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Utopia De La Gestion Democratica

arynanu8726 de Junio de 2014

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La utopía de la gestión democrática de la ciudad

El debate en torno al “derecho a la ciudad” está, actualmente, a la orden del día en Brasil, debido a la creación del Ministerio de la Ciudad (en 2003) y a la realización de las conferencias sobre la ciudad (realizadas en el transcurso de 2003, tanto en el ámbito local como nacional). Es impensable negar la importancia de estos acontecimientos que relativizan la indiferencia delante de las desigualdades que sustentan las ciudades capitalistas en los países subdesarrollados; así como, indican para el reconocimiento de los movimientos sociales urbanos que están en la base de la sociedad brasilera. En este proceso, la ciudad y la ciudadanía son recolocadas en el centro del debate sobre el entendimiento del mundo moderno capaz de crear elementos para la construcción de nuevos horizontes para la sociedad. Sin negar esos avances, desde otra perspectiva, es preocupante la ideologización del proceso.

Para el desarrollo del tema son fundamentales dos interrogantes: ¿Hasta que punto la idea de “derecho a la ciudad” revela sus potencialidades, en un periodo de la historia en que la expansión del capital, como realización del capitalismo, produjo la ciudad, como una mercancía y, por esta condición, intensificó la contradicción entre los espacios integrados al capitalismo (por la intermediación del capital financiero) y los espacios de la desintegración de las extensas periferias en donde la privación (trabajo, alimentación, recreación) es la tónica dominante? ¿Hasta que punto el proyecto de “gestión democrática de la ciudad” contempla la potencialidad de la noción de “derecho a la ciudad” capaz de fundamentar un pensamiento utópico?

El raciocinio aquí desarrollado se apoya en la consideración de tres planos: aquel que contempla la práctica socio-espacial, donde emergen los movimientos sociales; el plano del Estado que define la planificación espacial a través de las políticas públicas; y aquel del conocimiento (análisis de estos procesos), a partir de dos conceptos relacionados: ciudadanía y derecho a la ciudad. Lo que está en discusión en este texto no es una crítica a la “gestión democrática de la ciudad”; sino, que al pensamiento a-crítico que hace de éste un proyecto revolucionario.

Los movimientos sociales

En primer lugar, es necesario afirmar que los movimientos sociales urbanos en sus diferentes contenidos revelan exigencias diferenciadas. Algunos se orientan a la urgencia (vivienda, empleo, servicios); otros, colocan en jaque la producción de la ciudad a través del cuestionamiento de las políticas públicas y de la planificación que aumenta las desigualdades; una tercera categoría, critica la existencia de la propiedad del suelo urbano. Estos movimientos, en el seno de la sociedad, indican la inestabilidad y la fragmentación de una producción espacial que yuxtapone la morfología socio-espacial.

La morfología vivida en la práctica socio-espacial, ilumina la producción del espacio urbano en su contradicción fundamental, que es la producción social de la ciudad en contraposición a su apropiación privada. Es decir, el acceso al suelo urbano, tanto para vivienda como para ocio, está subyugado a la existencia de la propiedad privada del suelo que define el lugar de cada uno en la ciudad y en la distribución de los bienes y servicios urbanos.

Los mecanismos que producen la vivienda en el espacio, revelan la extrema segregación con el desarrollo de la propiedad privada, que le devuelve al mercado inmobiliario la intermediación necesaria para la satisfacción de esta necesidad. Mas, el acto de habitar no se restringe al espacio privado, él involucra una relación con los espacios públicos, como lugares de encuentro, reunión, reivindicación y sociabilidad. Ahí, el individuo se coloca en relación con el otro y con la ciudad y sus posibilidades. Este es el sentido del uso, vivido por el ciudadano a través de su cuerpo incorporando todos sus sentidos. Sin embargo, el uso se enfrenta con las restricciones siempre ampliadas de la propiedad privada que en su crecimiento suprime las posibilidades de realización de la vida humana. De esa forma, mudanzas profundas impuestas por la necesidad de reproducción del capital penetran el plano de la práctica social sometiendo los lugares a su funcionalización. En este sentido, la casa-mercancía tiene el significado limitado de la función de morada. La práctica espacial urbana revela así, la extrema separación/disociación de los elementos de la vida, que fragmentados crean la separación de los momentos de la vida cotidiana, al separar cada vez más los locales de residencia de aquellos de trabajo y generando nuevos locales de entretenimiento (de acceso pago) en la medida en que las calles de los barrios pierden el sentido de lugares de recreación y puntos de encuentro. Por otro lado, el precio de la tierra urbana define el lugar donde se reside, por el acceso impuesto por la renta – definida en el mundo del trabajo. En esta dimensión, en el plano de lo vivido, el espacio y el tiempo se presentan entrecortados, en fragmentos, por actividades divididas y circunscritas, y el habitar en su sentido de acto social va desapareciendo en la medida en que la vivienda se reduce al abrigo o a la fuga.

