Violencia En El Campo

El tema del texto son los requisitos indispensables en las actitudes de jugadores, familiares y acompañantes. Tras el nefasto comportamiento que se ha observado durante las jornadas de trabajo se ha hecho necesario establecer unas normas de conducta en las que prima el respeto. Se deben acatar las decisiones tomadas por los árbitros, por otro lado, quedan terminantemente prohibidos los insultos tanto a árbitros y jugadores como a los aficionados del equipo contrario. También se pide no asistir al encuentro si no se está realmente seguro de comportarse debidamente, así como no sobrepasar la barandilla metálica bajo ningún concepto. En caso de no cumplir con alguno de estos requisitos se tomarán represalias, siendo en el jugador en quien recaigan la mayoría de veces.

Sin duda alguna me parece vergonzosa la actitud de estas personas y el mero hecho de que se tenga que recurrir a dictar unas normas para recordarles los buenos modales es una prueba de ello.

Para defender mi punto de vista voy a remitirme a una situación que para mi desgracia observo reiteradamente cuando acudo a los partidos de fútbol infantiles. En lugar de ver a niños felices divertirse jugando al fútbol con sus compañeros, como cabe esperar por su edad, veo a niños con miradas cargadas de odio y rencor hacia sus rivales y al árbitro de turno. Aprovechan la más mínima ocasión para deleitarnos con una buena patada o un gran insulto. Lo peor de todo ello es que no es nada sorprendente si miras hacia la grada. Los padres son incluso peores. En mi larga experiencia como asistente he podido ver de todo: amenazas constantes al árbitro, injurias hacia los adversarios, agresiones físicas contra los otros padres… Si ésta es la educación de los padres, ¿qué se puede esperar de los hijos?

La competitividad es buena y es sana si se entiende el verdadero significado de la misma. Ha de estar basada en la superación personal, en la cooperación con los compañeros y el respeto hacia los adversarios. Queda bastante claro que se tiene una imagen completamente errónea de ella. En el caso que he nombrado anteriormente debe quedar claro que los niños son justamente eso: niños. Los entrenadores y los padres exaltan siempre el triunfo y no los preparan para la derrota. Se les exige ganar a como dé lugar. Se ejerce sobre ellos una presión que no concuerda con su edad. Temen el fracaso, pues ven en ello una decepción para sus padres.

Existe la categoría de los padres que viendo frustrado su sueño de toda la vida obligan a sus hijos a realizarlo. Probablemente ni ellos mismos se den cuenta de ello, pero tal vez el niño tenga, como ellos tuvieron en su día, otro sueño muy distinto por cumplir, pero esos padres están más ocupados en ver realizado su deseo aunque la única manera sea verlo cumplido por sus hijos. Estos niños siguen la senda marcada rígidamente por sus padres por amor a ellos, olvidándose de sí mismos

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