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Análisis Julia de burgos


Enviado por   •  6 de Marzo de 2017  •  Ensayo  •  12.022 Palabras (49 Páginas)  •  477 Visitas

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Julia de Burgos fue una mujer con propósito histórico. El epígrafe que encabeza este ensayo nos remite a reflexionar y afirmar que a través de la producción poética, Julia de Burgos comparte y ofrece conocimiento al mundo, provee un espíritu de salvación a las mujeres, nos convoca a reconocer nuestro poder; y nos incita para que nos movilicemos y tratemos de cambiar el mundo. Mientras nos deleitamos en el abandono de la lectura, vamos reconociendo que su actividad poética ciertamente ha sido revolucionaria y que ‘leerla’ puede constituir, no sólo un ejercicio espiritual, sino un método de liberación interior.

En este ensayo pasaremos a compartir algunas de las múltiples reflexiones y transformaciones que puede provocar la lectura de la obra y biografía de Julia de Burgos, particularmente en este momento histórico y desde la experiencia de la vida cotidiana. Estas reflexiones emergen de las interpretaciones y análisis de las ‘lecturas’ de su biografía y producción literaria; a partir de las cuales se fue re-creando una/otra Julia de Burgos, la Julia de Burgos de nuestro imaginario. Guevara (1991) expresó que “existe lo real, la historia, la escritura sin que el sujeto la pueda aprehender y el simbólico que es el aparato con que el sujeto lee lo real; el imaginario constituye la producción que surge entre lo real y lo simbólico del sujeto” (pp 66-67). Añade además que “es el campo de referencia del discurso, de los objetos y sus relaciones de oposición y/o complementariedad, incluído el propio yo -con el que el sujeto supuesto saber erróneamente se confunde- y desde luego todos sus otros imaginarios” (Ibid, p. 63)

Nuestro imaginario produce una Julia de Burgos revolucionaria, con cualidades heroicas y mesiánicas, capaz de transformar y ampliar las concepciones sociales con respecto al poder que poseemos/tenemos las mujeres, independientemente de las coordenadas histórico-sociales y económicas en las que se configure nuestra identidad. Es esa Julia de Burgos de nuestro imaginario la que nos impulsó a cuestionar y transformar las experiencias de la cotidianidad y las narrativas que ponderan la ideologías dominantes en relación al rol de la mujer contemporánea.

La producción, reproducción y recopilación histórica constituyen sistemas selectivos de orientaciones cognitivas hacia la realidad (Carr, 1984). Los mecanismos de recopilación histórica, así como la participación del ser humano en los procesos de producción y reproducción de la historia (que incluyen la producción literaria) se pueden conceptualizar a partir de la noción de ideología. La ideología consiste en “unos modos compartidos de entender las realidades sociales, de justificar y promover actos sociales, interepretados como reflejos y expresiones de las relaciones sociales de dominación y control y observados en las instituciones y prácticas sociales a través de las cuales se ejerce el poder político” (Moscovici, 1972, p.55).

El modo de producción dominante en un momento histórico particular provee el contexto en el cual los seres humanos crearán sus percepciones de la realidad y generarán relaciones sociales apropiadas a sus definiciones de la realidad según la perciben (Serrano-García, López y Rivera-Medina, 1992, p.82). La realidad(es) de nosotras las mujeres, así como el marco ideológico que la(s) configura, se ha ido definiendo a través de la historia al margen de los centros del poder y, en muchas instancias, ha sido -vía la producción literaria- como hemos canalizado, expresado, sublimado y defendido nuestros sentimientos, anhelos, luchas y contradicciones.

Aunque luchamos intensamente por transformar esta realidad, lo cierto es que aún hoy día estamos desproporcional y discriminatoriamente ubicadas, en términos de la distribución de los recursos políticos y socioeconómicos, como en la contratación/ocupación de posiciones de poder. La manera en que se han configurado las instituciones sociales, económicas, políticas y religiosas en la mayoría de los países del mundo promueven la desigualdad de los géneros con respecto al dominio, intercambio y distribución de los recursos. Tradicionalmente el hombre ha sido el que ha tenido el dominio de los mismos. Trazar el comienzo de esta tendencia implicaría un análisis más profundo, pero sí deseo aclarar que no necesariamente atribuyo al género masculino la responsabilidad de este acontencer histórico que ha producido estas instancias de desigualdad, sino a procesos de mayor complejidad social, política y económica que no pretendo retomar en este ensayo.

Las mujeres hemos sido ciudadanas de segunda clase durante milenios y aunque la situación de la mujer occidental en el siglo 20 parece ser mejor que nunca, el trayecto no ha sido lineal, han habido momentos de mayor libertad, proseguidos por épocas de gran represión al extremo de quemar vivas a las que mostraran indicios de querer asumir control sobre sus vidas o incursionar en áreas prohibidas (académicas, políticas y sociales) e incluso a las que intentaran reclamar independencia (Montero, 1995). Si bien de momento nos parece ridículo aludir a estas prácticas represivas medievales, en la actualidad los titulares periodísticos destacan el hecho de que cada vez más mujeres puertorriqueñas mueren a manos de sus esposos, compañeros y/o novios (quemadas, mutiladas, ahogadas) como medida punitiva ante la negación de aceptar el maltrato cotidiano al que se supone nos sometamos pasivamente. Está comprobado que en la medida que las mujeres logramos escapar de relaciones abusivas y/o desiguales, o cuando nuestros esposos o compañeros sienten amenazado su poder, aumentan las probabilidades de que nos agredan violentamente, tanto a nivel físico como psicológico (Archer, 1994).

En las instancias cotidianas que producen un devenir histórico particular con respecto a la situación de las mujeres, han coexistido movimientos a favor de nuestros derechos, así como movimientos que han pretendido consolidar las diferencias por razones de género, sancionando, culpabilizando, juzgando y cimiminalizando a las que intentemos transformar esta realidad. Sin embargo, Montero (1995) disfruta al afirmar que al margen de los movimientos que promueven la desigualdad, siempre han existido mujeres con una traición, una huída, una conquista en común; mujeres que han traicionado las expectativas que la sociedad depositaba en ellas, que huyeron de sus limitados destinos femeninos y conquistaron la libertad personal” (p. 28). Añade que “siempre han habido mujeres capaces de sobreponerse a las más penosas circunstancias; mujeres creadoras, guerreras, aventureras,

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