Es así como las periferias se van consolidando como abrigo de una parte significativa de la población urbana que no tiene acceso a la tierra ni a los bienes y servicios urbanos que valorizan los lugares. Es así como en la periferia se encuentran las favelas construidas en locales donde la propiedad privada no prevalece – espacios públicos – loteos irregulares y ocupaciones provisorias para los que “nada tienen”.

En esta condición, la ciudad invadida por el valor de cambio – como condición de la existencia y extensión de la propiedad privada –, al mismo tiempo en que se orienta para las necesidades de la reproducción siempre ampliada del capital, suprime el uso que los habitantes harán de la ciudad. La reproducción de la vida entra en conflicto con las políticas que producen la ciudad en la dirección de la realización de la reproducción política y económica (no sin conflictos entre los dos planos) produciendo la ciudad funcionalizada que en el período actual de transformaciones aceleradas va a producir mudanzas significativas, transformando los lugares de realización de la vida.

El plano del habitar revela, de esta manera, en toda su profundidad esta contradicción. El plano de lo inmediato que da contenido a lo vivido redefine la vida social que se deteriora en la metrópoli, donde la calle tiende a desaparecer como acto, el cierre del pequeño comercio disminuye las posibilidades de los contactos cotidianos, la destrucción de los lugares de encuentro elimina la espontaneidad debido a la imposibilidad del encuentro; la extensión de la periferia revela el empobrecimiento de la población “presa” en las favelas y loteos sin infraestructura, mas al mismo tiempo en esa periferia se agigantan los condominios fortificados destinados a las clases de alto poder adquisitivo. Segregación, jerarquización de los lugares y ciudadanos en la ciudad revelan los contenidos de la urbanización.

En este proceso la propiedad de la tierra se vuelve abstracta bajo la forma privada que fundamenta la segregación, que delimita las posibilidades de uso de los lugares al mismo tiempo en que crea las posibilidades de su cuestionamiento, a través de la acción de los movimientos sociales urbanos en la medida en que se confronta con el uso (la apropiación como fundamento del conjunto de la vida social) impuesto por la reproducción económica. Esta contradicción revela embates en torno de la construcción-reconstrucción de la ciudad.

Así, en su origen, la segregación de la ciudad es consecuencia de la existencia/extensión de la propiedad que al negar el uso hace surgir la lucha. En este sentido, la ciudad revela los conflictos de la producción del espacio – la ciudad como concepto expresa un contenido que revela una realidad concreta. De esta manera, la potencialidad de los movimientos sociales urbanos radica en que reúnen las contestaciones, definen el rechazo, colocando el derecho a la ciudad en el centro de la lucha, demostrando la necesidad de la transformación radical de la ciudad que aparece y es vivida como pérdida y privación, extrañamiento y caos, en la cual la velocidad, apreciada como triunfo indiscutible de la técnica, fundamenta la ideología del progreso que sustenta el “chantaje utilitario” que hace con que las políticas urbanas que valorizan los espacios destinados a la realización de la reproducción del capital sean consideradas una necesidad de todos en la búsqueda del progreso inevitable.

Así, la lucha por el derecho a la ciudad ocurre cuando éste no existe, surgiendo como necesidad, como negación de la fragmentación, indicando nuevas contradicciones entre integración/desintegración/deterioración de los lugares en la ciudad en relación a la economía globalizada; entre transformación/persistencia en el plano local de la vida cotidiana (vividos como carencia, percibidos como extrañamiento) indicando la funcionalización del espacio-tiempo.

La cuestión central es como se amplían y profundizan en el mundo moderno las contradicciones derivadas de la reproducción de la sociedad, en un momento de generalización de la urbanización anunciada por el desarrollo de la ciudad, es decir, con su “explosión”, revelando una nueva relación Estado-espacio, a través, por ejemplo, de las políticas públicas.

El Estatuto de la Ciudad, la Conferencia de la Ciudad

La precariedad de la vivienda y la pérdida del sentido del acto de morar provocan, a lo largo del tiempo,

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