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Égloga Primera


Enviado por   •  18 de Diciembre de 2012  •  3.684 Palabras (15 Páginas)  •  300 Visitas

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Égloga I

El dulce lamentar de dos pastores,

Salicio juntamente y Nemoroso,

he de contar, sus quejas imitando;

cuyas ovejas al cantar sabroso

estaban muy atentas, los amores, 5

(de pacer olvidadas) escuchando.

Tú, que ganaste obrando

un nombre en todo el mundo

y un grado sin segundo,

agora estés atento sólo y dado 10

el ínclito gobierno del estado

Albano; agora vuelto a la otra parte,

resplandeciente, armado,

representando en tierra el fiero Marte;

agora de cuidados enojosos 15

y de negocios libre, por ventura

andes a caza, el monte fatigando

en ardiente jinete, que apresura

el curso tras los ciervos temerosos,

que en vano su morir van dilatando; 20

espera, que en tornando

a ser restituido

al ocio ya perdido,

luego verás ejercitar mi pluma

por la infinita innumerable suma 25

de tus virtudes y famosas obras,

antes que me consuma,

faltando a ti, que a todo el mondo sobras.

En tanto que este tiempo que adivino

viene a sacarme de la deuda un día, 30

que se debe a tu fama y a tu gloria

(que es deuda general, no sólo mía,

mas de cualquier ingenio peregrino

que celebra lo digno de memoria),

el árbol de victoria, 35

que ciñe estrechamente

tu gloriosa frente,

dé lugar a la hiedra que se planta

debajo de tu sombra, y se levanta

poco a poco, arrimada a tus loores; 40

y en cuanto esto se canta,

escucha tú el cantar de mis pastores.

Saliendo de las ondas encendido,

rayaba de los montes al altura

el sol, cuando Salicio, recostado 45

al pie de un alta haya en la verdura,

por donde un agua clara con sonido

atravesaba el fresco y verde prado,

él, con canto acordado

al rumor que sonaba, 50

del agua que pasaba,

se quejaba tan dulce y blandamente

como si no estuviera de allí ausente

la que de su dolor culpa tenía;

y así, como presente, 55

razonando con ella, le decía:

Salicio:

¡Oh más dura que mármol a mis quejas,

y al encendido fuego en que me quemo

más helada que nieve, Galatea!,

estoy muriendo, y aún la vida temo; 60

témola con razón, pues tú me dejas,

que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.

Vergüenza he que me vea

ninguno en tal estado,

de ti desamparado, 65

y de mí mismo yo me corro agora.

¿De un alma te desdeñas ser señora,

donde siempre moraste, no pudiendo

de ella salir un hora?

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. 70

El sol tiende los rayos de su lumbre

por montes y por valles, despertando

las aves y animales y la gente:

cuál por el aire claro va volando,

cuál por el verde valle o alta cumbre 75

paciendo va segura y libremente,

cuál con el sol presente

va de nuevo al oficio,

y al usado ejercicio

do su natura o menester le inclina, 80

siempre está en llanto esta ánima mezquina,

cuando la sombra el mondo va cubriendo,

o la luz se avecina.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

¿Y tú, de esta mi vida ya olvidada, 85

sin mostrar un pequeño sentimiento

de que por ti Salicio triste muera,

dejas llevar (¡desconocida!) al viento

el amor y la fe que ser guardada

eternamente sólo a mí debiera? 90

¡Oh Dios!, ¿por qué siquiera,

(pues ves desde tu altura

esta falsa perjura

causar la muerte de un estrecho amigo)

no recibe del cielo algún castigo? 95

Si en pago del amor yo estoy muriendo,

¿qué hará el enemigo?

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Por ti el silencio de la selva umbrosa,

por ti la esquividad y apartamiento 100

del solitario monte me agradaba;

por ti la verde hierba, el fresco viento,

el blanco lirio y colorada rosa

y dulce primavera deseaba.

¡Ay, cuánto me engañaba! 105

¡Ay, cuán diferente era

y cuán de otra manera

lo que en tu falso pecho se escondía!

Bien claro con su voz me lo decía

la siniestra corneja, repitiendo 110

la desventura mía.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta,

(reputándolo yo por desvarío)

vi mi mal entre sueños, desdichado! 115

Soñaba que en el tiempo del estío

llevaba, por pasar allí la sienta,

a beber en el Tajo mi ganado;

y después de llegado,

sin saber de cuál arte, 120

por desusada parte

y por nuevo camino el agua se iba;

ardiendo yo con la calor estiva,

el curso enajenado iba siguiendo

del agua fugitiva. 125

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?

Tus claros ojos ¿a quién los volviste?

¿Por quién tan sin respeto me trocaste?

Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste? 130

¿Cuál es el cuello que, como en cadena,

de tus hermosos brazos anudaste?

No hay corazón que baste,

aunque fuese de piedra,

viendo mi amada hiedra, 135

de mí arrancada, en otro muro asida,

y mi parra en otro olmo entretejida,

que no se esté con llanto deshaciendo

hasta acabar la vida.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. 140

¿Qué no se esperará de aquí adelante,

por difícil que sea y por incierto?

O ¿qué discordia no será juntada?,

y juntamente ¿qué tendrá por cierto,

o qué de hoy más no temerá el amante, 145

siendo a todo materia por ti dada?

Cuando tú enajenada

de mi cuidado fuiste,

notable causa diste,

y ejemplo

...

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