tanto su religión, como aspectos representativos de la cultura griega. Un texto que rescata puntos filosóficos desde el sitio de vista de un demonio y sus problemas existenciales, como la presencia de seres propios de la literatura clásica, que encarnan una historia llena de dudas e incógnitas. La vida de nuestro demonio es un tanto confusa, no hay mucha información sobre él, no sabe mucho sobre sí mismo, pero tendrá que vivir con eso por lo que le resta de su vida. Una serie de situaciones hará esta problemática aún más trascendental, provocando ciertas inquietudes en el pasar del tiempo histórico. Se requiere saber mínimamente la historia de los distintos seres del infierno para poder entender datos escondidos y muy relevantes de la historia, que darán para pensar y pondrán a nuestro personaje en una situación paradójica e interesante. El modo de ver el mundo siempre ha sido propio de cada ente, es por esto que la visión de vida de cada personaje en este fragmento será distinta y única. La esencia del texto es el inicio del fin más controvertido de la historia. Sin más preámbulo, a disfrutar.

"Hijo de hombre, entona una elegía sobre el rey de Tiro. Le dirás: Así dice el Señor Yahveh: Eras el sello de una obra maestra, lleno de sabiduría, acabado en belleza. En Edén estabas, en el jardín de Dios. Todas suertes de piedras preciosas formaban tu manto: rubí, topacio, diamante, crisólito, piedra de ónice, jaspe, zafiro, malaquita, esmeralda; en oro estaban labrados los aretes y pinjantes que llevabas, aderezados desde el día de tu creación. Querubín protector de alas desplegadas te había hecho yo, estabas en el monte santo de Dios, caminabas entre piedras de fuego. Fuiste perfecto en su conducta desde el día de tu creación, hasta el día en que se halló en ti iniquidad. Por la amplitud de tu comercio se ha llenado tu interior de violencia, y has pecado. Y yo te he degradado del monte de Dios, y te he eliminado, querubín protector, de en medio de las piedras de fuego. Tu corazón se ha pagado de tu belleza, has corrompido tu sabiduría por causa de tu esplendor. Yo te he precipitado en tierra, te he expuesto como espectáculo a los reyes. Por la multitud de tus culpas por la inmoralidad de tu comercio, has profanado tus santuarios. Y yo he sacado de ti mismo el fuego que te ha devorado; te he reducido a ceniza sobre la tierra, a los ojos de todos los que te miraban. Todos los pueblos que te conocían están pasmados por ti. Eres un objeto de espanto, y has desaparecido para siempre." (Ez 28.12-19)

Uno, dos, tres toques. Y comenzaban los gritos. Un día de costumbre. Las almas comenzaban su sufrimiento a primera hora por la mañana, los corazones comenzaban a arder por el calor infernal de mi hogar, la música se alzaba, el acto comenzaba. Sentado como toda la eternidad, observo el trabajo forzado de cuerpos que, sin piernas, intentan correr, que sin nariz, intentan oler, y que con oídos, imploran injustamente no seguir escuchando los gritos de sufrimiento de sus pares. Como siempre, reposo mi erguida y escamosa espalda sobre los secos y calurosos pastizales del infierno. Miro la oscuridad que descansa sobre mí, y con suerte, divisare un par de ingenuas gárgolas siendo consumidas por las tinieblas. Otra vez se perdió en la oscuridad y la distancia escucho detrás de mí. “Astaroth”, el odiado demonio de la suerte, yacía posado a mi lado escuchando mis pensamientos. Qué haces aquí -pregunté. Espero, espero a la soledad, espero al odio. Me acompañaran a amar el sufrimiento de las almas cuya vida no les dio la mano -respondió soberbiamente. A lo que dije, A mí no me la tomes, la soledad es mi esencia y el odio mi existencia. Agresivamente comenzó este su aleteo hacia las tinieblas. Que poco a poco, fue consumido por la oscuridad.

Nuevamente observo, ahora el horizonte que, de alguna manera, logra cautivar mi mirada ante los cuerpos descuartizados allí revueltos, lo que me hace pensar «¿Qué habrán hecho? ¿Acaso es el nacimiento es pecado suficiente para tal castigo?»  Para luego responderme a viva voz, -Simplemente es y particularmente hacen, la monotonía me pasa la cuenta, el pensamiento me quita el odio –dije–. ¿Entonces porque pienso? Pensé. –Para existir –respondieron–. “Frimost”, mi hermano, demonio de la destrucción, aparecía entre las cenizas ante mis narices. –¿Para qué existo hermano mío? –pregunte. –Para ser –respondió.   –¿Quién soy? –dije de forma desesperada, Y el silencio respondió a mi pregunta.

Solo quedaba de nuevo, por primera vez sentía ese ardor en el pecho que ni la experiencia supo responder, un sentimiento que recorre a los desalmados de pies a cabeza, que solo sabe salir tras los helados suspiros de las sombras errantes. Ni el silencio de Caronte podría abismar tan profunda pregunta.

«¿A quién podría yo acudir para resolver tal problema existencial? “Mammón” ocupado torturando cuerpos, que de agonía ya no sienten dolor, la muerte jugando con títeres mordaces, que en el sendero mortífero engaña desesperadamente. Yo, aquí, evocando seres que en mi ayuda no vendrán...»

Al parecer la única respuesta era el tiempo, pero la incertidumbre se añade a mi lista de preguntas. Entre tanto, apoyo suavemente mi cornada cabeza en el único tronco del único árbol del infierno. Desgarrado, podrido y lúgubre, pero cómodo. Y en esta posición espero la tronada del cuarto circulo, donde Plutón, rey del averno, castiga a los ángeles caídos que no encontraron su camino de regreso al cielo. El cansancio ante este espectáculo pesa mis ojos, el paisaje se vuelve borroso al punto de no distinguir el vivo fuego ante mi frente. Mi gran y reseca mano, cae exhausta sobre la mirada de las almas que en el suelo caótico fueron selladas, y mi cuerpo da un último suspiro que enciende en llamas un sueño deformado por el odio.

Celestiales melodías de piano cautivan y alborotan mi ser interior, a ojos cerrados presiento una incertidumbre de extravío, indiferencia e ignorancia. Mi cuerpo se siente distinto, no desgarro el suelo bajo mi espalda, mi respiración no quema mi pecho, mi presencia no hace temblar almas inexistentes, invisibles, temo abrir mis ojos. Armado de valor, siento, intento, lentamente los abro, observo. La razón no tenía lógica para un ambiente tan sereno, un lugar idéntico y diferente al que por la eternidad me encontraba. El árbol ante mi mirada altanera, vivo y fuerte, con un tono que nunca había visitado al inframundo. Mi rostro adquiría una forma de asombro que deformaba mi naturaleza, el odio se convertía en un sentimiento y no en una obligación. Con supuesta seguridad, abro mis majestuosas alas y emprendo vuelo hacia la nada. Horas y horas, cuando mi cuerpo derramaba la última gota de sudor, entorpecido por la luz cegadora del corcel, observo a lo lejos una cumbre entre las nubes, la cual poco a poco iba viendo con más seguridad. Llego a mi destino, solo para darme cuenta que mi viaje había terminado, en el mismo lugar donde había comenzado.

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